04 diciembre 2014

Las ordenanzas militares prusianas: un interesante modelo de gestión organizativa.

Extracto de un correo electrónico recibido por el que suscribe. El remitente, un amigo al que llamaremos Pedro, prefiere mantener el anonimato ya que no se fía en absoluto de la bondad de sus empleadores y desea quedar amparado bajo el paraguas de la protección de datos: "... como te decía, esto es insoportable. Se pasan el día conspirando unos contra otros, como si fueran aprendices de espías, sin tener tiempo ni voluntad de atender y administrar debidamente los intereses de los ciudadanos, que son los que los han votado. Más que altos directivos parecen tahúres del Misisipi... y así se les va el tiempo. Ni marcan directrices serias ni plantean instrucciones claras. Eso sí, creen que impartiendo órdenes absurdas con acritud ejercen su poder y, en definitiva, mandan. No se dan cuenta de lo difícil que es seguir esas órdenes al pie de la letra (muchas no tienen ningún sentido) porque no han pasado en su vida por el tajo y desconocen, a niveles vergonzosos, la dificultad del trabajo de campo. Su obsesión por el control es patológica. Cuando las cosas no salen como quisieran o los medios de comunicación sacan a la luz alguno de sus desmanes o descuidos, arremeten contra sus más directos subordinados machacándoles e imputándoles cualquier pecado que se les viene a la cabeza. Esto va cada vez peor, ya te digo. A ver por dónde nos salen esta vez...". Hasta aquí la transcripción del correo. Pedro, un funcionario honesto y leal, lleva desempeñando puestos de cierta responsabilidad en la administración desde hace más de una década. Es prudente y sabe lo que dice. Ha visto pasar a muchos por los sillones y despachos. Tras leer su correo me puse a reflexionar y me vino a la cabeza algo que había leído sobre gestión en ámbitos administrativos y empresariales. Veamos si consigo reflejarlo en estas líneas...

El Königlich Preußische Armee (ejército prusiano) constituyó una organización militar absolutamente vital para que Prusia se convirtiese en una potencia europea. Tuvo su origen en los mercenarios de Brandeburgo que participaron en la Guerra de los Treinta Años. Es Federico Guillermo I de Brandeburgo el que forma por primera vez un ejército permanente. Sus sucesores, Federico Guillermo I de Prusia y Federico II el Grande incrementaron su tamaño y bajo el mandato de este último obtuvieron la victoria las tropas prusianas en las Guerras de Silesia, aumentando considerablemente su prestigio. Varios militares españoles, entre ellos el Conde de Aranda, se interesaron por la doctrina bélica prusiana, pasando largas temporadas estudiándola en Prusia. Las Ordenanzas Militares de Carlos III, en vigor hasta hace relativamente pocos años en el ejército español, estuvieron inspiradas en dicha doctrina.


Con independencia de su papel militar y estratégico, en lo que no vamos a entrar aquí, en los ejércitos prusianos de finales del siglo XIX las ordenanzas militares establecieron un eficaz sistema que les permitía distinguir nítidamente entre órdenes e instrucciones. Las instrucciones constituían una expresión directa del jefe militar, que no debían ser ejecutadas cuando no fuesen manifiesta y nítidamente practicables; esto es, tenían que ser interpretadas en función del contexto táctico de la batalla. Por el contrario, las órdenes debían ser obedecidas inmediatamente y al pie de la letra. Seguía la doctrina militar abundando en el tema indicando que las órdenes sólo podían emanar de un oficial de campo, que estuviera real y físicamente presente con las tropas afectadas por la actuación y fuera completamente consciente de la situación a la que se enfrentaban. El objetivo de este modus operandi era proporcionar un método adecuado para asegurarse que el cuartel general (no había móviles ni radio en ese momento, claro está) no dirigiera las operaciones por control remoto; lo que podría garantizar, con toda seguridad, el desajuste en la intervención y el fracaso más estrepitoso. Podemos extraer, al menos, tres consecuencias directas de lo comentado hasta el momento: 1) Un ejército (del tipo que sea) no puede ser controlado eficazmente de manera exclusiva por órdenes emanadas desde el cuartel general. 2) El mejor juez de cualquier situación será el individuo que esté situado en el lugar concreto en que se estén desarrollando los hechos. 3) Resulta infinitamente más productiva y valiosa una cooperación inteligente que la ciega obediencia mecánica.

¿Qué sentido, porque lo tiene, podemos encontrar en esta metodología de intervención? Ni más ni menos que asumir que ningún subordinado es capaz de trabajar, intervenir u operar en un adecuado nivel de competencia cuando el jefe supervisa de manera enfermiza cada detalle. Hay que partir de la premisa de que los nombramientos son adecuados y que los subordinados son personas responsables y profesionales que conocen el oficio. Por tanto, es necesario confiar en ellos y dejarlos trabajar. Un número no desdeñable de nuestros directivos no conocen, a buen seguro, esta sencilla manera de operar. No tendrían que acudir a las academias militares para beber de esta doctrina organizativa; un poco de sentido común, capacidad de escuchar a los otros y reflexión personal bastarían. Si, además, proceden de nombramientos digitales o políticos (nuestro más profundo respeto, desde aquí, hacia la política como noble arte de gestionar los intereses de la ciudadanía y del estado), es difícil que personas que desconocen el funcionamiento de la maquinaria compleja de las organizaciones estén, en muchos casos, a la altura de lo que se espera de su desempeño profesional. Confunden rutinariamente lo que son las instrucciones con las órdenes ya que muchos no han aprendido a mandar; seguramente, todos conocemos a unos cuantos que no saben, ni siquiera, obedecer. 
El correo seguía aportándome jugosos datos... "...aunque en apariencia enarbolan la bandera de la democracia y del progreso, en sus actuaciones hacen gala de un conservadurismo rancio y obsoleto. Aplazan las decisiones hasta límites inauditos, fundamentalmente por temor a tomarlas, consiguiendo que muchos asuntos que podrían solucionarse con solvencia y prestancia se tuerzan y pudran en la maraña burocrática que ellos mismos contribuyen a incrementar...". Todo ello me hizo reflexionar sobre los rasgos habituales de la incompetencia. Parece que Pedro, trasladando su experiencia vital, los había retratado con suma nitidez. Me refiero a esto:
Los jefes incompetentes suelen practicar un modo reaccionario y extremadamente conservador en la práctica habitual. Temen adoptar decisiones que se salgan de lo habitual (aunque hayan predicado lo contrario antes de llegar al poder) porque lo primero que aprenden cuando se apoltronan en el sillón es a conservar su puesto; no quieren arriesgar nada ni apostar por soluciones ajustadas a la magnitud de los problemas. Consecuentemente, se agarran a tradiciones absolutamente trasnochadas y obsoletas con la esperanza de que la maquinaria, por sí sola, les soluciones la vida y no les exija adoptar posturas comprometidas.
En su incompetencia, la mayoría de ellos, prefieren los ataques frontales con objeto de elimilar cuanto antes la hipotética amenaza. Desconocen que hay asuntos que requieren un abordaje más cuidadoso, más quirúrgico, en el mejor de los sentidos. Lamentablemente, no disponen de tiempo (tienen que seguir conspirando para medrar en su carrera...) para asumir que hay que invertir tiempo y esfuerzo en el ejercicio de la función directiva. 


Poco después de recibir el correo tuve ocasión de hablar telefónicamente con Pedro. Aprovechando la gestión de un tema común, le pregunté por el asunto que he traído a colación en estas líneas. Estaba razonablemente bien (es un profesional y ha toreado en muchas plazas, por decirlo en términos taurinos) pero sus palabras traslucían cierto desencanto cuando hablaba del trabajo. Afortunadamente, muchos de los asuntos gestionados diariamente salían adelante por el compromiso de buenos funcionarios que, soportando estoicamente a sus jefes, conseguían dignificar su profesión y ejercían, muchas veces a trancas y barrancas, el trabajo que habían elegido. Conseguían que la penumbra que les embargaba de vez en cuando no se trasladara a los ciudadanos que, en última instancia, poca o ninguna culpa tenían del puñado de aficionados que haciéndose pasar por altos directivos -aunque, afortunadamente, no todos ellos- gestionaban sus inquietudes y problemas.



"Instrucciones y órdenes, una compleja ecuación que despejar para líderes incompetentes. El ejemplo prusiano" 

@WilliamBasker









1 comentario:

Unknown dijo...

Es fácil imaginarse el porte de un militar asertivo, con la postura erguida, la cabeza firme, la expresión y la mirada acorde a su discurso, cuya tropa, a la voz enérgica y ejecutiva de “Ar” reacciona de forma instantánea dispuesta a comerse al enemigo y diferenciarlo del semblante superpuesto de otro militar/sheriff de mismo rango con la barbilla hacia fuera, la mirada airada capaz de penetrar el acero y con un mapa bien estudiado de movimientos, que genera la misma reacción en la tropa, pero con sentimientos totalmente diferentes. Mi afición a las películas de contra espionaje y del lejano oeste me ayudan un poco a visualizar ambos tipos.

Trasladado a otros contextos y eventos puede darse la misma diferenciación en organizaciones, familias, vecindarios y todas aquellas relaciones interpersonales que impliquen algún tipo de jerarquía, donde el gobernante superior, se cree el cargo que ostenta de tal forma, que siente la necesidad suprema de sobresalir por encima de los demás y no precisamente por sus buenas acciones ni intenciones. Pudiera ser que una vez se superan todos los umbrales posibles de la incompetencia -esa delgada línea roja que comentas- sobreviene una estupidez mayúscula que empieza a correlacionar de forma positiva con la autoestima, a modo de cóctel molotov. Sin ir más lejos, este fin de semana he sido testigo de un monólogo que no referiría si no fuera porque ejemplifica dicha correlación. Cuanto más tonto, arrogante e ignorante soy, más seguro estoy de mí mismo, mejor hago las cosas y más convencido me encuentro de estar entre ese grupo elitista de personas con “don de gentes” cuyas habilidades sociales están a la altura de las gaviotas, los buitres y demás aves carroñeras que uno puede visitar y observar en el zoo sin correr peligro. Estos también tienen una función vital (como los vampiros del otro post que me dan repelús) quizá, más importante si cabe. No hacen más que recordarnos cómo no tenemos que comportarnos y nos ayudan a ser mejores personas por miedo a acabar abducidos por su "buen hacer", "buen estar" y "buena" capacidad de escucha. Alguien tendría que decirle a este subgrupo humano que por algo nacemos con dos orejas y una boca; para escuchar el doble de lo que hablamos. Insisto que me remito a lo observado, lo de tonto, estúpido, buitre y zoo sólo es una forma metafórica de aplicar contexto a un comportamiento humano observado. No encuentro otras palabras más acertadas con las que explicarme.

En otras especies lo desconozco, en la mía, puesto que pertenezco a la especie animal -de ahí mis ejemplos y alusiones a las aves- "hay gente pa tó e incluso, pa ná”, como decía el torero cuando le presentaron a Ortega y Gasset y le dijeron que era filósofo. Tuvieron que explicarle que “ese gachó con pinta de estudiao” se dedicaba, nada más y nada menos que, como hace este blog -muy bien, por cierto- a analizar los pensamientos de la especie animal en cuestión y a escribir sobre sus comportamientos.

Bueno, aunque mi reflexión se vaya a Paraguay. No todo está perdido si te rodeas de líderes peculiares. Hay un sastre que ha revolucionado el sector textil con su "traje Ibáñez". Regalo de la casa para el angelito inspirador, el cuál, tuvo la amabilidad de reírse en público de él y así consiguió la comercialización, sin coste para el sastre, de dicha línea de vestimenta en la que lo único que se echa de menos son los bolsillos. Yo siempre he pensado que ese tipo de prenda estaba reservada para cambiarte de barrio pero parece que ahora se pondrá de moda entre nuestros políticos. Yo en mi carta de Reyes pediré a los ingenieros de Ikea que me rellenen un container y se lo manden a quien crean conveniente junto con el carbón de toda la vida. Incluiré la versión anti psicópata (necesito hablar con ese sastre como sea) con camisa de fuerza de extra.

Un saludo.

El tigre herido...