Por pequeñas que puedan parecernos, hay ciertas cosas que deberían ser inherentes al perfil de cualquier persona que llegase a ocupar un puesto de responsabilidad. Se trata de rudimentos sencillos, que no requieren la realización de cuatro carreras universitarias, un doctorado o un máster. Es más, uno debería de haberlas aprendido desde pequeño, porque son herramientas indispensables para moverse con la vida respetándose a uno mismo y a los demás. Pero ése es otro cantar, hasta qué punto nos influye todo aquello que ha rodeado nuestra particular biografía y educación es algo que generaría rios de tinta. No es mi intención, aquí y ahora, profundizar en ello; lo digo para tranquilizarles.
Mi reflexión se centra en algo tan sencillo como ser puntuales; amar y respetar la puntualidad. Sé que, imaginarán, es algo obvio. Pero no lo es, créanme. Les puedo asegurar que muchas personas que ocupan puestos directivos no lo son. En algunos casos, parece existir la debida justificación que obedece a la masificación de las agendas y eventos que tienen que atender. En otros, lamentablemente, el motivo es más mundano e injustificable. No saben organizarse y se les ha olvidado que respetar a los otros implica, en primer lugar, atenderles como es debido y no entrar en dilaciones innecesarias que no tienen justificación alguna. Lógicamente, dentro de este epígrafe también meteremos los imprevisibles e inopinados cambios de agenda que distorsionan y entorpecen el trabajo de todos aquellos que han procurado cuadrar eventos, tiempos, agentes y actividades. Hay expertos, diplomados en ineptitud e impericia, en generar todos estos desafueros. Se creen los "reyes del mambo". Sí, como un buen amigo decía refiriéndose a uno de estos personajes; una "joven promesa": el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. El mundo y sus habitantes tienen que postrarse a sus pies para rendirles la pleitesía que se merecen, bien por su "alta cuna", bien por sus hipotéticos y oscuros méritos digitalmente obtenidos.
La puntualidad, desde una perspectiva humana, relacional y, cómo no, psicológica, refleja interés y respeto hacia la otra persona. Estás demostrando si eres puntual y diligente que te importa, que valoras su tiempo y que harás todo lo posible por atenderle como es debido. Lo contrario, la impuntualidad crónica y, llegado el caso, patológica, es propia de jefecillos de aldea -que me perdonen los dignos jefes de villorrios y aldeas perdidas por esta expresión-, de muertos de hambre venidos a más que nunca han "tocado bola" y que, una vez aupados a ciertas responsabilidades para las que carecen de experiencia y preparación, entienden que representa un timbre de gloria y un signo de distinción hacerse esperar siempre y en todo momento, a pesar de que no hay ningún motivo razonable para ello. No es improbable que algún cateto, aún más indocumentado que ellos, les haya aconsejado a este respecto, esto es, hacerse esperar como muestra de distinción y ejercicio del poder. Un símbolo de estatus, vamos!
Al llegar tarde, demorar o cancelar de manera sistemática muchas actividades se transmite el mensaje psicológico de incapacidad. Sí, precisamente todo lo contrario de lo que pretenden hacer creer al público o clientela. Una carencia brutal de control en sí mismo y en el entorno que, supuestamente, tienen que administrar. Si lo dijéramos en términos periodísticos, el titular podría ser alguno tal como este: "Dado que soy tan inútil que no sé la manera de administrar mi agenda, te sugiero que no cuentes conmigo para nada". "Casi ná", que diría el torero.
Suelen ser personas, las "tardonas", con una autoestima y autoconcepto bajo mínimos, aunque en algunos casos las ínfulas de grandeza que se dan aparenten frente a terceros despistados todo lo contrario. Buscan de manera continua y afanosa signos externos que magnifiquen su malherido ego y lo encuentran buceando en las malas prácticas de otros tan inútiles como ellos. El hacerse esperar, a veces, puede revelar distinción y alta complejidad de funciones y cometidos que se tienen encomendados. Nadie pone en duda esta circunstancia. Hacerlo de manera continua, haciendo mentir a colaboradores y subordinados para justificar lo injustificable, ralla en la estupidez más supina. Al final, aunque no todos sí muchos de ellos, terminan siendo muñecos rotos que han jugado a dirigir algún cotarro cuando no tenían ni la más remota idea de controlarse y manejar su propia vida y milagros. Suelen rodearse de pelotas y primates trepadores que les animan a perseverar en la estulticia más que aconsejarles prudentemente acerca de actuaciones tendentes a la mejora de ese vicio que degrada a su persona y a la magistratura o dirección que representan. Esos "trepas" son los primeros en hurdir tramas infantiles para acreditar que el jefe de turno no puede atender determinados asuntos por imposibilidad de agenda. Tal para cual. Siempre hay un tiesto para cada flor, que hubiese dicho mi abuela con términos más "salaos" y escatológicos. Pero el mensaje, con independencia de los términos utilizados, está lanzado y es el mismo.
Habiendo trazado ya el perfil psicológico de los impuntuales con responsabilidades toca ahora, a mi juicio, incidir en los aspectos positivos del concepto y aspirar a desarrollar la virtud. Ser puntual significa no sólo atender cualquier obligación a la hora o tiempo fijado sino asumir tanto el cuidado como la diligencia debida en el desempeño de cualquier actuación. Sin ánimo de justificar lo obvio, hay que considerar que el ámbito cultural va a determinar, en gran medida, cuáles son los criterios y estándares aceptables en el tema que nos ocupa para cada ocasión determinada. Aquí, en occidente, tenemos la gran ventaja de que casi nadie se toma a mal una pequeña demora en atender cualquier obligación. Total, el ritmo frenético que se impone a nuestra cotidianidad puede justificar cuadrar los tiempos con absoluta exactitud. Siempre y cuando tenga la debida justificación, un retraso de varios minutos es absolutamente tolerable. Por el contrario, otras culturas como las orientales consideran una terrible falta de respeto cualquier atisbo de impuntualidad. Generalmente, el trabajador de a pie no puede permitirse el lujo de ser impuntual, por lo que no hablamos de él en estos momentos. Es la impuntualidad de aquellos que ostentan responsabilidades lo que nos preocupa. Dado que se mueven en un territorio de, casi, absoluta impunidad, pueden demorarse a su capricho, como hemos comentado al comienzo. Además de generar confusión en todos aquellos que dependen de sus decisiones, provocan el desconcierto y la desconfianza. Luego, cómo no, se quejarán cuando algo sale mal y se afanarán prodigiosamente en la búsqueda de cabezas de turco para que expíen los pecados que, a buen seguro, han cometido ellos mismos con su actitud negligente y desconsiderada.
Aunque no hablamos de casos graves con rasgos psicopatológicos, no es tan infrecuente que alguno de esos jefecillos de tres al cuarto se encuentren pisando un terreno psicológico resbaladizo y pudieran ser diagnosticados, llegado el caso, con algún trastorno. Lógicamente, para evitar frivolidades, habría que triangular adecuadamente este rasgo de conducta con otros indicadores. No se trata de comenzar a señalar con el dedo a nadie a la primera de cambio. Por tanto, prudencia extrema. Veamos algunos posibles ejemplos.
Si el directivo es impuntual, de los de verdad, de los "patológicos", sería interesante comprobar que está libre de culpa en lo que respecta a un hipotético trastorno narcisista. No olvidemos que estas personas buscan de manera denodada y continua ubicarse en el centro del escenario. Buscan que toda la atención se centre en ellas. Por tanto, y en este contexto, llegar tarde no sería más que una estrategia burda y simplona de conseguir alcanzar el centro del universo. "Que el cosmos se pare, que me tengo que subir....", podría decir alguno de estos sujetos.
En casos más extremos y, por tanto, más peligrosos, podríamos estar hablando de la posible existencia de fobias, obsesiones y compulsiones e, incluso, algunos trastornos psíquicos de mayor calado. Salvo estos casos, que requieren la asistencia de profesionales de la psicología y la salud mental, el resto de la casuística de la impuntualidad podría ser evitado con un poquito de respeto, organización, delegación de funciones y sentido común, ni más... ni menos.
"La impuntualidad como grave defecto en aquellos que pretenden convertirse en líderes comprometidos con su entorno."
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