
Comenzó a batir su pequeñas alas, que habían sido recortadas durante años por su entorno y aquellos falsos profetas que, huntándole el grasiento bálsamo que la tenía anestesiada, la acompañaron durante más tiempo del deseable.
A medida que volaba notaba más fuerza y podía volar más alto. Miró al acantilado con curiosidad y comprobó, perpleja, la verdadera dimensión del mismo. Sólo tenía que volar, ni más ni menos. Con ilusión, esfuerzo y ganas de vivir se dirigió al horizonte para no volver jamás a esa gruta en la que había estado recluida durante lustros.
Blanco y Negro.
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