Terminó con cuidado y habilidad de suturar todas las capas que había tenido que abrir para acceder a las más profundas áreas de su espíritu y conciencia, del de esa frágil criatura que había acudido a su recóndito oráculo para indagar en las muchas respuestas no encontradas ni halladas tras su largo y dilatado periplo en el interior de su ser.
Creía haber neutralizado la hemorragia interna que amenazaba con destrozarla. Había que drenar sin prisas todo el fluido tóxico acumulado durante esos años. Ese catéter, hábilmente colocado en el sitio apropiado, variaba siempre en cada persona, por lo que no existían recetas mágicas ni cartografías homologadas, por su carácter inefable y singular.
Respiraba, que no era poca cosa, ya que su asfixia era patente a muchas leguas. Poco a poco, con calma y artesanalmente, sanarían esas heridas que ella se había autoinfligido para ocultar, sin éxito, lo que anhelaba en lo más profundo de su ser. Sus cicatrices habían conseguido conformar una coraza pétrea que atenazaba cada poro de su piel. El cálido hálito de su entorno la había domesticado hasta convertirla en una muñeca pequeña y desvalida, temerosa de abrir la boca. Quedaba camino por recorrer, pero sabía que podían conseguirlo. Aunque estaba agotado, sonrió...
Blanco y Negro.
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