Como podrán fácilmente colegir, aquí estoy de nuevo redactando líneas y manchando el papel. Hasta ahora, como instrumento centrado en mi evolución y mejora terapéutica, todas las páginas que emborroné en este diario estuvieron centradas en mi ámbito laboral. Parece ser, según me dijo mi terapeuta, que reflexionar sobre las cosas que me ocurrían en el trabajo sería más productivo ya que había detectado que mi reactividad se exacerbaba mucho más en aquel contexto. Por tanto, obediente como es uno, centré mis reflexiones en las historias y compañeros de trabajo que ocupaban mis horas. En este momento, dado que sigo escribiendo por el puro placer de escribir, mi espíritu y mano -se escapa sola, ya les digo- se adentran por otros predios, aunque sin olvidar el primero y original, para abundar en todo aquello que me llama realmente la atención y es digno, a mi juicio, de ser contado a mí mismo. El tiempo dirá si otros ojos llegan a ver estas palabras que me dirijo humildemente.
Creo que aún no les he hablado de mi familia. Bueno sí, ahora que recuerdo. Al comienzo de este diario hice alguna mención a mi santa esposa. Ella, prodigándose en cariño, ternura y afectuosidad extrema solía dirigirse a mí, de manera reiterada, como "cari", "papá", o, en momentos pletóricos de tensión aunque no exentos de cierto lirismo, como "eres-más-bruto-que-una-mula-de carga". Como verán, la vida misma. Pero no es momento de cargarles con las múltiples batallitas que toda vida conyugal conlleva; las servidumbres del matrimonio, que decía un buen amigo, jurista él. Quiero reflexionar seriamente sobre elementos que me han impactado y, de alguna manera, han prodigado mi atención. Les cuento.
Creo que aún no les he hablado de mi familia. Bueno sí, ahora que recuerdo. Al comienzo de este diario hice alguna mención a mi santa esposa. Ella, prodigándose en cariño, ternura y afectuosidad extrema solía dirigirse a mí, de manera reiterada, como "cari", "papá", o, en momentos pletóricos de tensión aunque no exentos de cierto lirismo, como "eres-más-bruto-que-una-mula-de carga". Como verán, la vida misma. Pero no es momento de cargarles con las múltiples batallitas que toda vida conyugal conlleva; las servidumbres del matrimonio, que decía un buen amigo, jurista él. Quiero reflexionar seriamente sobre elementos que me han impactado y, de alguna manera, han prodigado mi atención. Les cuento.
El
otro día cenamos con Toñi, mi cuñada. Fue, como siempre, un
encuentro agradable y lleno de buenos ratos compartidos. Toñi es Maestra, sí, con mayúsculas. Lleva ejerciendo la profesión desde hace más de veinte años y ha pasado por varios colegios a lo largo de toda su trayectoria profesional. Cuando habla de su trabajo lo hace con una pasión que invita a escuchar sus reflexiones e historias. No está en un centro cómodo, por referirme a él de una manera simple y sin ahondar en detalles. Ubicado el colegio en una zona periférica de la ciudad, atiende a una clientela compleja que, en algunos casos, adquiere tintes de marginalidad complicados de gestionar. Aún así, pudiendo haber solicitado traslado varias veces, ha preferido ejercer su magisterio en ese ámbito laboral. Le gusta su profesión y se le "llena la boca" hablando de sus niños y niñas. Se la ve feliz y, lógicamente, alguna vez cansada de los sinsabores de una administración que no siempre vela por los intereses de los profesionales, por mucho discurso político manido que escuchemos en época preelectoral.
Nos contaba la otra noche una historia en la que ponía en valor el talante y buen hacer profesional de la Directora de su centro. Mujer de un perfil similar al de mi cuñada, gestionaba con solvencia los conflictos que el día a día se generaban en tan peculiar "campo de batalla". Trajo a colación una anécdota que, afortunadamente, no fue a mayores. Y no lo fue por la profesionalidad de la Directora y ella misma. Esto último lo he añadido yo, como comprenderán. Toñi suele ser muy prudente a la hora de intentar definirse a sí misma y no es de las personas que se echan flores sobre sí misma.
El caso es que una compañera de mi cuñada, maestra de Educación Infantil, tuvo una trifulca importante con un salvaje; un individuo que resultó ser el padre de uno de los alumnos de la citada maestra y que armó un jaleo de mil pares de demonios -por ser suave en los términos- en el centro. Conocido, el individuo de marras, como un maltratador de su mujer e hijos, se coló en el centro queriendo, literalmente, "matar a la maestra". Bueno, a decir verdad, los términos e improperios que el descerebrado usó para acompañar sus pretensiones homicidas no pueden ni deben ser transcritos en este momento, pero pueden hacerse cargo de los mismos en tanto en cuanto el perfil individual de este desalmado es, lamentablemente, habitual en nuestra sociedad.
Acostumbrado a salirse siempre con la suya, especialmente cuando trataba con mujeres, el sujeto se presentó gritando y chillando como un cochino degollado en una matanza. Al parecer, aunque esto es lo de menos, justificaba su actitud por el supuesto trato degradante que le había dispensado el centro en tanto en cuanto le había solicitado por escrito, ¡fíjense el atentado cometido por las funcionarias!, que justificase las reiteradas ausencias de su hijo pequeño al colegio. Ni que decir tiene que dicho protocolo, absolutamente estandarizado como práctica organizativa, se llevaba a cabo en los supuestos en los que los alumnos no asistían con regularidad al centro. El absentismo escolar se había reducido en un porcentaje bastante relevante a partir de esta sistemática tan simple. Aparte de ser ésta, la asistencia, un derecho de los chavales, es una obligación ineludible para aquellos que ejercen la patria potestad sobre sus jóvenes vástagos. El "macho-ofendido" (lo llamaremos así porque no se merece otra denominación), se coló en la clase mientras la maestra impartía docencia al grupo de chavales de su tutoría. La Directora, que se había percatado de la invasión furtiva del intruso a través de la ventana de su despacho, ni corta ni perezosa salió corriendo en pos del desalmado, que se dirigía al edificio donde ocurrieron los hechos. Llegó justo en el momento en que ese estúpido y presuntuoso ejemplar profería gritos amenazantes a la maestra mientras que algunos chavales, atemorizados, comenzaron a llorar asustados. En ese preciso instante, absolutamente crítico y brutal, la Directora le increpó diciéndole que saliera de clase, que no eran modos ni maneras de colarse en el centro ni de dirigirse a una profesional. Acababa de llegar a la puerta del aula. El desalmado, con los ojos intectados en sangre -que diría Alejandro Dumas en alguna de sus novelas-, se volvió y miró incrédulo y fuera de sí a la persona, una mujer, que había osado dirigirse a él, "macho alfa de los de verdad", en esos términos. Se puso, cual chulo barato de playa, a menos de un centímetro de la cara de esta profesional y pretendió intimidarla como solía hacer con las personas que creía más débiles y asustadizas. La Directora no se movió un pelo y aguantó el tirón, recordándole con suave tono de voz que saliese inmediatamente del centro ya que, de no ser así, se vería obligada a llamar a la policía. Viendo el borrico bípedo que su actitud no amedrentaba a esta mujer, pegó un puñetazo en el marco de la puerta -debió lastimarse, a juzgar por el destrozo causado- y salió vociferando de las instalaciones del centro. En ese momento, eran varias las maestras que se habían acercado al lugar de los hechos al percatarse del escándalo que se había formado. Lo primero es tranquilizar a los niños, dijo la Directora, y normalizar la situación. Todas las docentes reunidas se avinieron a ello y fueron despejando el pasillo que daba acceso al aula.
La Directora, Julia, una vez pasado el incidente, reconoció a sus compañeras que ,durante esos segundos críticos, había llevado la procesión por dentro y que no había sido plato de buen gusto enfrentarse a ese energúmeno. Por supuesto, este incidente corrió como la pólvora entre el resto de profesores del colegio y trasladaron sus muestras de felicitación y solidaridad a la profesional que, con riesgo real y palmario de agresión, se había enfrentado al salvaje de marras para defender la integridad de la maestra y de los alumnos que estaban a su cargo. Esa misma tarde, ya más tranquilas, tuvieron ocasión de reflexionar sobre lo ocurrido delante de una buena merienda en la sala de profesores. Lo que hablaron a continuación, repleto de sentido común y de análisis crítico muy afinado, es lo que voy a comentar a continuación. Siguió contando Toñi la historia.
Al margen de otro tipo de consideraciones, dijo Julia como resumen de los comentarios que habían realizado las maestras, estos sujetos -los maltratadores, en acto o en potencia- son individuos con el ego sumamente frágil. No son fuertes, ni por dentro ni por fuera. Además, desconocen otro tipo de recursos y habilidades sociales y aptitudinales para enfrentarse al conflicto, por lo que recurren a lo único que les ha servido a lo largo de toda su vida, esto es, dirigen su agresividad a los que consideran más débiles y las aderezan con amenazas repletas de virulencia y animosidad. Son pavos reales con un espíritu ridículo y enano, si lo comparamos con el despliegue de fuerza aparente que desarrollan cuando se ven atacados o cuestionados en lo más mínimo. Como son más simples que el metabolismo de un caracol, no saben gestionar el conflicto consigo mismos ni con el entorno. Además, se sienten amenazados por todo aquello que cuestiona su frágil identidad personal y social. Ante eso, pues ya sabemos. Pretenden intimidar y destruir todo aquello que les cuestiona. En el caso de este sujeto, lo que realmente le saca de quicio es que una mujer le haya plantado cara. Ya conocemos todos a la pobre mujer que tiene en casa, absolutamente amedrentada y amenazada por su virulencia y agresividad. No concibe otra posibilidad que la dominación y el servilismo; no sabe, en definitiva, relacionarse desde un plano de igualdad con otras personas ni, muchísimo menos, con las mujeres. A éstas las considera inferiores y vulnerables, de ahí su fuerte animosidad. Lo realmente lamentable de todo esto es que lo que están aprendiendo sus hijos en casa les servirá, previsiblemente, para replicar estos roles y modelos defectuosos de relaciones sociales. Aprenderán a sobrevivir, ellas, adoptando la sumisión como bandera y el papel de víctimas en busca de un agresor-protector. Los machos de la familia, tal y como suena, replicarán el papel del padre salvo que ocurra algo imprevisible que les permita escapar de esa esclavitud "genealógica" y, con un alto grado de probabilidades, serán adultos ásperos, en el mejor de los casos, y potencialmente agresores y violentos casi con seguridad. El resto de maestras presentes en la informal tertulia que se terció asintieron comentando sus puntos de vista y poniendo sobre la mesa ese mismo escenario, que se repetía de manera inexorable en muchas familias del centro.
Ante eso, intervino otra maestra, nos queda poco más que educar a sus hijos e intentar que las familias, sobre todo las mujeres, asuman un rol más activo que permita reconducir, hasta donde sea posible, estos arquetipos que amenazan con reproducirse hasta el fin de los tiempos. Y ya estamos con lo de siempre, sobre todo en estas zonas sociales de especial complejidad -Zonas de Transformación Social, las denominaba eufemísticamente la Administracíon-, que la escuela se convierte en un agente de intervención cuya misión se acerca en muchos casos al de la asistencia social. No es que nos importe, concluyó la compañera que intervino, pero tendrían que echarnos una mano de vez en cuando todos aquellos a los que se les llena la boca cuando quieren vendernos la bondad de sus maravillosos proyectos educativos y políticos. Todas asintieron y, poco a poco, se fueron despidiendo. Concluyó el intenso día de trabajo; uno más en aquel centro repleto de buenos y anónimos profesionales que aportaban cada día su pequeño grano de arena para mejorar un poco más el entorno que les tocaba gestionar.
Tras esa historia que Toñi nos contó, todos los presentes estuvimos de acuerdo en considerar que habría que apoyar aún más a los profesionales que trabajaban en este tipo de entornos, al tiempo que valorar el esfuerzo que suponía abordar los problemas a los que se tenían que enfrentar día a día. La verdad es que no sé qué hubiese hecho yo de estar en lugar de la Directora. Posiblemente, digo la verdad, lo mismo. No hay nada como reflexionar y educarse a sí mismo para ampliar el repertorio de respuestas y ser capaz de optimizar las relaciones con los demás y el entorno.
"La entereza y oficio de los profesionales, algo que valorar seriamente para prestigiarlos como se merecen."
@WilliamBasker
1 comentario:
Muy bueno.
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