Lanzada al vacío, con amor y decisión, consiguió desplegar sus mermadas alas antes de estrellarse contra las rocas lamidas por aquellas olas milenarias. El acantilado, que había crecido con los años, visto desde el aire, presentaba una perspectiva sobrecogedora.
Comenzó a batir su pequeñas alas, que habían sido recortadas durante años por su entorno y aquellos falsos profetas que, huntándole el grasiento bálsamo que la tenía anestesiada, la acompañaron durante más tiempo del deseable.
A medida que volaba notaba más fuerza y podía volar más alto. Miró al acantilado con curiosidad y comprobó, perpleja, la verdadera dimensión del mismo. Sólo tenía que volar, ni más ni menos. Con ilusión, esfuerzo y ganas de vivir se dirigió al horizonte para no volver jamás a esa gruta en la que había estado recluida durante lustros.
Blanco y Negro.