Micro
“Cuando el sabio señala la luna, el
necio mira el dedo”.
Ahora, como un brutal mazazo en la nuca, cobró
sentido pleno aquella frase que tantas veces había escuchado y que
había tachado de estúpida, exclamando aquello de "mierda de filosofías baratas..."
Me asomé a la ventana del cubículo infecto que había compartido con aquel miserable durante
más días de los que la dignidad humana hubiese aconsejado a ninguna
mujer en su sano juicio.
Hasta ese momento, estuve dispuesta a todo. Esa mano que ahora miraba perpleja y que había visto empuñando el afilado cuchillo que guardaba en el cajón de la cocina, como única salida a mi desesperación, se desdibujó de repente y pude observar que había cielo, casas, pisos y horizontes mucho más allá. Había vida y yo, que no la había descubierto hasta ese momento, lloré desconsolada, como nunca lo había hecho.
Al final, todo era tan simple como un cambio de
perspectiva. Para inmortalizar este curioso momento, esta epifanía que marcaría mi
vida a partir de ese instante, me di un homenaje. Saqué el móvil y fotografié mi mano,
aquella silente cómplice que iba a descargar mi ira mortal contra
aquel descerebrado que no merecía otra cosa que desaparecer del mapa.
Ahora, la cartografía de mi universo se amplió y me ofreció un nuevo horizonte. Sin decir
adiós, me di la vuelta y comencé a caminar...