Tras nuestras reflexiones, "en positivo", sobre la buena gobernación de las organizaciones, todos estuvimos de acuerdo en que sería interesante y razonable -es lo que más nos gusta, que conste- ilustrar con algunos casos prácticos que cada uno hubiese vivido las buenas y malas prácticas en la gestión corporativa.
Andrés, siempre tan dispuesto a colaborar, intervino para contarnos el caso que habían sufrido estoicamente en su departamento (perteneciente a la administración) hace varios años. Padecieron a una jefa, especialmente inexperta y con lagunas (según sus adláteres) u océanos (versión más creíble que emanaba de la gente sensata y experimentada que sufría sus continuas meteduras de pata) que respondía perfectamente al perfil organizativo de inepta de reconocido prestigio; esto último, entre otras cosas, por su afán desmedido de notoriedad y presencia mediática. El caso es que los cargos intermedios, hartos de su incompetencia -además, la chica era arrogante, déspota y con tendencias sociopáticas- decidieron comenzar a jugar sus cartas; de no ser así, podrían haber seguido la senda tortuosa de varios colegas que tuvieron que largarse del departamento como medida desesperada de supervivencia y salud mental. Denominaron a su estrategia bélica "ataque puntual básico".
Ante nuestro estupor y ganas de intervenir, Andrés nos rogó paciencia. Se explicaría a continuación con todo lujo de detalles.
A su jefa el cargo que ocupaba le venía manifiestamente grande -o enorme, según qué fuentes consultadas- pero tenían que aguantarla porque su nombramiento, cómo no, provenía de la digitalidad política ("a dedo", en román paladino). Perpetraba desmanes sin descanso, uno tras otro, por lo que decidieron echarle imaginación al asunto y reflexionaron al respecto. Llegaron a la conclusión por unanimidad y aquilataron que aquello se parecía cada vez más a una jaula de grillos y que se encontraban a punto de estallar o al borde de un escarpado precipicio; igualmente malas ambas opciones, como puede apreciarse. Por tanto, plantearon la necesidad perentoria de controlar los dictados que emanaban de los desvaríos y estravagancias de la buena señora. Tuvieron que ejercer una manipulación sutil, que se llevó a cabo con la inestimable ayuda y hábil desempeño de cierto funcionario muy influyente -léase aquí, con autoridad y experiencia- que también sufría los sinsabores de tan nefasta gestión. Contaba este funcionario que la responsable política de marras se paseaba de vez en cuando por las dependencias donde él trabajaba. De su experiencia en el trato con ella lo más agradable que podía decir, siendo discreto y diplomático, es que era una persona absolutamente vacía; lo peor de todo era que no se recataba en absoluto y lo evidenciaba cada vez que abría la boca. Era habitual el uso de expresiones sublimes y presuntuosas por parte de la jefa, que los sufridores se dedicaron a recopilar y coleccionar hasta compilar un sugestivo glosario, haciendo uso de una retórica efectista pero absolutamente hueca en cuanto a sustancia y contenido.
A su jefa el cargo que ocupaba le venía manifiestamente grande -o enorme, según qué fuentes consultadas- pero tenían que aguantarla porque su nombramiento, cómo no, provenía de la digitalidad política ("a dedo", en román paladino). Perpetraba desmanes sin descanso, uno tras otro, por lo que decidieron echarle imaginación al asunto y reflexionaron al respecto. Llegaron a la conclusión por unanimidad y aquilataron que aquello se parecía cada vez más a una jaula de grillos y que se encontraban a punto de estallar o al borde de un escarpado precipicio; igualmente malas ambas opciones, como puede apreciarse. Por tanto, plantearon la necesidad perentoria de controlar los dictados que emanaban de los desvaríos y estravagancias de la buena señora. Tuvieron que ejercer una manipulación sutil, que se llevó a cabo con la inestimable ayuda y hábil desempeño de cierto funcionario muy influyente -léase aquí, con autoridad y experiencia- que también sufría los sinsabores de tan nefasta gestión. Contaba este funcionario que la responsable política de marras se paseaba de vez en cuando por las dependencias donde él trabajaba. De su experiencia en el trato con ella lo más agradable que podía decir, siendo discreto y diplomático, es que era una persona absolutamente vacía; lo peor de todo era que no se recataba en absoluto y lo evidenciaba cada vez que abría la boca. Era habitual el uso de expresiones sublimes y presuntuosas por parte de la jefa, que los sufridores se dedicaron a recopilar y coleccionar hasta compilar un sugestivo glosario, haciendo uso de una retórica efectista pero absolutamente hueca en cuanto a sustancia y contenido.
Siguió contando Andrés, mientras trazaba el perfil de aquella jefa, que se trataba de una reputada ladrona y mangante organizacional. Nos explicó que nunca tenía ideas o pensamientos propios, así que dedicaba su tiempo a hurtar los que le parecían mejores para cada ocasión. Curiosamente, no oficiaba el hurto con criterios aleatorios; antes bien, se las apropiaba en función de la convicción con las que dichas ideas eran expuestas por su interlocutor ocasional. Como se trataba de una práctica similar en todos los casos y simple como la receta de cocina de un huevo frito, más pronto que tarde visualizaron el camino a seguir para poder contrarrestarla; vieron "la luz" al final del escabroso túnel. Bautizaron su plan de ataque con una expresión coloquial para referirse al mismo en clave criptográfica: "la maceta de geranios". Como oyen, una maceta con un geranio plantado.
La metodología a seguir para "reconducir" a la jefa inepta era simple (ella lo era aún más, de ahí que no se diera cuenta de la jugada en ningún momento). Cuando querían plantear o conseguir algo, el funcionario "vector" se acercaba a verla por la mañana y sembraba una pequeña semilla en la maceta de geranios (en estos momentos, obviamente, el tiesto sólo tenía tierra...). Como hemos dicho con anterioridad, por absurda que fuese la idea-semilla, expuesta con la persuasión histriónica suficiente tenía asegurado su crecimiento en la mente-tiesto-maceta de la alta magistratura a la que iba dirigida. Al cabo de poco tiempo, la jefa manifestaba una inquietud y efervescencia creciente ya que su inseguridad le hacía hervir interiormente porque no sabía por dónde meterle mano a la maceta con la nueva semilla, ya convertida en brote incipiente. Los pocos planes o citas que tenía en su agenda se caían literalmente, volviendo loca a su secretaria, que procedía a efectuar el habitual y tedioso ritual de anulaciones de citas y asuntos pendientes a los que, por "problemas gravísimos y urgentes sobrevenidos", la jefa suprema no podía atender en ese momento. Lógicamente, quedaban postergados "sine die". Alguien, esto lo hacían aleatoriamente para jugar al despiste, se acercaba a ella para regar con unas gotas de agua la semilla plantada esa mañana. Con una o dos sesiones de regado adicional (siempre orquestado por el "estado mayor" de jefes intermedios), conseguían que al final del día o semana la planta, el geranio, se hubiera desarrollado espectacularmente y nuestro "pelargonium peltatum" adquiría una presencia sólida y frondosa. Cómo no, la jefa acompañaba con alguna de sus frases sublimes el crecimiento del vegetal: "lo he meditado profundamente", o " tras analizar y valorar todas las opciones disponibles"... El caso es que la semilla solía crecer porque la buena señora, simple como una pastilla de jabón, hacía suyo el discurso que le habían inoculado subrepticiamente, en dosis homeopáticas.
Toda esta ingeniería botánica podía generar ocasionalmente problemas colaterales; por ejemplo, una vez que la planta había arraigado y se mostraba exuberante, no había posibilidad alguna de arrancarla. Por tanto, sabedores de los efectos secundarios de tan sutil operación, los sufridores se dedicaban a vigilar el estado vegetal de las ideas propias y las de sus correligionarios. Incluso recuerda nuestro interlocutor algún sufridor que decía, tras salir del despacho cabreado cual zulú hambriento, "pero quién ha sido el imbécil que le ha sembrado esa idea en la cabeza. A ver cómo arreglamos el entuerto que se ha liado". Como verán, ni la ingeniería más descollante permanecía ajena a los efectos nocivos de las mutaciones aleatorias.
Afortunadamente, terminó su disertación Andrés, nunca nos tentó la inmodestia a este respecto ya que ninguno de nosotros llegó a considerarse un reputado artista de la ornamentación floral, sino simples y afanosos jardineros corporativos.
Todos aplaudimos la pequeña historia ya que reflejaba hasta qué punto la naturaleza corporativa, sabia como ella sola, generaba sus propias herramientas metodológicas, y botánicas, para sobrevivir a la estulticia y la adversidad.
Reflexionamos largamente sobre la suculenta crónica que nos había regalado Andrés llegando a la conclusión de que, al igual que la naturaleza y la evolución, los seres vivos ubicados en un determinado nicho ecológico evolucionan, adaptándose al entorno, o perecen en el intento. Aquí podemos apreciar un interesante ejemplo de adaptación al medio, donde las ínfulas de grandeza del depredador -depredadora, en este caso-, así como su desconocimiento basal del terreno propiciaron la creación de curiosas estratagemas con objeto de procurarle carnaza y alimento que evitase, en última instancia, la devastación del hábitat corporativo.
A continuación le tocó el turno a Pepa. Como el próximo enredo prometía, decidimos hacer un alto en la tertulia para hidratarnos debidamente, no fuera a ser que nos aquejase una inoportuna y traicionera lipotimia. Pedimos una nueva ronda que nos fue servida con la celeridad habitual. Pepa comenzó su intervención....
Continuará...
Reflexionamos largamente sobre la suculenta crónica que nos había regalado Andrés llegando a la conclusión de que, al igual que la naturaleza y la evolución, los seres vivos ubicados en un determinado nicho ecológico evolucionan, adaptándose al entorno, o perecen en el intento. Aquí podemos apreciar un interesante ejemplo de adaptación al medio, donde las ínfulas de grandeza del depredador -depredadora, en este caso-, así como su desconocimiento basal del terreno propiciaron la creación de curiosas estratagemas con objeto de procurarle carnaza y alimento que evitase, en última instancia, la devastación del hábitat corporativo.
A continuación le tocó el turno a Pepa. Como el próximo enredo prometía, decidimos hacer un alto en la tertulia para hidratarnos debidamente, no fuera a ser que nos aquejase una inoportuna y traicionera lipotimia. Pedimos una nueva ronda que nos fue servida con la celeridad habitual. Pepa comenzó su intervención....
Continuará...
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