El término "psicópata" evoca de manera automática una serie de esquemas cognitivos en todos nosotros que, maleado y cariturizado por la filmografía a la que tan aficionados somos, puede confundirnos al calibrar la verdadera dimensión del término.
Más allá de los casos extremos, que los hay, donde se producen conductas ilícitas de gran impacto social, existen personas perfectamente integradas en la vida social y las organizaciones que responden a un perfil psicopático subclínico, esto es, no diagnosticado por un profesional de la Psicología o Psiquiatría. Ello no debería dejarnos indiferentes porque el daño, larvado y constante, que hacen a los que les rodean y a su entorno genera un deterioro, en lo macro, del ambiente laboral y un desgaste psicológico, en lo micro, que puede ser la antesala de verdaderos calvarios psicológicos para sus víctimas.
La agresión directa, ya sea física o verbal, no suele pasar desapercibida y es relativamente fácil de reconducir y abordar. La realmente peligrosa, es la ejercida por estos psicópatas subclínicos que tienen, ante todo, una necesidad imperiosa, podríamos decir que "patológica", de controlar a los demás y a su entorno. Para ello suelen utilizar cuantos medios de presión psicológicos tienen a su alcance. Ejercen la coacción sobre los demás de manera sistemática, hábil y profundamente dañina para la salud mental y emocional de los acosados. Dado que se trata, por lo general, de personas bastante inteligentes, sus estrategias de manipulación son sutiles y altamente efectivas. Lo más peligroso es que no suelen dejar evidencias, por lo que es difícil denunciarlos y luchar contra estas conductas de acoso.
Su autoestima (y ego) suele ser desproporcionada, creyéndose en todo momento y lugar superiores al resto. Siendo hábiles mentirosos, sin complejos, no tienen remordimientos de conciencia que disipen o neutralicen el daño de sus actuaciones. La empatía, en estos casos, es ínfima o nula.
Otros elementos de su perfil suelen ser la impulsividad, el descontrol, la necesidad constante de estímulos, una retórica efectista, aunque hueca a poco que se analice, y un estilo de vida parasitario. Dibujamos, como se ha podido ver hasta ahora, verdaderas "máquinas de guerra psicológica" rondando las calles y los entornos organizativos.
La expresión más violenta de la psicopatía es la conducta criminal, aunque la mayoría de ellos no suelen ser delincuentes. Si hablamos de cifras, extraemos de la literatura especializada una prevalencia del uno por ciento en la población en general, aumentando hasta cinco si elegimos entornos corporativos, políticos y organizacionales. Estos últimos representan, lamentablemente, el nicho ecológico preferido por almas y espíritus despiadados que con su afán desenfrenado por trepar a costa de cualquiera van dejando cadáveres y "mutilados" por los recovecos de las organizaciones. Lejos de ensalzar este tipo de comportamiento "competitivo", nos iría mejor si observáramos, sacáramos a la luz estas conductas infamantes y buscásemos la manera, difícil aunque no imposible, de limitar o neutralizar el daño que estas conductas psicopáticas (subclínicas y no criminales) infligen a los entornos laborales.
"Los psicópatas integrados corroen y desgastan cualquier entorno humano o social en el que se mueven"
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