OLGA
Olga estaba harta de escuchar a su pareja, Andrés. Lo quería, al menos eso pensaba, pero no aguantaba su parloteo insustancial cada vez que la veía baja de tono, deprimida o, incluso, llorando sentada en el sofá. Ella no podía tener una depresión, eso sólo le ocurría a los demás, a los débiles. Ella era fuerte, siempre lo había sido. Sobrevivió con aparente éxito a una niñez en la que tuvo todo lo que quería, ¿lo tuvo? Creció en una familia acomodada cuya madre, ocasionalmente, presentaba ciertos bajones anímicos que sobrellevaba con alguna pastilla cuyo nombre no recuerda en estos momentos. No tenía quejas sobre su madre, máxime cuando siempre pudo tener lo que quiso y, reconoce, la dominaba desde que tenía uso de razón. Es cierto que, en su entorno, la llamaban caprichosa a veces, pero no era algo que le supusiera ningún problema. ¿Qué mal había en tener todo lo que quería si podía disponer de ello? Hubiera sido estúpida o mojigata si no hubiese cogido todo lo que se ponía a su alcance. Su padre, el gran hombre, era un buen tipo, al menos en apariencia. Distante y lejano, ya que ocupaba la mayor parte del tiempo en sus labores profesionales, sobrevolaba por su vida de una manera episódica. Le profesaba una admiración ciega y siempre quiso ser como él. Durante su adolescencia y primera juventud había pasado por ser una chica atractiva, bien parecida y con unas ganas enormes de comerse el mundo. Admiraba el modelo paterno hasta tal punto que siguió sus pasos y muy pronto, recién acabada la carrera universitaria, encontró fácil acomodo en una de las empresas filiales del entramado que dirigía su progenitor. Ni que decir tiene que, siempre y en todo momento, consideró que merecía los puestos que iba ocupando, sin llegar a plantearse que lo hacía por las influencias y maniobras corporativas que su padre iba pergeñando para que la niña se hiciera un hueco en los negocios. Cualquier padre, se decía, lo hubiese hecho por sus hijos. El término "nepotismo" estaba desterrado de su vocabulario ya que siempre se creyó, por su valía y personalidad, merecedora de cualquier prebenda. Por tanto, no se podía quejar. Lo tuvo muy fácil desde el principio ya que no peleó especialmente por la búsqueda y ocupación de los diferentes puestos que ocupó. Por tanto, resumiendo una larga historia y haciéndola más corta, ¿cómo iba ella a estar deprimida? Joven, en la treintena, sin hijos o familia que atender, absolutamente independiente y disfrutando de un panorama laboral en el que había ido encadenando éxitos sucesivos a lo largo de su corta pero fructífera carrera. Se equivocaba Andrés y todo aquel que pensara que podría estar deprimida; eso sólo les pasaba a los débiles, cobardes y gente sin personalidad. Ella, una mujer de éxito que controlaba su vida y la de los demás a la perfección, no podía caer tan bajo. Eso era algo impensable; una locura.
Andrés era un buen hombre pero ella sabía que la relación no había pasado de lo superficial. Atractivo, abogado en ejercicio y fácilmente manipulable (sonreía al pensar esto último). En cualquier caso, resultaba cómodo tener alguien en casa que la esperase cuando daba por terminada las interminables jornadas laborales a las que se sometía, siempre estresada y deambulando con prisas de una reunión a otra. Ella controlaba la situación y sabía que cuando le interesara, como había hecho en más de una ocasión anterior, lo desplazaría cómodamente de su vida y buscaría otra opción sentimental más favorable. No obstante, resultaba cansino escucharle repetir continuamente la misma cantinela: "tienes que ir a un psicólogo", "debes buscar ayuda profesional", "no puedes seguir llorando por los rincones"... Más de una bronca había surgido como reacción explosiva a tanta insistencia. Le fastidiaba especialmente que recalcara sus momentos de "bajón" anímico. ¡Todo el mundo los tenía! No podía aguantar la estupidez de la gente, era algo que superaba su capacidad de resistencia. Siempre había gente ingrata que no era capaz de reconocer sus méritos y que, a sus espaldas, a buen seguro que la criticarían por ser como es. Todos, sin excepción, eran basura y escoria; miserables que no sabían ni podían tenerse en pie y que lo único que hacían era envidiar el éxito de personas brillantes como ella. Tras la enésima bronca con su pareja, encendió el ordenador y se dedicó a ordenar su particular portfolio, su rincón del ego. En carpetas sistemáticamente clasificadas iba recogiendo todas las reseñas de prensa que aparecían y en las que era nombrada. Había una, denominada "basura", en la que iba recogiendo todas aquellas críticas salvajes y despiadadas que, a su entender, miserables plumillas se atrevían a plasmar sobre su buen quehacer profesional. Había dos de ellos, particularmente, a los que había dedicado unas subcarpetas específicas ya que no pasaba un mes en el que, utilizando sus columnas periodísticas o blogs, no le dedicaran ningún dardo afilado, con cualquier excusa. Se había permitido, incluso, alojar en cada subcarpeta una fotografía de ambos periodistas, que había editado previamente, en la que sus rostros aparecían atravesados por múltiples alfileres, como si de un ejercicio de vudú africano se tratase. Era su particular, divertida, íntima y macabra manera de vengarse de sus infundados, eso creía ella, ataques furibundos y envidiosos.
Otra cosa eran sus subordinados. Estaba harta de sacar de la miseria a más de uno, convirtiéndolo en colaborador directo y, como no podía ser de otra manera, exigiéndole entrega y dedicación absoluta a su causa. Para eso les pagaba y ellos tenían el honor de trabajar para ella. No había uno que aguantase más de medio año en el puesto ya que pronto caían en la desidia y el marasmo. Eran unos inútiles.Tenía que sacudírselos de encima. Afortunadamente, ello no le generaba el más mínimo problema moral. Se lo merecían por vagos y desleales. No habían aprovechado su momento de gloria y sólo merecían el ostracismo. A los que no podía echar, los apartaba inmisericordemente y los exiliaba a oscuros despachos alejados de su vista ya que, incluso, le desagradaba profundamente encontrárselos por los pasillos. Era una cuestión, pensaba, más de estética que de ética. Los que la acusaban de falta de empatía o sentimientos eran unos fracasados que no tenían ni dos dedos de frente. A buen seguro, si de ellos dependiera, habrían hundido el barco que ella, afanosamente, se dedicaba a mantener a flote y con buen rumbo a pesar de todas las calamidades y adversidades a las que tenía que hacer frente. Su trabajo no estaba pagado y cogía unos enfados absolutamente brutales cuando se enteraba que algún subordinado, por circunstancias de antigüedad o catalogación del puesto de trabajo, ganaba un sueldo mayor que el suyo. Era algo que la exasperaba y le ponía a hervir la sangre. El mundo era profundamente injusto, especialmente con gente de valía como ella.
Al final, decidió hacer caso a su pareja, Andrés, y para evitar más broncas y calmar un poco el ambiente asumió como un castigo el hecho de acudir a terapia. Era algo que, sabía, no iba a servirle para nada ya que no se fiaba ni un pelo de esos psicólogos o psiquiatras que hacían su agosto atendiendo a infelices cuyo único problema era que no tenían el arrojo de sacudirse el polvo de la caída y seguir caminando. Todo sea, se dijo, por evitar más jaleos. O dejo a este hombre o lo mantengo callado asistiendo a varias sesiones de terapia. Mujer pragmática e inteligente, optó por lo segundo. Cuando Andrés le dijo que le había cogido hora con un psicólogo, Pedro, esbozó un boceto de sonrisa y dirigió sus pensamientos hacia metas más provechosas. Había pasado por cosas peores...
PEDRO. Ψ
Tras varias sesiones de trabajo con Olga y Andrés, creo que este último lo tiene crudo y complicado. Ella, particularmente curiosa con su puesta en escena, no paró en toda la hora de alabarse a sí misma y de pretender explicarme que era, poco más o menos, el centro del universo. Saltaba, sin solución de continuidad, de los honores y alabanzas que había recibido a lo largo de su vida hasta el trabajo que le costaba tratar con, como ella les llamó sin el menor complejo, "idiotas y descerebrados". Percibí una necesidad imperiosa por recibir el reconocimiento de los demás y un trato zafio y descarnado hacia aquellos que, en su opinión, no caían rendidos ante su capacidad de trabajo y gestión, ante su excelencia como persona. Eso es algo, en principio, que puede ser natural como la vida misma y que puede darse en muchas personas, pero el grado de sumisión que ella exigía a los demás rayaba en lo patológico, aunque quiero ser prudente. Aún no tengo todos los datos que preciso para hacer una valoración más ajustada ni creo que pueda establecer, en estos momentos, un diagnóstico cerrado que "etiquete" a Olga con un Trastorno de la Personalidad de tipo Narcisista, ya que ello exigiría una rigidez estereotipada de sus conductas que le impidiese adaptarse, en todo momento y lugar, a su contexto vital y a todas las situaciones cotidianas a las que se enfrenta cada día. Parece razonablemente contenta y presenta ciertos altibajos que le ha costado reconocer. Podrían deberse a muchas cosas, en principio. Ella lo achaca al estrés, responsabilidades y trabajo desmedido que desarrolla en cada jornada laboral. No obstante, me preocupa el curso que puede seguir su vida ya que, a tenor de lo que me han contado ambos, los derroteros de su historia vital podrían complicarse y degenerar hasta el punto de confinarla en un rango limitado y rígido de conductas y pensamientos estereotipados que la hagan transitar por una senda de sufrimiento personal , sin contar con el de sus familiares y allegados. Lo difícil va a ser trabajar con ella ya que no se abre, ni amparada por la confidencialidad del trato, y exhibe una continua fachada de suficiencia que, a la larga, puede quebrarse con relativa fragilidad.
He de reconocer que muestra una gran capacidad de encaje e improvisación. Sería una buena actriz, sin duda. Actúa, de manera histriónica y bastante convincente, como si fuese una víctima inocente en manos de terceros sin escrúpulos que no reconocen su valía ni méritos. Nunca asume, ni por casualidad, la culpa de nada de lo que le ocurre. Al mismo tiempo, su autoimagen está, a mi modo de ver, excesiva y paradógicamente sobredimensionada; hasta tal punto que siempre termina comparándose con los demás para, a renglón seguido, infravalorar a toda persona de su entorno. Creo que Andrés es, aquí sí me arriesgaría, una víctima más en manos de Olga. Lo utiliza cuando y como quiere para lograr todos sus fines y dudo mucho que sus sentimientos hacia él sean sinceros, al menos en los términos de sinceridad que cualquier pareja requeriría para seguir funcionando medianamente bien y de manera normalizada. Es más, creo que hasta le da igual. Envidiosa lo es, y mucho. Lo primero que hizo fue avasallarme con sus incontables méritos para, intuyo, cotejarlos con los mios y bailar la eterna danza de la comparación que habitualmente escenifica con todos aquellos a los que se enfrenta. Creo que pude soslayar la cuestión con cierta diplomacia y no entré en su juego ya que me temía, desde el principio, que podía tomar como una ofensa cualquier mérito personal que pudiese comentarle por mi parte para dejarla tranquila. No cesaba de intentar reflejar una imagen personal que, estoy convencido, no representaba la esencia de su persona. Intentaba explicar su vida en términos tan laudatorios que no pretendía otra cosa salvo impresionarme y ubicarme en un plano inferior al que ella representaba. Daba igual el área o ámbito: brillantez académica, pasión romántica, actividad sexual, o cualquier otra que se le ocurriera. Exhibía el mismo patrón en todas las conductas y hábitos que sacaba a colación. La dejé hablar o, sería mejor decirlo así, difícilmente pude intercalar algunas cortas preguntas en su electrizante y vertiginoso monólogo.
Más tarde, pude mantener una charla amigable con Andrés, a solas. En mi opinión, aunque no se lo dije en esos términos, representaba el rol de "tonto útil" o marioneta absolutamente desprovista de verdadero espíritu que se mueve al son de los dictados de su ama. Este papel lo asumían, en el ámbito profesional de Olga, más de una persona, permitiéndole mantener el control sobre su entorno a través de estos acólitos o esbirros. No sabía este buen hombre, y tampoco me pareció el momento de hacer tan funesta premonición, que en estos casos es altamente probable que la pareja se rompa cuando la otra parte (llamémosle narcisista por economía de términos, aunque sea en una fase que podríamos calificar de pre-mórbida) le ha exprimido todo el jugo vital, vampirizándolo, y no tiene nada más que sacarle. En ese caso, podría pasar, en un abrir y cerrar de ojos, de persona aparentemente querida a tiesto que se arroja al trastero porque ya no es útil. He visto más de un caso y, por experiencia y ojo clínico, éste tenía todas las papeletas de serlo. Se quejaba este buen hombre de que su relación con ella no iba bien en esos momentos. Al principio, cuando la conoció hace un par de años, todo resultaba excitante y fascinador. La veía poseída por la fuerza y magnetismo de una diosa. Inteligente, popular, encantadora y ocupando siempre, en cualquier contexto social, el foco de la atención. A pesar suyo y rogándome la máxima confidencialidad, me llegó a reconocer que había llegado a descubrir que prácticamente todo eso constituía una fachada, algo efímero y superficial. Se sentía, en algunos momentos, cansado de la relación ya que nada de lo que hacía para contentarla era suficiente. La quería, y mucho, pero su capacidad de aguante estaba llegando a un límite. Deseaba encontrar el camino a seguir para recobrar la frescura de los primeros momentos y estaba dispuesto a intentar lo que yo le aconsejase. Se le veía, en esos momentos de relativa intimidad y con todas las defensas bajadas, un hombre desesperado.
Escuché atentamente todas sus palabras, reflexionando internamente sobre ellas. Me vino a la cabeza el símil de las matrioskas o muñecas rusas. Son estos divertidos cacharros, como sabemos, elementos decorativos que guardan dentro de sí réplicas idénticas de su cubierta exterior. Su cuerpo está absolutamente vacío de sustancia y se limitan a esconder en su interior réplicas de la superficie. Es así como suelen ser las personas como Olga, prácticamente fachada y poco más. Sus sentimientos no acostumbran a ser sinceros y muchos de ellos no se sienten, en su fuero interno, cómodos con exhibir continuamente esa careta que utilizan como armadura de protección hacia un entorno que consideran hostil. En realidad, no son todo lo fuertes que aparentan. Lo peor es que nuestra sociedad actual, altamente competitiva, tiende no sólo a tolerar sino a incentivar muchas formas de narcisismo ya que son confundidas con facetas y expresiones del éxito personal y social. Los narcisistas más acusados han idealizado una imagen de sí mismos que no se corresponde con su "yo real" y se dedican a implementarla en todo momento con objeto de evitar que los demás les hagan daño o que, incluso, ellos mismos puedan llegar a procurárselo. La sensación de verse como el "patito feo" de cualquier entorno social les hace evitar a toda costa pensar en ello e iniciar, como estrategia de supervivencia, una frenética huída hacia adelante donde les suele dar igual dejar mutilados o damnificados por el camino. Ya que sufren ellos, que sufran los demás, qué mas da. No tienen complejo ni reparo alguno a la hora de prejuzgar, ridiculizar o culpabilizar a cualquiera y, en algunos casos, llegan a ser personas absolutamente abusivas, en términos emocionales. Parece ser que necesitan hacer sentir inferior a cualquier otro que tienen delante y, con ese miserable "modus operandi", engordar su frágil ego y sentirse mejor ante ellos mismos y el mundo que les rodea.
Andrés me dio la impresión de que, en muchos momentos, se sentía saboteado emocionalmente. Eran demasiadas las ocasiones en las que Olga lo manipulaba -eso pude deducir de estos encuentros con ellos- y que le recordaba que le había aportado mucho en su vida para lo ingrato que él estaba siendo con ella, recurriendo continuamente a la victimización crónica para hacer que este hombre se sintiera en inferioridad de condiciones y sin capacidad de maniobra. Le tendré que dar vueltas a cómo gestiono este asunto ya que no debo perder mi objetividad, pero las características de esta mujer me enervan especialmente, sobre todo porque no son pocas las ocasiones en las que me he encontrado con personajes similares. Iremos viendo...
He de reconocer que muestra una gran capacidad de encaje e improvisación. Sería una buena actriz, sin duda. Actúa, de manera histriónica y bastante convincente, como si fuese una víctima inocente en manos de terceros sin escrúpulos que no reconocen su valía ni méritos. Nunca asume, ni por casualidad, la culpa de nada de lo que le ocurre. Al mismo tiempo, su autoimagen está, a mi modo de ver, excesiva y paradógicamente sobredimensionada; hasta tal punto que siempre termina comparándose con los demás para, a renglón seguido, infravalorar a toda persona de su entorno. Creo que Andrés es, aquí sí me arriesgaría, una víctima más en manos de Olga. Lo utiliza cuando y como quiere para lograr todos sus fines y dudo mucho que sus sentimientos hacia él sean sinceros, al menos en los términos de sinceridad que cualquier pareja requeriría para seguir funcionando medianamente bien y de manera normalizada. Es más, creo que hasta le da igual. Envidiosa lo es, y mucho. Lo primero que hizo fue avasallarme con sus incontables méritos para, intuyo, cotejarlos con los mios y bailar la eterna danza de la comparación que habitualmente escenifica con todos aquellos a los que se enfrenta. Creo que pude soslayar la cuestión con cierta diplomacia y no entré en su juego ya que me temía, desde el principio, que podía tomar como una ofensa cualquier mérito personal que pudiese comentarle por mi parte para dejarla tranquila. No cesaba de intentar reflejar una imagen personal que, estoy convencido, no representaba la esencia de su persona. Intentaba explicar su vida en términos tan laudatorios que no pretendía otra cosa salvo impresionarme y ubicarme en un plano inferior al que ella representaba. Daba igual el área o ámbito: brillantez académica, pasión romántica, actividad sexual, o cualquier otra que se le ocurriera. Exhibía el mismo patrón en todas las conductas y hábitos que sacaba a colación. La dejé hablar o, sería mejor decirlo así, difícilmente pude intercalar algunas cortas preguntas en su electrizante y vertiginoso monólogo.
Más tarde, pude mantener una charla amigable con Andrés, a solas. En mi opinión, aunque no se lo dije en esos términos, representaba el rol de "tonto útil" o marioneta absolutamente desprovista de verdadero espíritu que se mueve al son de los dictados de su ama. Este papel lo asumían, en el ámbito profesional de Olga, más de una persona, permitiéndole mantener el control sobre su entorno a través de estos acólitos o esbirros. No sabía este buen hombre, y tampoco me pareció el momento de hacer tan funesta premonición, que en estos casos es altamente probable que la pareja se rompa cuando la otra parte (llamémosle narcisista por economía de términos, aunque sea en una fase que podríamos calificar de pre-mórbida) le ha exprimido todo el jugo vital, vampirizándolo, y no tiene nada más que sacarle. En ese caso, podría pasar, en un abrir y cerrar de ojos, de persona aparentemente querida a tiesto que se arroja al trastero porque ya no es útil. He visto más de un caso y, por experiencia y ojo clínico, éste tenía todas las papeletas de serlo. Se quejaba este buen hombre de que su relación con ella no iba bien en esos momentos. Al principio, cuando la conoció hace un par de años, todo resultaba excitante y fascinador. La veía poseída por la fuerza y magnetismo de una diosa. Inteligente, popular, encantadora y ocupando siempre, en cualquier contexto social, el foco de la atención. A pesar suyo y rogándome la máxima confidencialidad, me llegó a reconocer que había llegado a descubrir que prácticamente todo eso constituía una fachada, algo efímero y superficial. Se sentía, en algunos momentos, cansado de la relación ya que nada de lo que hacía para contentarla era suficiente. La quería, y mucho, pero su capacidad de aguante estaba llegando a un límite. Deseaba encontrar el camino a seguir para recobrar la frescura de los primeros momentos y estaba dispuesto a intentar lo que yo le aconsejase. Se le veía, en esos momentos de relativa intimidad y con todas las defensas bajadas, un hombre desesperado.
Escuché atentamente todas sus palabras, reflexionando internamente sobre ellas. Me vino a la cabeza el símil de las matrioskas o muñecas rusas. Son estos divertidos cacharros, como sabemos, elementos decorativos que guardan dentro de sí réplicas idénticas de su cubierta exterior. Su cuerpo está absolutamente vacío de sustancia y se limitan a esconder en su interior réplicas de la superficie. Es así como suelen ser las personas como Olga, prácticamente fachada y poco más. Sus sentimientos no acostumbran a ser sinceros y muchos de ellos no se sienten, en su fuero interno, cómodos con exhibir continuamente esa careta que utilizan como armadura de protección hacia un entorno que consideran hostil. En realidad, no son todo lo fuertes que aparentan. Lo peor es que nuestra sociedad actual, altamente competitiva, tiende no sólo a tolerar sino a incentivar muchas formas de narcisismo ya que son confundidas con facetas y expresiones del éxito personal y social. Los narcisistas más acusados han idealizado una imagen de sí mismos que no se corresponde con su "yo real" y se dedican a implementarla en todo momento con objeto de evitar que los demás les hagan daño o que, incluso, ellos mismos puedan llegar a procurárselo. La sensación de verse como el "patito feo" de cualquier entorno social les hace evitar a toda costa pensar en ello e iniciar, como estrategia de supervivencia, una frenética huída hacia adelante donde les suele dar igual dejar mutilados o damnificados por el camino. Ya que sufren ellos, que sufran los demás, qué mas da. No tienen complejo ni reparo alguno a la hora de prejuzgar, ridiculizar o culpabilizar a cualquiera y, en algunos casos, llegan a ser personas absolutamente abusivas, en términos emocionales. Parece ser que necesitan hacer sentir inferior a cualquier otro que tienen delante y, con ese miserable "modus operandi", engordar su frágil ego y sentirse mejor ante ellos mismos y el mundo que les rodea.
Andrés me dio la impresión de que, en muchos momentos, se sentía saboteado emocionalmente. Eran demasiadas las ocasiones en las que Olga lo manipulaba -eso pude deducir de estos encuentros con ellos- y que le recordaba que le había aportado mucho en su vida para lo ingrato que él estaba siendo con ella, recurriendo continuamente a la victimización crónica para hacer que este hombre se sintiera en inferioridad de condiciones y sin capacidad de maniobra. Le tendré que dar vueltas a cómo gestiono este asunto ya que no debo perder mi objetividad, pero las características de esta mujer me enervan especialmente, sobre todo porque no son pocas las ocasiones en las que me he encontrado con personajes similares. Iremos viendo...
3 comentarios:
Carta abierta a Olga.
No sabes lo que te pierdes preocupándote tan sólo de ti. Puede que tu punto de vista sea único (es tuyo…) es más, seguro que no hay una idea más brillante, perfecta y alucinantemente mejor expuesta a ese universo que gira en torno a tu persona. Quizá no sabes que algunos de tus problemas radican en una incapacidad permanente absoluta (deberían jubilarte por ello; la magnitud de dicha incapacidad tiene grandes ventajas y beneficios tanto fiscales como farmaceúticos) de comprender las opiniones, argumentos y puntos de vista de otras personas cuando no bailan al son de tu bombo.
Deberías ampliar tu visión cuando subas a lo alto del pódium, ocasiones seguro que no te faltan. Aparte de compartir plataforma con otros a izquierda y derecha, hay gente abajo que aplaude -o no- pero que radiografía todas y cada una de las medallas que te vas colgando para luego dejarlas olvidadas en tu vitrina particular. Finalmente, como todo lo que te rodea, no son más que meros chismes a los que alguien les quita el polvo y las telarañas que se acumulan con el paso del tiempo.
Tan sólo quería decirte que se puede ser muy feliz haciendo feliz a los demás, claro… para eso… uno ha tenido que vivir alguna experiencia desagradable con alguien como tú. Persona preocupada de su valía personal, competitiva y merecedora del estatus que te pertenece. Comprendo que sientas la imperiosa necesidad de estar enfadada normalmente cuando no te lo reconocen, la ofensa es cuanto menos un maltrato para juicio de faltas (o delito, creo que el código penal anda en “vacatio legis” con el tema; no me atrevo a pronunciarme) puesto que la intención criminosa hacia tu persona existe.
Es una pena que no toleres el malestar inicial que produce la crítica, en última instancia, podrías beneficiarte de su aspecto constructivo. Los que te rodean no sólo están para rendirte honores, no pienses que son arrogantes ni que desean desacreditarte, lo mismo son devotos de otras advocaciones marianas y no pasa nada.
Espero que tu recuerdo selectivo, capacidad de manipulación, arrogancia e intolerancia haga que comprendas que mi reflexión no es más que la proyección de un problema mío no tuyo. Mejor reconocerlo que hacerte pasar un mal día.
Un gran post @WilliamBasker. Saludos.
Un ameno relato, Juan Antonio. La personalidad de Olga, aun siendo terrible para sufrirla, me parece muy interesante. No sé si tienes pensado continuar con la historia, pero la leería encantada.
Un abrazo y feliz miércoles, amigo!!
Aunque en su momento lo leí no te dejé comentario. Un relato que tiene viso de ser un hecho real, podría serlo, hay personalidades así, tanto en mujeres como en hombres, conozco a algunos, centro del universo a cuyo alrededor giramos todos y todo, vivirlos debe ser muy complicado. Y como bien te comenta otro lector, no saben lo que se pierden.
Como Julia, me encantaría leer otra continuación, que igual esta ya, y en mi despiste me he perdido. Besitos mil amigo!!
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