De todos los escenarios laborales posibles donde puede anidar el síndrome de "burnout", me centraré a lo largo de este artículo en el ámbito educativo.
La Escuela constituye uno de los lugares donde este problema suele campar a sus anchas sin que, a veces, sea fácil remediarlo. Comparte con otros entornos socio-asistenciales una serie de características que hacen de este escenario el más propicio para que los afectados sean legión. El trato continuo con las personas que tienen que realizar, a diferentes niveles, los maestros y profesores, representa, al tiempo que la piedra angular de la profesión docente, uno de los mayores factores de riesgo desde el punto de vista analítico. Lo quiera o no, un docente tiene que estar en permanente contacto con personas: alumnado, familias, administración... No es infrecuente que en el marco de dichas relaciones se gesten situaciones de alto contenido estresor que pueden desembocar en el padecimiento objeto de estas líneas.
Las familias, lógicamente, están profundamente interesadas en la Educación, quizás como nunca antes en nuestra reciente historia social. Fruto de ese interés se derivan varias consecuencias dignas de ser estudiadas con cierto detenimiento. A la Escuela, como institución, y a los docentes como sus "agentes técnicos de intervención" (valga la expresión) se les asignan muchas funciones que, tradicionalmente, eran asumidas por las familias. Por motivos complejos, que sería largo desglosar aquí, muchas de estas funciones son delegadas en ellos con la coartada de la especialización. Supuestamente, los maestros y profesores deben asumir todas aquellas funciones que las familias delegan en ellos, a veces porque pueden ser expertos y otras, simplemente, porque podría resultar más cómodo o sencillo desprenderse de éstas.
El problema reside en que los recursos con los que se cuenta en los centros educativos (personales, materiales y temporales) no son siempre los necesarios y/o suficientes. Consecuentemente, se produce una sobrecarga de trabajo, pocas veces reconocida, a la par que un incremento de las responsabilidades, con la concomitante exigencia de las mismas por parte de la familia, en particular, y sociedad, en términos más generales. Da igual lo que hagan los docentes (aquí empezamos a hilvanar con el perfil psicológico del "burnout", como se verá), casi siempre tendrán la culpa de lo que ocurre. Por poner un ejemplo, si los rendimientos y calificaciones son malos (siguiendo indicadores de evaluación estandarizados más o menos complejos y legítimos, que conste), pudiera pensarse que la culpa la podrían tener ellos; tanto es así que una de las medidas prioritarias para mejorar el nivel de rendimiento se basa, paradógicamente, en "invitarles" a que trabajen más y mejor, con criterios más eficientes y desde una óptica más productiva. La aplicación del modelo de incentivación empresarial ("plus de productividad") no es más que un exponente claro de esta "concepción del mundo" ("Weltanschauung", que dirían los alemanes). Consecuentemente, si trabajan más y mejor (como si ahora trabajasen menos y peor... podría deducirse, ¿no?) y los resultados escolares mejoran significativamente, habremos conseguido la cuadratura del círculo, esto es: "había un problema y se ha solucionado", con la aplicación del "medicamento" adecuado.
Como podrá comprenderse, aún sin ánimo de simplificar, el problema es muy complejo pero los tiros podrían ir por ahí. Esta sobrecarga de trabajo, estrés y tensión -que es de lo que estamos tratando ahora- puede llegar a ser perjudicial y generar un "efecto rebote", al machacar más a un colectivo profesional ya de por sí víctima y chivos expiatorios de muchos de los grandes males que aquejan a la sociedad postmoderna. Sociedad en la que, cómo no, prácticamente todo puede cuantificarse y comprarse con dinero. Hablamos de maestros y profesores pero no podemos dejar de hablar de aquellos profesionales que, habiendo sido formados como docentes, tienen que asumir funciones de variado calado en el ámbito de la gestión: los puestos directivos.
La productividad dichosa de nuestra época neoliberal obliga, en muchos casos, a dedicar un gran porcentaje del trabajo de estos profesionales a labores lejanas o distantes de la dinamización y cultura pedagógica de los centros. Cuando un profesional tiene que realizar labores que se parecen más a las de un jefe de sección de cualquier corporación (que me perdonen aquí los que pudieran sentirse aludidos en el ámbito empresarial) que a las de un profesional cuya vocación y esfuerzo deberían estar más centrados en ámbitos pedagógicos y docentes, algo falla. Y falla porque es difícilmente compatible la ingente labor administrativa que hoy día genera cualquier centro docente de mediano tamaño con las labores educativas, sociales y pedagógicas que la sociedad, por otra parte, nos demanda con toda la razón del mundo. ¿Dónde está el punto de equilibrio? Por supuesto que habrá que buscar estrategias para abordar las labores que han de ser realizadas, eso está claro. Pero habrá que intentar, y conseguir, que el equilibrio psicológico de estos profesionales se aleje de la senda del síndrome del "quemado", al que estamos ahora haciendo alusión, porque nos va mucho en ello.
La presión continua sobre los docentes (sea desde "arriba" o desde "abajo") puede terminar por desbordar a muchos de los grandes profesionales que se dejan la piel continuamente en nuestros centros educativos. Sin ánimo de ser catastrofista, un colapso social, en el medio-largo plazo, no beneficia absolutamente a nadie y perjudica, sin lugar a dudas, a todo el mundo.
No me resisto a transcribir a continuación una fábula de Esopo que, a buen seguro, todos conocemos. ¿Podemos, en la era de las revoluciones tecnológicas, aprender algo de los clásicos...? Nos haría falta, ciertamente. "Tenía cierto hombre una gallina que cada día ponía un huevo de oro. Creyendo encontrar en las entrañas de la gallina una gran masa de oro, la mató; mas, al abrirla, vio que por dentro era igual a las demás gallinas. De modo que, impaciente por conseguir de una vez gran cantidad de riqueza, se privó él mismo del fruto abundante que la gallina le daba."
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