Lejos de cualquier lugar y cerca de ninguna parte. Reflexiones canallas y desesperadas.
Relato (1ª parte)
Una mañana más y no puedo despegar los párpados. Me pesan todos los miembros y, a duras penas, puedo sacar las piernas fuera de la cama para afrontar la interminable jornada que me espera hoy. Sé, porque me lo han dicho, que debo parar el ritmo, que debo escucharme un poco más, que debo relajarme.... ¿Qué más DEBO hacer...? Estoy harto de escuchar consejos que lo único que hacen es machacarme y enterrarme un poco más en el fango, ya que no me ayudan a superar este atroz abatimiento que me atenaza cada día. No puedo conciliar el sueño, pasándome las noches en una duermevela agotadora, pero cuando lo consigo alguna vez -al alba- esa maldicha chicharra que tengo por despertador me anuncia el comienzo de otra extenuante y agotadora jornada. Más de una vez lo he estrellado contra el suelo y sigue sin romperse; me he roto yo mucho antes. No sé qué hacer. Ya me han cambiado las pastillas por otras de un color más intenso, aunque sé que el envoltorio no tiene nada que ver con su efectividad, pero sigo sin despegar. No me acostumbro a esto ni quiero acostumbrarme. Yo, que siempre he sido un competidor nato, alguien que no podía pasar ni un solo minuto de su vida sin asumir riesgos y retos, alguien que se reía de la indolencia de los demás, un triunfador de la vida en todos los aspectos.... ALGUIEN,... en definitiva. Ahora no soy NADA, absolutamente NADA. No sé, ni tan siquiera, cómo soy capaz de reflexionar o hilvanar dos pensamientos seguidos al respecto. Quizás es lo único que me hace aferrarme al día a día, una botella lanzada al tiempo que me impide caer en el foso de la locura más extenuante y devastadora. Pero, a medida que pasan los días, los dedos sarmentosos que se aferran al borde del precipicio se encuentran agarrotados y exánimes. No sé cuanto tiempo más podrán sostenerme antes de despeñarme al vacío más hondo que puedo imaginar. La caída no puede ser más dolorosa que el calvario por el que estoy pasando.
Estoy enfadado con todos, incluso conmigo mismo. Ya no soy el que era pero hice todo lo que me dijeron que tenía que hacer para alcanzar el éxito en la vida. Fui obediente y disciplinado, sí; lo fui en grado sumo y así me lo agradece esta porquería de existencia que, a duras penas, puedo considerar como mi vida. Estoy agotado de estar cansado y no veo más que problemas y obstáculos insalvables que se superponen y taponan cualquier indicio de luz que, en mis raros momentos de lucidez, puedo atisbar al final del angosto túnel en el que me encuentro atrapado. Me odio a mí mismo y, si tuviera agallas, me quitaría de encima esta miserable existencia en un segundo. Pero no puedo. No se trata de miedo, no; al menos, eso creo. Mi voluntad se encuentra anulada y he perdido la capacidad de reaccionar con un mínimo de lucidez porque el tratamiento me sumerge en una burbuja de impotencia y desidia de la que no puedo ni siquiera pensar en salir. Me encuentro atenazado, encadenado, lejos de cualquier lugar y cerca de ninguna parte... No quiero salir de casa y, a pesar de todo, me esfuerzo brutalmente cada mañana por mantenerme razonablemente aseado y despierto para que no puedan pensar en el trabajo que soy un desgraciado, un pobre desecho al que arrojar en una sucia y cochambrosa papelera. Mi ego, si es que me queda algo de ese difuso y oscuro elemento, se resiste a desvanecerse en la marea de la mediocridad. La falsa sonrisa que me obligo férreamente a esbozar cuando me saludan por las mañanas me corroe las tripas, pero es lo menos que puedo hacer para ocultar el miserable estado anímico en el que me encuentro. Debería darme igual, eso dicen, pero algo dentro de mí se resiste a ser pasto de habladurías y de los cotilleos inmisericordes de la gentuza que me rodea. Y digo gentuza porque creía que eran amigos, compañeros y colegas. Pero sólo bastó que no desplegase mi habitual energía y entusiasmo -¡no podía!- durante algunas semanas para que esos indignos maleantes comenzaran a darme de lado. En los primeros momentos, pude mantener el ritmo sin alteraciones especialmente significativas. Confiaba en que fuese un bajón asociado al estrés; era algo común entre los que nos dedicábamos a este negocio. La empresa me había preparado, o eso creía yo. Cursos de técnicas de afrontamiento del estrés, ocupación de determinados puestos para valorar mi resistencia a la tensión, extenuantes sesiones de entrenamiento físico... Mi organismo ha respondido siempre como un reloj y ha podido adaptarse a situaciones complejas de las que ha salido bien parado. Estaba en condiciones de afrontar cualquier situación límite y, de repente, un bajón anímico, que inicialmente achaqué a un catarro mal curado y a una semana especialmente intensa de trabajo, del que esperaba salir triunfante tras un domingo de cierta relajación, fue la puerta que me condujo a esta terrible situación en la que me encuentro. No tiene sentido, ninguno; es imposible, simplemente. Esto no puede pasarme a mí. Lo tenía todo absolutamente organizado y programado sistemáticamente. No había ni un solo minuto del día que abandonase a la improvisación; ni podía permitírmelo, ni quería hacerlo. Eso sólo lo hacen los gandules y flojos que se pasan el día deambulando sin oficio ni beneficio.
Acabo de darme cuenta que estoy soñando despierto. Aún sigo sin poder levantarme y me dedico a enredarme en inútiles reflexiones, en esa duermevela que me atenaza, que me hacen sentirme aún peor de lo que ya estaba anoche. Su inutilidad, la de darle vueltas en la cabeza al asunto, radica en el hecho de que no me sirve absolutamente para nada, salvo para empeorar. Cuanto más rumio, vomito y vuelvo a tragarme mis oscuros pensamientos, más me agobio. Percibo últimamente de manera más nítida el delgado hilo que me une con la cordura y que amenaza, según que ratos, con romperse. Eso me causa auténtico pavor, ya que no controlo en absoluto qué está pasando dentro de mí. Siempre he sido una persona pragmática y controladora; así me han enseñado a ser y de esa manera he progresado en todas las facetas de mi vida, en el ámbito personal y profesional. Cuando me ha hecho falta, he trajinado donde fuese para encontrar un método, una técnica o un manual de instrucciones debidamente contrastado que me permitiese seguir el curso de acción que las demandas del entorno, y las interiores, me exigían en cada ocasión. De esa manera, he ido afinando mi brújula en la medida en que la iba adiestrando y pertrechando con todo aquello que me permitía avanzar en mi camino. Mi mente se convirtió en un repositorio de recursos, en una navaja suiza multifunción. Ahora, por el contrario, carezco absolutamente de norte. Mi brújula interior, por más que la busco, se resiste a mostrarse ante mí. Desconozco si existe algún problema neurológico o cognitivo para que retorne o, simplemente, ha desaparecido para siempre. Esto último me sobrecoge y me hace adentrarme en una situación de pánico en la que mi corazón, estómago y extremidades se alían salvajemente para mostrarme la indefensión más absoluta en la que me encuentro. Por tanto, huyo como de la peste negra de mentar esos conceptos ya que mi mente, díscola y asilvestrada durante los últimos tiempos, se niega vehementemente a obedecerme y se dedica, sistemática y maliciosamente, a torturarme día y noche.
Aún habiendo perdido peso, tres kilos en el último mes, me siento mucho más pesado que nunca. La gravedad se ha cebado en este cuerpo inerme como si se vengara de alguna ofensa que hubiese perpetrado contra cualquier inocente. Por más que intento desesperadamente retomar los automatismos que hacen la vida de cualquier persona llevadera, no lo consigo. En estos instantes, sin ir más lejor, descubro con desesperación que me cuesta la misma vida agarrar la sábana que me cubre media cara y levantarla para poder incorporarme. Unas incómodas lágrimas me hacen más difícil la operación, pero es que no puedo evitarlas, ¡no quiero evitarlas! Me las seco con el embozo de la sábana y me vuelvo lentamente para facilitar el tránsito hacia la vigilia. Me falta el aire y la sensación de ahogo permanente se asemeja a la del corredor inexperto que se empeña en transitar apaciblemente por la escarpada senda de una montaña. Para agravar aún más este exasperante episodio que se repite cada mañana, me aflige un fuerte dolor de cabeza desde que he abierto los ojos. Esto es insoportable. Aún así, no quiero abandonarme al llanto y la desesperación. La otra noche lo hice, no aguantaba más, y me sentí aún peor cuando recuperé la conciencia. Estuve a punto de volverme loco, si no lo estaba ya. Es ridículo pensar en términos de normalidad, como pretendo, cuando todo lo que se me viene a la cabeza se encuentra tamizado de amargura y desesperanza. No puedo ni controlar mis pensamientos más simples, aquellos que debería emplear en garantizarme los rudimentos básicos de mi existencia. Los pocos gramos de autodisciplina que aún me quedan consiguen, tras un desmedido esfuerzo de voluntad, impulsarme hacia el exterior y, sentándome en el borde de la cama, me atuso el pelo mientras bostezo. Me pongo en pie y me dirijo, lenta y cansinamente, hacia el cuarto de baño. El espejo, ese miserable hostil y traicionero que se jacta cada mañana de recordarme mi penoso estado, me recibe con indiferencia y se limita a desempeñar su aburrido papel, reflejando mis arrugas, ojeras y ajado rostro en su pulida superficie. Estoy a punto de escupirle, tal es la rabia que me sobrecoge, pero no tengo fuerzas ni para ese estúpido e inútil gesto desesperado. Será mejor que guarde las pocas energías de las que dispongo para comenzar el día con un cierto deje de dignidad. Sí, aún la conservo. No se por cuánto tiempo ya que me sobrevienen lagunas en las que todo, absolutamente todo lo que me rodea, incluso mi propia existencia, me es indiferente.
Comienzo la tediosa tarea que me impuse como primera etapa del ejercicio diario que, según entendía entonces, me permitiría reconducir esta situación hacia cotas más soportables. Con parsimonia y lentitud absolutamente reales -¡no podía, no tenía fuerzas para ir más deprisa!- me enjuagué la cara con agua caliente y me dispuse metódicamente a enjabonarla. Puede que tardase dos, cinco, diez minutos en esa ínfima tarea -no lo sé a ciencia cierta- pero me parecieron siglos. Aún así, aún conservaba álgunos restos de mi férrea voluntad de antaño -¿por cuánto tiempo?- y pude concluirla finalmente. Aunque la cuchilla me hacía guiños confusos cuando la miré fijamente, aparté rápidamente esa imagen grotesca de mi cabeza y me dispuse a rasurarme con detenimiento. En mi vida habría imaginado, aunque me lo hubiesen jurado sobre la biblia, el esfuerzo sobrehumano que supondría asumir tan mecánica y estúpida labor en mi estado actual. Miles de veces la había acometido, como rutina energizante que marcaba el comienzo de mi vorágine diaria, pero la partida había cambiado repentinamente de cartas y, en esa mano, la suerte me había abandonado sin regalarme la más mínima consideración. Me sorprendí mirando fijamente a los ojos que había detrás del espejo...
Aún habiendo perdido peso, tres kilos en el último mes, me siento mucho más pesado que nunca. La gravedad se ha cebado en este cuerpo inerme como si se vengara de alguna ofensa que hubiese perpetrado contra cualquier inocente. Por más que intento desesperadamente retomar los automatismos que hacen la vida de cualquier persona llevadera, no lo consigo. En estos instantes, sin ir más lejor, descubro con desesperación que me cuesta la misma vida agarrar la sábana que me cubre media cara y levantarla para poder incorporarme. Unas incómodas lágrimas me hacen más difícil la operación, pero es que no puedo evitarlas, ¡no quiero evitarlas! Me las seco con el embozo de la sábana y me vuelvo lentamente para facilitar el tránsito hacia la vigilia. Me falta el aire y la sensación de ahogo permanente se asemeja a la del corredor inexperto que se empeña en transitar apaciblemente por la escarpada senda de una montaña. Para agravar aún más este exasperante episodio que se repite cada mañana, me aflige un fuerte dolor de cabeza desde que he abierto los ojos. Esto es insoportable. Aún así, no quiero abandonarme al llanto y la desesperación. La otra noche lo hice, no aguantaba más, y me sentí aún peor cuando recuperé la conciencia. Estuve a punto de volverme loco, si no lo estaba ya. Es ridículo pensar en términos de normalidad, como pretendo, cuando todo lo que se me viene a la cabeza se encuentra tamizado de amargura y desesperanza. No puedo ni controlar mis pensamientos más simples, aquellos que debería emplear en garantizarme los rudimentos básicos de mi existencia. Los pocos gramos de autodisciplina que aún me quedan consiguen, tras un desmedido esfuerzo de voluntad, impulsarme hacia el exterior y, sentándome en el borde de la cama, me atuso el pelo mientras bostezo. Me pongo en pie y me dirijo, lenta y cansinamente, hacia el cuarto de baño. El espejo, ese miserable hostil y traicionero que se jacta cada mañana de recordarme mi penoso estado, me recibe con indiferencia y se limita a desempeñar su aburrido papel, reflejando mis arrugas, ojeras y ajado rostro en su pulida superficie. Estoy a punto de escupirle, tal es la rabia que me sobrecoge, pero no tengo fuerzas ni para ese estúpido e inútil gesto desesperado. Será mejor que guarde las pocas energías de las que dispongo para comenzar el día con un cierto deje de dignidad. Sí, aún la conservo. No se por cuánto tiempo ya que me sobrevienen lagunas en las que todo, absolutamente todo lo que me rodea, incluso mi propia existencia, me es indiferente.
Comienzo la tediosa tarea que me impuse como primera etapa del ejercicio diario que, según entendía entonces, me permitiría reconducir esta situación hacia cotas más soportables. Con parsimonia y lentitud absolutamente reales -¡no podía, no tenía fuerzas para ir más deprisa!- me enjuagué la cara con agua caliente y me dispuse metódicamente a enjabonarla. Puede que tardase dos, cinco, diez minutos en esa ínfima tarea -no lo sé a ciencia cierta- pero me parecieron siglos. Aún así, aún conservaba álgunos restos de mi férrea voluntad de antaño -¿por cuánto tiempo?- y pude concluirla finalmente. Aunque la cuchilla me hacía guiños confusos cuando la miré fijamente, aparté rápidamente esa imagen grotesca de mi cabeza y me dispuse a rasurarme con detenimiento. En mi vida habría imaginado, aunque me lo hubiesen jurado sobre la biblia, el esfuerzo sobrehumano que supondría asumir tan mecánica y estúpida labor en mi estado actual. Miles de veces la había acometido, como rutina energizante que marcaba el comienzo de mi vorágine diaria, pero la partida había cambiado repentinamente de cartas y, en esa mano, la suerte me había abandonado sin regalarme la más mínima consideración. Me sorprendí mirando fijamente a los ojos que había detrás del espejo...
Continuará...
14 comentarios:
En primer lugar: ENHORABUENA por el relato. Me parece increíble, genial, escalofriante, brutal, tremendo...
En segundo lugar: esto que digo ahora será políticamente incorrecto, ¡yo que sé! Desconozco la moderación de los comentarios en blog puesto que es un medio que utilizo en contadas ocasiones. Lo primero que pensé al terminar de leer el post fue... JxDER! Vaya pasada de personaje se acaba de colar en mi cuarto. Lo explico.
Leí el relato la primera vez abriendo los ojos cada vez más, no sé si era por la angustia que empezaba a sentir o para abarcar más pantalla y que el ángulo de visión ampliado me permitiera leer con mayor rapidez. Aún no puedo determinarlo con certeza.
Lo acabé y empecé a leer de nuevo como cuando tienes un libro de los de género taquicárdico entre manos. Era una mezcla de impaciencia, asombro y necesidad de tumbarme al lado del personaje. Volví a finalizar el relato y pensé: ¡creo que tengo que leerlo de nuevo!
Lo empecé otra vez y esta vez, como cada uno se lleva las historias que lee a los escenarios que imagina, lo metí en mi habitación y en mi cuatro de baño. Al sentirlo cerca, sentí su angustia, perdí la respiración, se me saltaron las lágrimas, me metí en la cama con él intentando ayudarle, de releerlo..., en vez de mirarlo de frente, pude sentir todos y cada uno de sus sentimientos, me pesaban las piernas, sentía su pena y todas tus palabras me sumergieron en el pozo profundo en el que estaba ahogándose el personaje.
Tremenda reflexión de una persona incapaz de ser que está perdiendo a su vez la capacidad de relacionarse con los demás, que no encuentra sentido a lo que pasa en el exterior porque no tiene ningún sentido su interior. Perder de esa manera el norte, desengancharte de la rutina, no encontrar algo que pueda sacarte del vacío absoluto es aterrador. Todos conocemos algún caso cerca, desgraciadamente.
El relato me ha llevado a una noche de alguien que se desvela y reflexiona sobre algo que no se explica, tiene que levantarse y no quiere. ¿O no puede?. Un día, donde a diferencia de otros días existe un punto de inflexión. Se ha dado cuenta de su no poder más, igual se hace el valiente y saca fuerzas de donde no tiene o sus pocas ganas lo llevan por otros derroteros. Ayer era lo mismo para él pero un poco menos, antes de ayer era casi igual pero podía intentarlo. Hoy no. Su reflexión me ha parecido la explosión en su conciencia del miedo a tener miedo, del miedo a escucharse a sí mismo y del miedo a no reconocerse y no quererse así, importándole poco su futuro inmediato o lejano.
Por último, que me enrollo: De principio a fin el relato es absolutamente fantástico. Leo habitualmente y qué quieres que te diga... Es muy complicado transmitir sentimientos a través de un relato si no eres buen escritor o un grandísimo "storyteller" ¡Me encanta! Que un relato te meta en la cama con su personaje, te haga ver y mirar con sus ojos, sea capaz de crear la necesidad en el lector de saber más acerca de sus reflexiones, sintiendo que se ahoga en sus pensamientos, sintiendo que desea dejar de respirar cuando se mira al espejo, sintiendo que el posible fatal desenlace está cerca... Crea tensión, expectativa, dolor, angustia, lástima. Ese espejo de mierda que le recuerda lo que fue y lo que ahora no es; me parece un elemento clave en el relato. He visto a la cuchilla susurrándole que se cortara la yugular en mi cuarto de baño.
Sigo teniendo la necesidad de felicitarte por la reflexión desesperada y canalla del personaje creado. Felicidades, una vez más. Me quedo a la espera de la continuación.
Por cierto, el grandísimo Juan Gómez Jurado, en una carta que escribe a sus lectores al final de su libro "El Paciente", se define así mismo como storyteller. Creo que a éste le encantarían tus relatos.
Un abrazo.
Alicia.-
Alicia, muchas gracias por tus reflexiones y amables palabras. Me agrada que el relato te haya inspirado lo que trasladas en tus comentarios. El personaje, sin etiquetas fáciles o típicas, trata de explicarse a sí mismo el infierno que pasa por su cabeza; que lo haya conseguido es motivo de satisfacción. Que tengas un buen día. Un abrazo.
“Me perdí, me perdí dentro de mi mundo… Entrando sigilosamente en las profundidades más absolutas de los oscuros mares que me pertenecen. Mi armadura tejida con cuidado y esmero, a través de tantos años, resulto ser inservible; sí no es un peso insoportable en esta navegación sin rumbo.
Los cantos de sirenas me envuelven… mis cartas de navegación están equivocadas en estas agua turbias y turbulentas, se fragmento mi brújula en algún momento… desorientado y perdido, cansado de este océano que me castiga y sin fuerzas… Aún así, dentro de la tristeza que me abarca, en la soledad y reflejo de estas aguas, mi imagen se proyecta… Y, sin embargo, mirándonos de frente a frente, veo unos ojos que me pertenecen…”.
Simplemente, me encanta, me maravilla la grandeza y belleza de este relato.
Es todo un placer inefable el poder haberlo leído, un deleite sublime. Gracias.
Un gran abrazo.
P.d. Alicia, me alegra mucho haberte encontrado en estas líneas, un abrazo.
Soraya, mil gracias por tus comentarios y reflexiones. Si te ha generado lo que comentas es porque el personaje tiene algo de todos nosotros y ha sido posible insuflarle cierto hálito vital para que pueda expresarlo y, llegado el caso, conmover a todos los que han tenido la amabilidad de leer el relato. Espero que te guste la segunda parte; ya estoy trabajando en ella.
Un abrazo.
Gracias, Soraya. Sabes que a mí me ocurre lo mismo contigo; aquí, allí, "en cualquier lugar y cerca de ninguna parte" -haciendo honores al título de este post que es donde nos hemos encontrado hoy-. Me gusta mucho leerte.
Tu comentario me ha encantado. Otra maravilla de la prosa, a mi gusto.
Otro abrazo grande para tí.
p.d.: mis disculpas al blogger por abusar de este canal para exaltaciones de la amistad varias. Aprovecho la ocasión para saludarte y reiterar mis felicitaciones por el relato. Me alegra que la segunda parte se esté cocinando.
Un abrazo.
Desgarrador... me produce mucha tristeza conectar con este sentir y a la vez mucha compasión y empatía. Comprendo el dolor, la desesperanza, la falta de horizonte, la insatisfacción, el cansancio, el peso, la máscara, el hambre de amor, la falta de paz... el vacío... y lo comprendo desde lo mas profundo de mi corazón porque he estado ahí, estoy y estaré...
Y menos mal que "Continuará"... y se que aparecerá la alegría, la esperanza, la misión, la satisfacción, la fuerza, la libertad, la verdad, el amor, la paz... el sentirse lleno, rebosante... porque también he estado ahí, estoy y estaré...
Muchas gracias, Pilar. Tus palabras reflejan, también, el desgarro y dolor -a veces innombrable- porque el que se puede pasar en una situación similar. El infierno, si es que existe, puede vivirse mientras se vive, aunque sea muriendo en vida. Continuará, ciertamente. ¿Qué pasará? Que tengas un buen día. Un abrazo.
Me uno al sentir de todos los comentarios ya expuestos. El relato del personaje es desgarrador. Mi enhorabuena por este nuevo trabajo. También me quedo a la espera de nuevos acontecimientos en el desarrollo y evolución del personaje. Gracias.
Resucítalo @WilliamBasker! es el primer pensamiento que he tenido al terminar de leerlo.
Necesitamos (la sociedad en conjunto, la de aquí y la que camina boca abajo al otro lado del planeta) romper con los estigmas en general y autoestigmas en particular asociados a la salud mental. Parece mentira que se hayan quedado anclados éstos cerca de la etimología del concepto o en alguna acepción de las que se utilizaban en la Edad Media. Digo esto con todos mis respetos, parece que tan sólo cuando entramos en contacto directo con familiares o amigos que padecen algún tipo de trastorno mental (léase aquí trastorno como ruptura "homeostática de..." , no como "diagnóstico de...") conseguimos reducir o eliminar ciertos prejuicios sociales, miedos, rechazos e incomprensión y en no pocas ocasiones discriminación, de las personas que se encuentran en esta difícil situación.
Ninguna otra patología se plantea en términos de culpa hacia quien la padece por parte de la sociedad, parece que en tema de salud mental aún queda mucho camino por recorrer. Quien pasa por un periodo de bronquitis no es un "bronquitoso" toda su vida. Deberíamos entender y atender estos diagnósticos de la misma manera. Hay faringitis crónicas tratadas en atención primaria, al igual que personas con padecimientos cronificados en salud mental y no por ello se etiqueta "de ser algo" al primero pero sí al segundo.
No hay nada más que encender la televisión para ver como se trata una acontecimiento cuando el actor principal de la noticia estaba etiquetado de algo. Así, será difícil que una sociedad reduzca sus prejuicios sociales.
Vaya mi reflexión, ánimo y aplauso -después del sentimiento que me ha producido la lectura del relato y a modo de homenaje-, para todas aquellas personas que lo padecen, lo han padecido o lo padecerán en algún momento de su vida, para aquellos que lo tratan con todo su cariño y se desviven por la calidad de vida de estas personas y sus familiares y para éstos últimos, como cuidadores que logran dar una patada al "estigma de cortesía".
Enhorabuena por los insondables abismos que transmite tu personaje en el relato. Espero y deseo que vuelva y nos cuente lo que observa desde lo alto de alguna cumbre.
Un saludo a todos.
Muchísimas gracias, Oxys.
Tus reflexiones me hacen, a su vez, seguir reflexionando. Me alegra haber podido transmitir, a través del personaje, la angustia vital por la que muchas personas pueden pasar anónimamente a lo largo de su trayectoria vital. Pronto publicare la segunda parte del relato. Espero que te guste. Un abrazo.
Hola @WilliamBasker,
Creo que ha quedado todo dicho. El relato me ha erizado los pelos porque, por un instante me he visto reflejada en un espejo. Ha sido como revivir (o remorir) aquellos días aciagos en que siempre estaba hecha una bolita en la cama o cerca de algún objeto cortante.
La descripción vital del personaje es maravillosa y plasma pavorosamente esa realidad que nadie ve y, como bien dices, se vuelve en contra hasta de tu cordura, para encontrarte con un perfecto desconocido. Solo tú, el loco y aquel que se largó.
Enhorabuena por tu relato. Me encantará seguir leyéndote. Un abrazo.
Hola, Eva. Muchísimas gracias por tus comentarios y reflexiones. Me alegra mucho saber que el personaje haya podido transmitir ese infierno en vida que muchísimas personas han padecido, y padecen, en el silencio más desgarrador. Mañana publicaré la segunda parte. Espero que te guste. Que tengas un buen día. Un abrazo. :-)
Hola. Buen artículo, muy bueno, me gustado mucho, por lo demás, creo también que está todo dicho. Enhorabuena, lo he leído varias veces. Espero la publicación de la segunda parte mañana. Saludos.
Hola, Alejandro. Gracias por tus comentarios. Espero que la segunda (y la tercera, y la cuarta, jejje) te siga gustando. En efecto, acabo de terminar de darle los últimos brochazos estilísticos a la segunda parte y mañana tengo previsto colgarla en el blog. Saludos.
Uff, Juan, vaya relato. Es genial porque haces muy cercano a tu personaje, no sé si alguna vez habrás pasado por algo remotamente parecido, pero da la impresión de que sí por lo bien reflejada que está la angustia y el miedo. Felicidades por un trabajo maravilloso. Un beso
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