Es ya un tópico recurrente hoy día hablar del cambio permanente. En la época que nos ha tocado vivir, la de la “postmodernidad”, el gran edificio social y humano no está regido –si es que alguna vez lo estuvo- por reglas y normas más o menos estables. El sentir de nuestros días está más próximo al vértigo de la montaña rusa que al escenario apacible de una balsa de aceite.
El conocimiento y, también, las costumbres sociales están experimentando una evolución exponencial en las últimas décadas. Lejos de existir verdades permanentes la única verdad que existe, permítaseme el “totalitarismo”, es que todo cambia continuamente.
Sentada esta premisa, es lógico hablar del cambio en las organizaciones como una necesidad básica de las mismas. El problema reside, en mi opinión, en la concepción del cambio y la puesta en práctica de las estrategias, herramientas y circunstancias que lo hagan posible. Me detendré en este punto con cierto detalle a continuación.
A veces se piensa y, en consecuencia, se actúa, como si el cambio fuese bueno “per se”, restando importancia a las circunstancias ambientales (en el amplio sentido de la palabra) que lo pueden hacer viable o, por el contrario, inviable. Reside aquí el grave error de muchas organizaciones, privadas o institucionales, a la hora de acometer cambios de envergadura en el funcionamiento de sus “maquinarias”. Ni todo cambio, “por que sí”, es bueno ni la mera voluntad de cambio es condición suficiente para que éste se realice de manera adecuada.
Son muchas organizaciones escolares, por citar un ejemplo cercano, las que comienzan a moverse de manera desenfrenada hacia no se sabe bien qué meta u objetivos. Los adalides del cambio justifican la bondad de éste por el mero movimiento, cuando es bien sabido que uno puede moverse mucho y no avanzar ni un centímetro en la línea de la mejora. Se asocia cambio con calidad y mejora sin perseverar en ciertas condiciones que lo hagan viable, como podrían ser las siguientes: estabilidad y crecimiento sostenido, voluntad real de mejorar y consolidación de los cambios realizados.
Muchas personas de buena voluntad, con la mejor de sus intenciones, comienzan a propiciar cambios en el funcionamiento de las organizaciones escolares. Su postura, legítima, tiene muchas veces tanto de voluntarismo como de inconsistencia. Por mucho que uno/a se afane en cambiar, los resultados serán inviables (en el medio-largo plazo) si no se consolidan las estructuras, alianzas y procedimientos que permitan mantener los cambios producidos en la organización y se asienten de forma consolidada en su cultura de trabajo.
No son pocos los casos en los que espíritus entusiastas han propiciado “revoluciones” que no han calado (aquí la culpa no es, la mayoría de las veces, de esas personas) lo más mínimo y cuando han dejado de trabajar o se han cansado de “hacer el primo”, estructuras que creían acabadas y consolidadas se han derrumbado como efímeros castillos de naipes. El problema aquí es doble; por una parte, fracasan esos cambios tan esperados y, por otra, deslegitiman de alguna manera cualquier intento ulterior de propiciar nuevos cambios.
Las organizaciones escolares son estructuras vitales en nuestra sociedad. A ellas se les atribuyen muchos de los males y se les “invita” a solucionar muy diversos problemas que tienen su origen en otros “jardines”. Su papel, en cualquier caso, es fundamental. Bienvenidas sean todas las iniciativas que permitan mejorar lo mejorable y consolidar, que es mucho más importante, los éxitos obtenidos en el proceso. Pero cuidado con todo aquello que, sin incidir en la mejora de los elementos estructurales y realmente importantes, se ocupe de dar un “lavado de cara” a la superficie ya que difícilmente, es mi humilde opinión, conseguirán mejorar realmente los problemas y, lo que es peor, desanimarán a los profesionales de buena voluntad y vocación a iniciar futuros escenarios de “mejora y cambio”.
VOLUNTAD + RECURSOS + CONSOLIDACIÓN + ESFUERZO = MEJORA REAL
¿Ecuación imposible…..? Yo creo que es viable. Ánimo y “al toro”…
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