Espíritu independiente, el malogrado cantante e ídolo de masas representa uno de los iconos más importantes del siglo XX. Pacifista de cara al público, configuró su personalidad como la de una persona contestataria y, parece ser, se relacionaba siempre a la defensiva. Sin duda, una de tantas maneras posibles de proteger su frágil carácter e inseguridad, según cuenta alguno de sus biógrafos.
Esta frase que recojo aquí, ilustrada con una foto del artista, me evocó uno de los temas más abordados pero nunca resueltos, la felicidad. Con independencia de que consideremos que existe o no, que sea una estación de término o un recorrido, es uno de los anhelos que ningún ser humano equilibrado y en su sano juicio dejaría de albergar como deseo vital.
¿Es tan difícil alcanzarla? De ser así, ¿no será porque nos alejamos de ella en la medida en que la buscamos desaforadamente en elementos y artificios que sólo nos procuran un bienestar pasajero y manufacturado por las personas, entornos y corporaciones cuyo mayor éxito radica en que son capaces de vendernos fragmentos empaquetados de una pseudofelicidad edulcorada y descafeinada que pretende sustituir, y sustituye de facto, a la que nuestra naturaleza aspira?
Todo lo que vaya en contra y pretenda sustituir a nuestro ser, a la expresión de nuestro propio yo interior, no será más que un cómodo subterfugio, una agradable muleta que nos hará creer que tenemos algo que, realmente, nunca alcanzaremos. Luchemos por ser felices, ¿por qué no?
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