Seguíamos dándole vueltas a la innovadora herramienta tecnológica que se había implantado en la empresa, en fase de "pilotaje", como se nos recordaba de manera reiterada. La verdad es que, afortunadamente, el temperamento de estas latitudes era poco proclive a la sistematización taylorista. Consecuentemente, la gente siguió manteniendo el tipo de relación cordial y "cara a cara" que, con la excusa de hacer alguna gestión o pregunta, nos permitía los desahogos y chácharas que hacían más amena la jornada laboral. Tras varios incidentes en los que el flirteo de algún neófito informático -presuntamente admirador de Príapo por sus maneras e insinuaciones- pudo más que la prudencia, las altas instancias que con tanta ilusión y entusiasmo habían apostado por esa medida, desistieron de su empeño inicial y la nueva herramienta pereció por inanición, ya que hubiera resultado muy fuerte y gravoso el hecho de tener que admitir el soberano error en el que se había incurrido. En sí, la idea no estaba tan mal pero fue impuesta sin conocer a fondo la cultura de la organización donde se implantaba. Es lo que pasa con aquellas técnicas y estrategias que se aplican de manera automática sin hacer una valoración de impacto, o como se llame, con anterioridad a su puesta en marcha. Igual podría haber sido razonable "pilotarla", como gustaban llamar a la fase experimental, para un reducido número de empleados y en tareas en las que se viera que realmente mejoran la productividad y los procesos burocráticos. Aplicarla con agresividad e, incluso, alevosía, no hizo otra cosa que cabrear al personal que, además, ni estaba acostumbrado a ello ni tenía en todos los casos la formación requerida para sacarle todo el partido.
Esto de las tecnologías es un "sinvivir", se quejaba una de nuestras compañeras. La pobre, había tenido, en secuencia, tres de las patologías más frecuentes que nos encontramos cuando se usan, de manera desproporcionada y desmedida, los ordenadores. Les explicaré, Rosa -así se llama ella- es una persona muy trabajadora, de las que ya no quedan. Si tiene que echar media hora más para terminar la faena, lo hace. Si un día no puede escaparse a comer algo, se toma un bocadillo en su mesa de trabajo,...., vamos, lo que no se pueden imaginar. Antes de que la herramienta de mensajería se fuera al traste, ella se aplicó -como les digo, es muy obediente y cumplidora- a usarla hasta tal punto que no se levantaba de la silla ni para mear.... En los últimos dos años le han diagnosticado el síndrome del túnel carpiano, el codo de tenista y una patología cervical que le producía dolores horrorosos al final de la jornada. Manolo y yo hablamos con ella para que se relajara y recondujera su relación con el trabajo; sí, eso tan manido de "trabajar para vivir" en vez de "vivir para trabajar".
Rosa, le dije, o te relajas un poco o vas a terminar mal. No es normal que una mujer joven como tú tenga esos dolores en las muñecas y en la palma de la mano. Eso mismo le ocurrió a mi abuela poco antes de morirse, como algo asociado a la edad. Que te ocurra a ti, conociéndote, sólo puede tener relación con el hecho de que no levantas las manos del teclado. También es normal que tengas problemas con el codo y con el cuello, asi que -es un consejo de amigo- ya te estás escapando para tomar un café con nosotros, con Manolo y conmigo, al bar y, de paso, relajas la musculatura y la mente. Afortunadamente, me hizo caso. La cogí del brazo y nos fuimos los tres a tomarnos un café y estirar las piernas. Hacerle ver a Rosa que no constituía pecado alguno salir un rato de su puesto de trabajo y despejar la mente nos llevó todo el camino hasta el bar. A punto estuvo de volverse a medio camino. Con afecto, no exento de firmeza, la "secuestramos", agarrándola del brazo e invitándola a seguirnos. Nos faltó muy poco para que nos detuvieran por detención ilícita.
Esto de las tecnologías es un "sinvivir", se quejaba una de nuestras compañeras. La pobre, había tenido, en secuencia, tres de las patologías más frecuentes que nos encontramos cuando se usan, de manera desproporcionada y desmedida, los ordenadores. Les explicaré, Rosa -así se llama ella- es una persona muy trabajadora, de las que ya no quedan. Si tiene que echar media hora más para terminar la faena, lo hace. Si un día no puede escaparse a comer algo, se toma un bocadillo en su mesa de trabajo,...., vamos, lo que no se pueden imaginar. Antes de que la herramienta de mensajería se fuera al traste, ella se aplicó -como les digo, es muy obediente y cumplidora- a usarla hasta tal punto que no se levantaba de la silla ni para mear.... En los últimos dos años le han diagnosticado el síndrome del túnel carpiano, el codo de tenista y una patología cervical que le producía dolores horrorosos al final de la jornada. Manolo y yo hablamos con ella para que se relajara y recondujera su relación con el trabajo; sí, eso tan manido de "trabajar para vivir" en vez de "vivir para trabajar".
Rosa, le dije, o te relajas un poco o vas a terminar mal. No es normal que una mujer joven como tú tenga esos dolores en las muñecas y en la palma de la mano. Eso mismo le ocurrió a mi abuela poco antes de morirse, como algo asociado a la edad. Que te ocurra a ti, conociéndote, sólo puede tener relación con el hecho de que no levantas las manos del teclado. También es normal que tengas problemas con el codo y con el cuello, asi que -es un consejo de amigo- ya te estás escapando para tomar un café con nosotros, con Manolo y conmigo, al bar y, de paso, relajas la musculatura y la mente. Afortunadamente, me hizo caso. La cogí del brazo y nos fuimos los tres a tomarnos un café y estirar las piernas. Hacerle ver a Rosa que no constituía pecado alguno salir un rato de su puesto de trabajo y despejar la mente nos llevó todo el camino hasta el bar. A punto estuvo de volverse a medio camino. Con afecto, no exento de firmeza, la "secuestramos", agarrándola del brazo e invitándola a seguirnos. Nos faltó muy poco para que nos detuvieran por detención ilícita.
Aunque parezca una pamplina, comenzó Manolo a comentarnos a este respecto mientras desayunábamos en el bar, la forma en la que se trabaja repercute, en el medio y largo plazo, en nuestra salud personal y bienestar. Por supuesto, también en la psicológica. Cuando yo andaba en el puesto de coordinación en la empresa que bien sabéis, le hice ver a Don José la necesidad de que un experto en ergonomía se pasara por aquí para hacer un estudio serio de nuestras condiciones de trabajo y revisara de manera concienzuda todo el equipamiento e instalaciones que usábamos. Estaba convencido de que era absolutamente necesario porque había visto a varios compañeros jubilados que presentaban problemas físicos parecidos tras haber pasado por determinados puestos. Lamentablemente, la nueva dirección desestimó tal iniciativa; entre otras cosas, porque suponía un gasto -yo pienso que se trataba de una inversión- del que se podía prescindir y no merecía la pena complicarse la vida. Aunque no fue el único motivo, esa fue una de las actitudes que me llevaron a presentar mi dimisión. Quien no cuida a sus trabajadores, no los respeta y, de ese modo, las relaciones comienzan a deteriorarse a lo largo de un camino de "no retorno" que repercute en todos los planos laborales. Así nos va con esta gente, pero este no es el tema que nos tocaba comentar en estos momentos.
Por tanto, le dije a Rosa, aunque te cueste trabajo asumirlo, ya que sabemos que tu carácter es, de por sí, obediente y cumplidor de sus obligaciones. No puedes maltratarte hasta el punto de que sufras por la falta de previsión de otros ni por el cumplimiento de exigencias desproporcionadas. Si hace falta que determinadas personas asuman algunas de las cosas que tienes entre manos, tienes que comentarlo. De no ser así, nadie se preocupará por tus problemas y, al final, serás tú misma y tu familia la que sufrirá las consecuencias de tu celo desmedido. Todo es cuestión de organizarse. Priorizando siempre lo más importante, lo que no pueda terminarse hoy, tendrá que esperar hasta mañana. Recuerda que nadie agradece ni recuerda en el cauce seco el río caudaloso que albergó. Tendrías que realizar determinados cambios en tu actitud, si me lo permites. Tras esta aproximación zen, la del cauce del río, que expuse como argumentación, Manolo se quedó mirándome con media sonrisa pero asintió con los ojos expresando su aprobación. Parece ser, me dije, que tanto diario, terapia y buenas compañías están relajando un poco mi carácter y permitiéndome analizar las cosas sin tanta reactividad. ¿A ver si va a ser verdad lo de la terapia? Bueno, ya seguiré reflexionando sobre este punto más adelante.
Les presentaré un poco más a Rosa. Buena amiga y compañera tras largos años compartiendo jornadas en la empresa, no planteó ninguna duda con relación a nuestras afirmaciones. Era tan cumplidora y obedeciente que rara vez discutía nada a nadie y siempre estaba dispuesta a realizar cualquier favor o esfuerzo adicional para quedar bien.
Te lo decimos en serio, prosiguió Manolo. No soy médico, pero conozco a gente que teniendo esa misma actitud que tú, absolutamente respetable pero contraproducente en el largo plazo, han sucumbido a varias patologías e, incluso, siendo jóvenes, han visto severamente limitadas sus aspiraciones vitales por serios problemas de salud, como la fibromialgia y la fatiga crónica.
No la asustes, Manolo, dije mientras daba un sorbo a mi café.
No pretendo hacer eso, Ramón, pero es amiga nuestra y me preocupa que se encuentre mal.
Mira, le dije, he de confesarte que estoy asistiendo a terapia. Igual, se me ocurre, podrías hacerle una visita a mi terapeuta -Pepa- para contarle cómo te va y comenzar a trabajar en tu caso. No hay que estar loco para buscar ayuda profesional cuando ésta es necesaria, te lo puedo asegurar.
Me parece una idea estupenda, dijo Manolo. No te vendrá demasiado mal acudir a una experta e intentar que el verdadero problema que te aqueja, tu actitud desmedida hacia el trabajo y el cumplimiento exahustivo de una agenda autoimpuesta, te machaque hasta dejarte exánime.
Por tanto, le dije a Rosa, aunque te cueste trabajo asumirlo, ya que sabemos que tu carácter es, de por sí, obediente y cumplidor de sus obligaciones. No puedes maltratarte hasta el punto de que sufras por la falta de previsión de otros ni por el cumplimiento de exigencias desproporcionadas. Si hace falta que determinadas personas asuman algunas de las cosas que tienes entre manos, tienes que comentarlo. De no ser así, nadie se preocupará por tus problemas y, al final, serás tú misma y tu familia la que sufrirá las consecuencias de tu celo desmedido. Todo es cuestión de organizarse. Priorizando siempre lo más importante, lo que no pueda terminarse hoy, tendrá que esperar hasta mañana. Recuerda que nadie agradece ni recuerda en el cauce seco el río caudaloso que albergó. Tendrías que realizar determinados cambios en tu actitud, si me lo permites. Tras esta aproximación zen, la del cauce del río, que expuse como argumentación, Manolo se quedó mirándome con media sonrisa pero asintió con los ojos expresando su aprobación. Parece ser, me dije, que tanto diario, terapia y buenas compañías están relajando un poco mi carácter y permitiéndome analizar las cosas sin tanta reactividad. ¿A ver si va a ser verdad lo de la terapia? Bueno, ya seguiré reflexionando sobre este punto más adelante.
Les presentaré un poco más a Rosa. Buena amiga y compañera tras largos años compartiendo jornadas en la empresa, no planteó ninguna duda con relación a nuestras afirmaciones. Era tan cumplidora y obedeciente que rara vez discutía nada a nadie y siempre estaba dispuesta a realizar cualquier favor o esfuerzo adicional para quedar bien.
Te lo decimos en serio, prosiguió Manolo. No soy médico, pero conozco a gente que teniendo esa misma actitud que tú, absolutamente respetable pero contraproducente en el largo plazo, han sucumbido a varias patologías e, incluso, siendo jóvenes, han visto severamente limitadas sus aspiraciones vitales por serios problemas de salud, como la fibromialgia y la fatiga crónica.
No la asustes, Manolo, dije mientras daba un sorbo a mi café.
No pretendo hacer eso, Ramón, pero es amiga nuestra y me preocupa que se encuentre mal.
Mira, le dije, he de confesarte que estoy asistiendo a terapia. Igual, se me ocurre, podrías hacerle una visita a mi terapeuta -Pepa- para contarle cómo te va y comenzar a trabajar en tu caso. No hay que estar loco para buscar ayuda profesional cuando ésta es necesaria, te lo puedo asegurar.
Me parece una idea estupenda, dijo Manolo. No te vendrá demasiado mal acudir a una experta e intentar que el verdadero problema que te aqueja, tu actitud desmedida hacia el trabajo y el cumplimiento exahustivo de una agenda autoimpuesta, te machaque hasta dejarte exánime.
Manolo y Rosa continuaron comentando al respecto. Mientras, mi mente divagó un rato a la par que me afanaba en impregnar mi tostada de un buen chorreón de aceite de oliva. El caso es que recuerdo que mi incursión con las nuevas tecnologías fue, ocasionalmente, caótica. Creo que lo que tenemos los emigrantes digitales es que no acabamos de fiarnos del todo de estas cosas tan modernas. Los nativos son otra cosa. Se han criado manejando botones y pantallitas y es complicado que asuman que hubo vida ante de estos dispositivos electrónicos.
El caso es que he mantenido actualizada desde siempre una pequeña libreta donde guardaba todos los teléfonos -hoy denominados "contactos"- de la gente cercana. Todo ello, el recurso de la libreta de papel y el bolígrafo, incluso con el uso de los nuevos dispositivos móviles a los que sería una barbaridad decir que sólo les falta hablar, porque lo hacen. No me acabo de fiar de esto y gracias a dicha desconfianza he podido evitar un fiasco y algunas "catástrofes" que sí he visto en otros usuarios. Por ejemplo, no se generó un drama humano el día en que se me cayó el móvil por la escalera y terminó en un generoso charco de agua. Salvo la incomodidad de tener que buscarme otro cacharro, no tuve necesidad de recuperar todos mis contactos porque los tenía escritos y bien guardados en mi pequeña libreta. Al contrario, mi hijo mayor entró en shock el día en que, haciendo el imbécil, se le escurrió el móvil de las manos y se introdujo grácilmente a través de la lisa superficie de la piscina. No había tenido la previsión de escribir sus numeritos para evitar tal contingencia. Cuando le hice ver tamaño despropósito que, además, no le hubiese costado gran trabajo, me hizo ver la obsolescencia (por supuesto, usó otra jerga más "cheli" y tabernaria para tal cometido) de mis esquemas mentales. Concluí diciéndole que sí, que mucho cutrerío prehistórico, pero que a mí, en un supuesto similar, no me había fastidiado en demasía el hecho de recuperar esos números.
Ni que decir tiene que antes, cuando era joven, me sabía de memoria los veinte o treinta números de teléfono que usaba con cierta frecuencia. La efervescencia de las tecnologías ha complicado enormemente dicha faena. Si no se me tildara de exagerado, llegaría a afirmar que hasta el perro estuvo el otro día, con su melosa mirada, pidiéndome un móvil. Estoy de acuerdo en que resulta bastante complicado y poco útil retener en la memoria tanto número como el que habría que recordar y que está accesible con solo apretar dos botoncitos. Lo malo de todo esto es que olvidamos el papel importantísimo de la memoria para formatear nuestro cerebro. Lo bueno, por buscarle siempre algo positivo, es que nos permite liberar la mente de tareas rutinarias para centrarnos en lo que realmente nos identifica y distingue como seres humanos, esto es, la capacidad de reflexión. Lo que no sé, tendré que preguntárselo a mi terapeuta, es si esta sarta de cafres salvajes que constituye la generación de nuestros hijos, realmente utiliza las neuronas que no invierten en la memorización de elementos en cuestiones realmente productivas y reflexivas. Me llena de cierta desazón responder a esa pregunta con los datos que, a través de la observación consuetudinaria, obran en mi poder. Se lo trasladaré a Pepa en una próxima sesión para ver si me ilumina al respecto. Por cierto, que no se me olvide, mañana tengo cita con ella. A ver qué me dice porque la última vez estuvo muy contenta pero esta vez temo que me pregunte por algunos de los ejercicios que me mandó y, servidumbres de la intensa vida familiar y social que uno tiene que atender, no me he prodigado mucho en su realización.
¡Ramón, que te vas! Me comentó Manolo, ya que mi divagación tecnológica me había llevado muy lejos de la tostada y de la charla que manteníamos los tres. Rosa me pidió el número de Pepa, cosa a la que accedí amablemente tecleando en mi móvil, ¡cómo no!, el número de mi "coach" personal.
"La tecnología como herramienta al servicio de las personas; nunca al contrario."
@WilliamBaskerEl caso es que he mantenido actualizada desde siempre una pequeña libreta donde guardaba todos los teléfonos -hoy denominados "contactos"- de la gente cercana. Todo ello, el recurso de la libreta de papel y el bolígrafo, incluso con el uso de los nuevos dispositivos móviles a los que sería una barbaridad decir que sólo les falta hablar, porque lo hacen. No me acabo de fiar de esto y gracias a dicha desconfianza he podido evitar un fiasco y algunas "catástrofes" que sí he visto en otros usuarios. Por ejemplo, no se generó un drama humano el día en que se me cayó el móvil por la escalera y terminó en un generoso charco de agua. Salvo la incomodidad de tener que buscarme otro cacharro, no tuve necesidad de recuperar todos mis contactos porque los tenía escritos y bien guardados en mi pequeña libreta. Al contrario, mi hijo mayor entró en shock el día en que, haciendo el imbécil, se le escurrió el móvil de las manos y se introdujo grácilmente a través de la lisa superficie de la piscina. No había tenido la previsión de escribir sus numeritos para evitar tal contingencia. Cuando le hice ver tamaño despropósito que, además, no le hubiese costado gran trabajo, me hizo ver la obsolescencia (por supuesto, usó otra jerga más "cheli" y tabernaria para tal cometido) de mis esquemas mentales. Concluí diciéndole que sí, que mucho cutrerío prehistórico, pero que a mí, en un supuesto similar, no me había fastidiado en demasía el hecho de recuperar esos números.
¡Ramón, que te vas! Me comentó Manolo, ya que mi divagación tecnológica me había llevado muy lejos de la tostada y de la charla que manteníamos los tres. Rosa me pidió el número de Pepa, cosa a la que accedí amablemente tecleando en mi móvil, ¡cómo no!, el número de mi "coach" personal.
"La tecnología como herramienta al servicio de las personas; nunca al contrario."