Colección de micros encadenados (esbozos poéticos de la realidad) en los que plasmo, cual fotogramas escritos, una semblanza de mis reflexiones estivales, inspiradas en el bestiario de personajes anónimos que se van cruzando en mi horizonte.
Cariátides plastificadas que deambulan hilvanando la orilla y oteando tras impenetrables gafas de sol el poblado horizonte salpicado de cuerpos semidesnudos que se postran a su paso.
Torsos domesticados por incontables sesiones de tortura en sofisticados potros postmodernos, capturando el ansíado bronce con la ayuda de oleosas friegas que cubren hasta el más recóndito de sus poros.
Apacibles matronas con la testa protegida del ataque inmisericorde de la solana por exuberantes pamelas. Portan en sus muñecas novísimos y funcionales brazaletes de plástico que, con silente constancia, les regalan con sus guarismos la felicidad que, en pequeñas dosis, les permite terminar el día exultantes con la satisfacción, tras aniquilar las calorías de rigor, del deber cumplido.
Inocentes chiquillos que son víctimas de cruentos y estúpidos rituales de paso cuando sus bienintencionados progenitores les obligan a sumergirse en las heladas aguas de la orilla sin encontrar explicación alguna, en su prístina conciencia, para tal desafuero.
Inocentes chiquillos que son víctimas de cruentos y estúpidos rituales de paso cuando sus bienintencionados progenitores les obligan a sumergirse en las heladas aguas de la orilla sin encontrar explicación alguna, en su prístina conciencia, para tal desafuero.
Jóvenes muchachas en flor que escanean con impaciencia la llanura repleta de bultos por la que transitan en busca de unos ojos ávidos de comedida lujuria. Anotan con entusiasmo soterrado en el novísimo marcador de su ego las miradas sostenidas que su bien contorneado cuerpo y sinuoso caminar han provocado en el paseo recién culminado.
Indolentes abuelos que comparten la afanosa lectura del periódico con la ingesta de un botellín de cerveza recalentado ubicado encima de la ancestral nevera. Este icono veraniego guarda celosamente los manjares playeros protegidos de la intensa calima.
Ajamonados vientes cerveceros expuestos con altivez como homenaje silente a la regalada y apacible vida de sus propietarios.
Sufridos y bien pertrechados inmigrantes que saltean con su peregrinar las sombrillas y toallas esparcidas por la arena, con el único afán de procurarse el sustento mínimo que les permita proseguir con su eterno periplo arenero un día más.
Horrorosos e innombrables cachivaches motorizados que serpentean por la arena mojada en busca de intrépidos descerebrados a los que salvar del producto de su estulticia.
Ruidosos y molestos agregados humanos que, con la excusa de expeler hacia el exterior su felicidad gregaria, perpetran atentados contra el buen gusto y el sosiego de discretos ciudadanos cuyo máximo delito consistió en llegar un poco antes que la grey para disfrutar de un apacible y merecido descanso disfrutando del mar, la arena y el sol.
Acalorado contador de historias que, tras bosquejar estos efímeros apuntes, se sumerge en el agua helada para calmar el calor de su cuerpo y espíritu.
Exuberantes tatuajes que se arraciman a lo largo de los pétreos contornos del muslo de una joven amazona que los expone, cual trofeos de guerra, ante las insistentes miradas de los curiosos peripatéticos que pasan por su lado holgazaneando.
Esculturales sirenas que emergen de la superficie del agua acompasando su ondulante caminar al sincopado batir de las olas. Vestales invictas transpirando pasión contenida por todos sus poros, anticipando el fragor de la batalla vespertina.
Enajenados maromos expulsando vapores etílicos mientras sorben con delectación los exiguos restos de sus mojitos mientras contemplan extasiados la puesta de sol desde su privilegiada atalaya.
Enajenados maromos expulsando vapores etílicos mientras sorben con delectación los exiguos restos de sus mojitos mientras contemplan extasiados la puesta de sol desde su privilegiada atalaya.
Jóvenes amartelados que se exploran en silencio recurriendo al indómito y ancestral lenguaje de los gestos mientras la suave brisa de poniente acompaña sus tímidos escarceos aproximatorios.
Son cubano mezcado con gotas de salsa y merengue para acompañar el final de la jornada en el chiringuito. Evocadora mezcla de sabores que acompañan y elevan el pensamiento hasta los infiernos más deseados.
Anestesiados camareros que pululan por las maltratadas mesas recogiendo los restos de las consumiciones que anónimos clientes van desechando con estoica placidez.
Marabunta de grasientos especímenes que invaden la playa y delimitan con exaltada pasión sus efímeros predios con toallas y sombrillas al objeto de acotar nítidamente las sutiles fronteras de sus dominios.
Neófitos de la tabla ataviados con toda suerte de complementos surferos que sueñan con emular a sus admirados héroes mientras éstos cabalgan limpiamente sobre las olas. Cómo transmutar una filosofía de vida en un subproducto enlatado, tras un breve cursillo al efecto. Epifenómenos del consumismo ecuménico que nos envuelve, siempre en busca de nichos vírgenes que explotar.
Afanosos corredores de fondo que discurren velozmente por la orilla para que la obligada cita familiar con la playa no les prive de mantener en buena forma lo que largas y sufridas sesiones invernales han podido hurtar al inexorable paso de los años.
Amalgama de sonidos entre los que se aprecia el sistemático tic-tac de paletas golpeando pequeñas pelotas de goma que perturban nuestras inocentes pretensiones de observar tranquilamente el eterno batir de las olas.
Asamblea de improvisados tertulianos que combinan la desaforada ingesta de tinto veraniego con acrisoladas recomendaciones para salvar el mundo partiendo de su hábitat cotidiano. Tienen, no podía ser menos por estas latitudes, la amabilidad de regalar al viento sus ponderados juicios de valor para nutrir el espíritu de todos aquellos desgraciados que, de manera obligada, padecen estoicamente su abigarrado discurso estival.
3 comentarios:
Un artículo muy bello y que hace imaginarme todo lo que has visto como si yo estuviese en ese lugar.
Un exultante retrato, un exquisito tributo, una sinfonía exploratoria del reino de las arenas de las playas. Una jubilosa envoltura que cubre un paisaje ordinario y caluroso. ¡Enhorabuena!
Muy bueno...fiel y fidedigno teflejo de lo que acontece en los calurosos días de verano en todas las playas. Un abrazo!!!
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