01 abril 2015

Tragedia en los Alpes: se ha estrellado un avión. Duelo, psicología y personalidad.


Los efectos de la tragedia acaecida el pasado martes, 24 de marzo, han ocupado buena parte de los titulares de prensa durante más de una semana. No es rara esta relevancia mediática, habida cuenta de las sorprendentes novedades que la fiscalía de Marsella, encargada de evacuar las diligencias de investigación del suceso, trasladó a familiares y medios de comunicación el jueves, 26 de marzo. Todo parece indicar -es la hipótesis que cobra más fuerza con los días y que se mantiene en estos momentos- que el copiloto del Airbus A-320 (Germanwings) provocó de forma voluntaria el fatal desenlace, ya que actuó de manera premeditada, cambiando la configuración del vuelo, que pasó automática a manual y que inició un descenso sostenido que llevó, en diez minutos escasos, a que dicha aeronave colisionase brutalmente contra el macizo de los Trois-Évêchés, en los Alpes. Por tanto, hablar de que un avión se ha estrellado o tenido un accidente parece, a tenor de lo que se sabe a estas alturas, poco exacto. Un titular más apropiado, con lo que sabemos en estos momentos podría ser éste: "un avión con ciento cincuenta pasajeros a bordo ha sido estrellado; no hay supervivientes". 

El duelo.

En primer lugar, me gustaría reflexionar someramente sobre el proceso de duelo por el que los familiares y conocidos de las víctimas tendrán que pasar durante una larga temporada. Además, las particulares circunstancias que concurren en este caso dificultan el proceso natural y necesario por el que todos pasamos al superar el fallecimiento de nuestros seres queridos. La imposibilidad de acceder a los restos humanos, la inaccesibilidad del lugar de la tragedia, la sorpresa que conlleva cualquier accidente... son todos factores que, lamentablemente, dificultarán la superación de la grave pérdida humana que supone la muerte de un familiar o ser querido. La sociedad, no sólo los familiares directos, necesita información en circunstancias como esta. El hecho de que sea un caso estadísticamente no significativo, en 2014 hubo treinta millones de vuelos en el mundo (según estadísticas que se han barajado estos días), no resta un ápice de inquietud a todos aquellos que se ven reflejados en las víctimas o en sus familiares. La sociedad necesita respuestas para poder procesar esta impactante noticia. Los rituales personales o sociales cobran una importancia vital para transitar por el duelo, de ahí que nadie se extrañe de la peregrinación de los familiares al punto más cercano al siniestro, la colocación de una placa o cualquier otro evento o ritual que ayude a recordar a estas personas, máxime cuando no pueden ni tan siquiera aferrarse a unos restos humanos que el destino les ha sustraído. En estos momentos, nos aferramos a elementos simbólicos o, si los hay, tangibles para sobrevivir al marasmo y desesperación que llega a impregnar todos nuestros pensamientos. 

Los familiares de las víctimas, con independencia de otras consideraciones sobre la hipotética autoría del copiloto o, como se barajó al principio, algún fallo mecánico de la aeronave, tienen que haber pasado por un estado de shock personal en el que se han encontrado (no es extraño que alguno no haya superado aún esta fase) absolutamente devastados por la magnitud de los hechos. En estos momentos, mientras se produce la dura confrontación con la realidad, prevalece en ellos un estado de profundo desconcierto y aparecen conductas automatizadas que evidencian la incapacidad para poder aceptar la realidad que se les ha venido encima, esto es, que sus seres queridos están muertos y ya no volverán a verlos. Este estado, por muy anómalo que parezca, reviste un importante carácter adaptativo y adquiere una finalidad protectora para los familiares de las víctimas de la tragedia. Sirve, entre otras cosas, para darles tiempo y que puedan asumir la impactante información que han recibido. Dependiendo de la persona, podrían pasar horas o incluso días sumidos en este período de estupor.

Inmediatamente después de este primer escenario de shock sobreviene una fase de rabia en la que aparecen sentimientos de agresividad, contenida o explícita, hacia las personas o entidades que se consideran responsables de la terrible pérdida, no siendo infrecuente que dichos sentimientos estén acompañados por la sensación de injusticia y desamparo. Según testimonios aparecidos en la prensa, las explicaciones dadas a los familiares sobre la posible intencionalidad del copiloto no han mermado la rabia y el estupor sino todo lo contrario. Lógicamente, aparecen en muchas personas problemas para conciliar el sueño y se puede perder mucha capacidad de concentración. La falta de apetito y la incapacidad para disfrutar mínimamente de las actividades cotidianas son otras de las consecuencias que comienzan a ser muy frecuentes en esta segunda fase. 

El tránsito hacia un escenario donde prevalece la desesperación no es igual en todos los casos ya que depende de muchos factores personales y situacionales pero sí parece ser universal esta tercera fase, donde el familiar o afectado comienza a tomar conciencia fehaciente, más allá de creencias -respetables todas ellas-, visiones u otras circunstancias, de que el ser querido no volverá. No es infrecuente, según refieren los afectados por circunstancias similares, que puedan llegar a sentir la "presencia" del familiar fallecido, siendo especialmente conscientes de ello en momentos donde la relajación o somnolencia son la tónica dominante. Es absolutamente normal que aparezcan en escena, como mínimo, sensaciones y sentimientos de apatía, tristeza o desinterés, por todo lo que les rodea e, incluso, por ellos mismos. Fruto de lo anterior es probable que, en algunos casos, aparezca un fuerte deseo por cambiar estilos de vida o esquemas habituales, llegándose a producir cambios radicales en la vida que han llevado hasta esos momentos en el plano personal, laboral o familiar. Aún siendo un proceso absolutamente normal y necesario, muchas personas quedan ancladas a los sentimientos que hemos mencionado y aparecen cuadros depresivos de cierta importancia que, en más de una ocasión, suelen remitir con mucha dificultad o persisten cronificados de por vida. 

Lo ideal sería que todas estas personas llegaran a la última fase que los expertos en los procesos de duelo denominan "de reorganización". Y digo lo ideal porque muchas veces no es posible, a pesar de ayuda profesional externa o del esfuerzo que realizan otros familiares para sacar del pozo a las personas que sienten que su existencia carece ya del menor sentido. En este período aludido, el dolor agudo se transformará en un recuerdo, no exento de tristeza y melancolía cuando es evocado, que nos permitirá transformar la crudeza de los primeros momentos en una emoción reparadora, que nos permitirá reconstruir la vida. Ésta, en cualquier caso, no volverá a ser igual ya que todos los que hemos pasado por la pérdida de familiares cercanos a los que nos unía una especial relación de amor, afecto y empatía, sabemos que ese hueco no se cierra nunca. No olvidamos, aprendemos a convivir con los recuerdos y, en muchos casos, maduramos y crecemos personalmente a partir de esa experiencia. 


El copiloto, Andreas Lubitz.

Tras las declaraciones del fiscal marsellés, en un ejercicio de transparencia y sensibilidad digno de elogio, la indignación primigenia de las familias y ciudadanía pasó de estar centrada en la compañía aeronáutica (por supuesto fallo mecánico de un avión fletado en su línea de low cost) y se focalizó en la persona que, presuntamente, había cometido tal magnicidio, pereciendo él mismo en su inexplicable y fatal maniobra. Mucho se ha escrito durante estos días sobre sus supuestos problemas mentales, sobre los fallos en los mecanismos de control corporativo que han permitido que una persona, de baja médica en el momento del vuelo, continuase dedicándose a tan delicada tarea y sobre las hipótesis que, desde la psicología y/o psiquiatría forense, pretendían explicar el motivo de tal decisión por parte del joven copiloto. Lo cierto es que parece descartarse un desvanecimiento de esta persona ya que su respiración -normal, según el análisis del audio contenido en la primera caja negra- y actuaciones -cierre y bloqueo de la puerta de la cabina- apuntan a una decisión voluntaria, inapelable y premeditada de acabar con su vida y la del resto de pasajeros del vuelo. 

En primer lugar, apuntar a un solo problema o trastorno puede simplificar una situación que parece más compleja a medida que aparece información. Bajo ningún concepto podemos demonizar un trastorno como la depresión, que padecen -lamentablemente- millones de personas en el mundo. El calvario por el que pasan las personas aquejadas de esta condición clínica es ya, de por sí, lo suficientemente cruento como para añadir más leña al fuego. Tiene que haber algo más, quizás mucho más, en la geografía de la catástrofe. Las personas que se dedican, por su profesión, a la práctica del psicodiagnóstico saben de la complejidad de la mente y conducta humana. Saben también que la probabilidad de que, en un mismo sujeto y durante un mismo período de tiempo, diversos trastornos confluyan comórbidamente, de manera conjunta, no es desdeñable. Es aquí hacia donde, con la debida y máxima cautela, querría apuntar con esta reflexión. 

La variabilidad de la conducta y la mente humana es difícilmente encasillable hasta el punto que se pueda predecir, con una probabilidad máxima, qué hará cualquier persona en un momento dado. Eso podría ser lo deseable, sobre todo cuando se trata de asuntos como el que nos ocupa en estos momentos pero, simple y llanamente, no es así. Incluso el ser aparentemente más simple puede descuadrar los más sesudos pronósticos porque en un momento determinado actúa como le viene en gana o como puede. Es lo que la filosofía conoce desde hace muchísimo tiempo y que postulan diferentes doctrinas sobre el libre albedrío, esto es, que cada ser humano tiene el poder y la capacidad de tomar sus propias decisiones. Por tanto, en aras de la simplificación o de la búsqueda de respuestas rápidas y creíbles, no podemos reducirlo todo al ámbito de las enfermedades o trastornos mentales. Es ésta, la que acabamos de esbozar, una hipótesis que nunca podremos descartar totalmente. Sé que supone abrir un escenario de incertidumbre difícil de cartografiar, pero es lo que tenemos los seres humanos. La intolerancia a la incertidumbre nos lleva a intentar explicarlo absolutamente todo; a veces no es posible. 

Siguiendo con el planteamiento de hipótesis, esta vez bajo el paraguas de la psicología y/o psiquiatría forense, sería interesante plantear someramente lo poco que ha trascendido sobre la personalidad del Sr. Lubitz. Aquí va un breve resumen, para ubicarnos:

- Primeramente, amaba Los Alpes. Había desarrollado en esa zona un período importante de su formación (entre 1996 y 2003) y quizás no sea descabellado pensar en este dato como pieza que pueda encajar en el puzle final. 
- Parece ser que se trataba de una persona muy ambiciosa, obsesionada por la aviación y por un ascenso en la escala de la compañía aeronáutica que le hubiese permitido en el futuro llegar a ser comandante de aeronaves y volar a grandes distancias. 
- Era una persona discreta, comedida y poco dada a expresar sus sentimientos y estados anímicos a terceras personas. Además, según testimonios de una de sus ex-novias, tenía altibajos anímicos considerables e inestabilidad emocional. Su estructura de pensamiento invita (dicho esto con la máxima cautela) a pensar que podríamos estar hablando de una situación compatible con un trastorno de tipo narcisista y, al tiempo, trastorno de la personalidad obsesivo. 
- Había sufrido una grave depresión que le había llevado a demorar su período de adiestramiento como piloto. Estuvo de baja durante más de año y medio por este motivo. 
- Estaba siendo tratado por problemas de visión que podrían añadirse a sus problemas mentales anteriormente mencionados.
- Su tolerancia a la frustración y al estrés no era especialmente fuerte, máxime si consideramos que su estructura de pensamiento era excesivamente rígida, obsesiva e inflexible. 

Dicho todo lo anterior y extremando al máximo la prudencia, podría esbozarse una hipótesis para intentar explicar el curso de los acontecimientos. El copiloto, una persona obsesionada con un sueño desde su adolescencia (pilotar aviones) ha sido capaz de mantener una vida altamente regulada y organizada en la búsqueda y culminación de su ideal en la que no cabía espacio para la improvisación. Su rigidez caracteriológica, unida a su perfeccionismo hacen que vaya forjándose un estilo de pensamiento rígido y poco flexible. Exigente con los demás y consigo mismo, posiblemente carecía de la empatía hacia los demás que caracteriza a una relación personal y social normalizada. Su dedicación al trabajo y el establecimiento de objetivos personales muy elevados le podrían haber llevado a considerar sus problemas mentales y físicos (visión) como un error que no podía permitirse ya que suponía una desviación intolerable sobre el plan trazado y lo que él entendía que debía ser su vida, algo límpido e impoluto, sin que existiera lugar para el error. O todo, o nada. Esa intransigencia consigo mismo, propia del trastorno de la personalidad, ha podido exacerbar sus problemas psicológicos (depresión y ansiedad). A un tiempo, desecha esos padecimientos ya que le hacen sentirse más débil y vulnerable. No podemos descartar que su desaforada competencia consigo mismo, encaminada al logro de un estatus personal y profesional, le haya hecho valorarse con relación a esos parámetros: "Valgo si social y profesionalmente se me reconoce mi valía". Persona con un alto grado de sensibilidad hacia la crítica ajena, necesitaba el reconocimiento de las personas a las que otorgaba un mayor estatus e importancia. Al estar tan centrado en sí mismo, no es improbable que haya pasado muchas veces por alto los sentimientos de los demás. 

Por tanto, si esta hipótesis pudiera contrastarse, podríamos apreciar que la combinación y encaje de estos elementos estructurales de la personalidad del copiloto, junto con los factores situacionales que añadieron una importante cantidad de estrés a su vida en los últimos meses (ruptura con su novia, próxima revisión médica, conocimiento de sus problemas físicos y mentales, imposibilidad de culminar su obsesión-sueño...) podrían haberse confabulado para ofrecer a la sociedad una combinación letal que, lamentablemente, ha podido desencadenar el trágico desenlace del que todos nos lamentamos hoy día. 

A buen seguro, se incrementarán en el futuro las medidas de seguridad en los aviones (al menos dos tripulantes, siempre, en la cabina), se endurecerán -durante algún tiempo- los controles periódicos de los pilotos (incidiendo también en la valoración de su perfil psicológico) y otras medidas que tendrán por objeto tranquilizar a la opinión pública y renovar la confianza en un medio de comunicación absolutamente esencial. Mis condolencias para los familiares y mis mejores deseos para que la investigación en curso ofrezca algunas respuestas para las múltiples preguntas que muchas personas se han planteado a lo largo de los últimos días y seguirán planteándose durante mucho tiempo.







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