10 marzo 2015

Diario de un perfecto imbécil (19): con la política hemos topado (4ª parte).


En torno a la treintena, ojos de conejo sarnoso (que me perdonen los humildes bichos aludidos), gafas de diseño y ademanes oleosos... Así, a bote pronto, describí para mis adentros al personaje que se nos acercaba. Ojeador, había sido la primera palabra que había venido a mi mente para describir al joven político/politiquero. Quiero dejar constancia, en estos precisos instantes que mi conocimiento del perfil personal del joven no era lo suficientemente profundo como para asignarle, en exclusiva y de manera categórica, la etiqueta de político o politiquero, de ahí, ante la duda más que razonable, mi dualidad definitoria. Antes de proseguir con mi narración, aclararé el último término, para futuras referencias.

Una persona puede dedicarse a la política y ser, por tanto, político, aunque su ámbito de gestión sea una pequeña aldea perdida en medio de los montes. Por tanto, aquí el término no viene asociado al tamaño o densidad poblacional del distrito en que desarrolla su labor social en bien de la comunidad. El término politiquería tiene un matiz, como podrán presumir, más tóxico y mezquino. Se trata, para no andarnos demasiado tiempo por las ramas (estos personajes tampoco merecen que perdamos con ellos demasiado tiempo, por cierto) de una visión degenerada, cicatera y ruín del noble arte de la política. Sí, en su versión más pura los políticos deberían consagrar sus esfuerzos y desvelos a cuidar el interés de la comunidad o corporación a la que sirven. La vocación de servicio (algunos politiqueros podrían entrar en estado de shock, apoplejía o muerte súbita si rumiaran demasiado este concepto) es algo consustancial al ejercicio del noble arte al que aludimos aquí. La politiquería, por el contrario, se centra fundamentalmente en la explotación, engaño y abuso... (podría seguir con la lista de sinónimos) del poder y del cargo público que una persona ostenta por designación popular o digital (sin pasar por el filtro de las urnas). Esta politiquería puede dar lugar al enriquecimiento, moral y material, de personas que difícilmente podrían ocupar una posición similar en el ámbito profesional porque carecen de los rudimentos básicos que les permitirían ocupar un estatus análogo (con su correspondiente y justa remuneración, reconocimiento y prebendas) al que ostentan por el hecho de ser políticos. En este caso, la ideología constituye un lastre incómodo del que se desprenden más pronto que tarde. Carecen de brújula o de banderas porque las tienen todas o, paradógicamente, nunca las han tenido. Como decía el adagio latino, "mutatis mutandis", esto es, "cambiar para que nada cambie" o "qué tengo que hacer para que nada de lo que tengo y disfruto actualmente en el ejercicio de mi actitividad política desaparezca". Se limitan, estos aprendices de Rasputín, a enredar, maquinar de manera ruín y mimetizar los comportamientos de modelos políticos que les hacen teñirse de cierta aureola o barniz de prestigo permitiéndoles "dar el pego" a propios y extraños. Están ahí para "hacer su agosto", "arrimar el ascua a su sardina" o "sacar la mejor tajada del negocio". Ni plantean ideas, porque carecen de ellas, ni ejercen liderazgo alguno y sólo vegetan haciendo ruido y revolviendo papeles y procedimientos para dar la impresión que su agenda es sumamente complicada e inextricable. Afortunadamente, aunque hay pocos casos, personas nobles y honestas, al percatarse del ganado con el que tendrían que convivir en muchos escenarios políticos, han preferido pasar página y abandonar las bambalinas (nunca mejor dicho) donde figurantes y vedettes (que me perdonen los profesionales del ámbito escenográfico aquí) que pululan, repartiendo codazos, por todos los teatros que se avienen a pagar su caché.

Vuelvo ahora a la primera impresión que me causó nuestro interlocutor. En el argot futbolístico, un ojeador es la persona que aparece por los campos donde se practica el balompié en busca de nuevos talentos que promocionar y ofrecer a equipos de superior categoría. Nada que objetar contra este noble oficio. De hecho, tengo un buen amigo que dedica los fines de semana a esta interesante actividad. Traigo a colación el término para referirme a que el muchacho conejil aludido al comienzo de esta entrada del diario tenía esa pinta, pero aplicada, claro está, al ámbito de las relaciones humanas y politiquería. Se intrudujo grácilmente en nuestra conversación halagando de manera desproporcionada e histriónica la intervención de mi amigo en la asamblea. Evidentemente, yo no daba crédito a esos cumplidos ya que había asistido, en vivo y en directo, a la penosa y lastimera intervención de Antonio mientras mendigaba el honor (?) de ser elegido para una comisión "de plástico" absolutamente inservible. Pues eso, que el muchacho -Pepe, quería que le llamásemos- le endilga a mi compañero, a modo de saludo, un cumplido más falso que una moneda de cartón. Intentaré reproducir, sin que este hecho me provoque arcadas, el diálogo de besugos mantenido en mi presencia.

- "Por cierto, compañero, tu intervención ha sido muy acertada; al menos, a mi parecer".
- "¿Sí, tú crees? -Respondió Antonio, afectando una modestia que hacía aguas ante el halago inmerecido del que acababa de ser objeto-.
- "Por supuesto. Además, refleja arrojo y valentía política. Cierto es que no era el momento, si me lo permites, ya que el tema estaba pactado y bien amarrado, ya sabes, por parte de nuestra gente".

La cara de merluzo disléxico (sí, es posible este constructo pedagógico-piscícola, aunque en estos momentos no puedan representarlo en su mente) que puso mi buen e indocumentado amigo me provocó, a un tiempo, risa y pena.

- "No sé a qué te refieres. Yo no sé nada de ningún pacto".
- "Bueno, quizás no me explicado adecuadamente". -En este momento, el ojeador deslizó una mirada de soslayo hacia el que esto escrite intentando escrutar mi pensamiento o reacciones ante lo que acababa de escuchar. Puse cara de imbécil, esbozando una media sonrisa, lo que debió de tranquilizar al manipulador en potencia (y en acto, que hubiese dicho el bueno de Aristóteles) que tenía enfrente.- "Me refería a que, como comprenderás, no podemos permitir que una comisión que va a estudiar el documento que presentaremos a la ciudadanía pueda quedar absolutamente desprotegida, sin control por parte nuestra".
- "Ah, vale....." -Dijo Antonio, aunque no tengo la seguridad de que entendiese absolutamente nada de las expresiones crípticas con que nuestro improvisado colega se dirigía hacia lo que él, supongo, creía un potencial neófito en las filas del clan.
- "Mira, te lo explicaré... os lo explicaré con un poco de calma tomando una copa. Podemos ir al bar de enfrente". 

Antonio, ni corto ni perezoso me dirigió una mirada suplicante y asentí a su petición. A lo mejor me enteraba de algo jugoso que pudiera triangular con mis observaciones etológicas. Al final, dije, por lo menos me servirá para reflexionar al respecto con mayor lujo de detalles. En esos momentos, ya era asiduo y adicto a esto de escribir en mi diario, por lo que mi perspectiva acerca de muchas cosas había cambiado críticamente, en el sentido de aprovechar cualquier imprevisto para intentar conocerme un poco mejor. Por tanto, cual filósofo cínico o epicúreo, que a estos efectos lo mismo da, me dirigí con Antonio y el tal Pepe hacia el bar de enfrente. Seguí recitando mi mantra para mantener la calma y el equilibrio interior; es lo menos que podía hacer en tal momento y circunstancia. 

Nos sentamos en una mesa del local tras pedir varias cervezas. Aquello parecía el despliegue de un trilero cuando intenta estafar a los incautos que se tragan la jugada, pero me abstuve de comentar nada en ese momento. Lo que el tal Pepe vino a referirnos, aunque se dirigía principalmente a mi amigo (supongo que tenía esa tarde una cara de imbécil más acentuada que la mía) es que lo que acabábamos de presenciar no era más que una estudiada representación, un acto protocolario, una liturgia absolutamente necesaria para dar carta de naturaleza a ciertas decisiones que habían sido tomadas por las personas que tenían la responsabilidad de hacerlo. Y se quedó tan pancho el tío. Bueno, a decir verdad, prosiguió con su argumentación que, me malicio, no tenía otro objeto que recabar la adhesión a la causa del clan. Explicó con cierto detalle que Julio (el diputado chuleta) representaba dignamente las ideas de una serie de compañeros que no tenían otro interés más que trabajar para el partido y cómo no, para la ciudadanía (excusatio non petita, accusatio manifesta...). El otro clan no representaba a casi nadie y eran unos impresentables que sólo buscaban su interés personal. No hacían más que entorpecer la visión de futuro de este grupo de compañeros, decía. Como es obvio, se abstuvo en todo momento de referirse a ellos como clan, familia, compinches o manada, aunque todos estos eran términos sumamente precisos y certeros para definir la realidad político-social que intentaba vendernos el ojeador.

Evidentemente, llegó el momento de la verdad, y le preguntó a mi amigo si estaría interesado en profundizar en el ámbito descrito para "echar una mano" y comprometerse aún más. Antonio le dijo que sí, aunque se confundió ya que le dijo al tal Pepe que él ya se encontraba comprometido con el partido, desde antes incluso de su afiliación. Éste, esbozando aquella sonrisa que los tiburones perfilan justo antes de cerrar sus letales mandíbulas sobre sus presas, le aclaró que eso ya lo sabía. A lo que se refería es que podría ser interesante que asistiera a determinadas reuniones "oficiosas" que un grupo de compañeros (el clan mafioso, sin ir más lejos) desarrollaba esporádicamente para realizar labores de análisis, debate y apoyo logístico. Eso, el sanedrín, era mucho más intersante que aquellos actos obligados que tenían que desarrollar para guardar las formas. La intervención del conejo sarnoso iluminó las escasas áreas que no había cartografiado aún a raíz de mi observación de campo. La cuadratura del círculo estaba a un tiro de piedra. Antonio se comprometió de alguna manera en participar en las referidas reuniones. Yo decliné, amablemente, por motivos familiares. A decir verdad, es curioso, no había tenido que manifestar que yo no era miembro oficial de la hermandad y que había asistido en calidad de mero acompañante. De haber sabido aquellos personajes que asistía como mero amigo de Antonio sin haber comprometido mi voluntad con anterioridad, supongo que me hubiesen corrido a gorrazos. No quise tentar más al destino y proseguí con mi prudente mutismo el tiempo que restó a la reunión que acabo de describir. Poco más tarde nos despedimos y, acompañado de Antonio, nos dirigimos hacia nuestros respectivos domicilios. Se le veía exultante y con ganas de hablar. Decidí realizar mi último sacrificio esa noche y lo escuché. Ahora bien, me prometí a mí mismo trasladarle a partir de ese instante todas mis impresiones que, hábilmente, había declinado compartir cuando estábamos en territorio "non grato". Comenzamos a caminar.

Continuará...

"Los mecanismos de reclutamiento político; sus poliédricos y sinuosos perfiles."





6 comentarios:

Anónimo dijo...

Un poco más de wse aetificio que nos envuelve el dia a día u ran especialembte en ese mundillo por llamarlo de alguna manera... se adapta vien el muchacho a las circunstancias y al menos su ego aunqu3 equivocadamente ca tocando techo. Buena narración. Seguiremos pendiente del persnaiillo en cuestión. Bs Juan. Feliz desxanso :)) .

JUANTOBE dijo...

Gracias por tu comentario, en "suajili", jejejej. Estos móviles! Me satisface que te guste el relato. Queda, hablando de la política, una entrega más. La haré la semana que viene. Que pases un buen finde. Bss. :-))

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Estupenda esta continuación del relato, no exento de ese toque divertido que con maestría insertas en la narración. Besos y feliz finde, Juan, estos días me cuesta entrar por aquí pues en verano trabajo el doble, pero hoy que puedo, aprovecho.

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Estupenda esta continuación del relato, no exento de ese toque divertido que con maestría insertas en la narración. Besos y feliz finde, Juan, estos días me cuesta entrar por aquí pues en verano trabajo el doble, pero hoy que puedo, aprovecho.

JUANTOBE dijo...

Gracias, Mayte! Me alegra que hayas podido sacar un ratito de tu tiempo para poder pasarte por el blog y leer el relato. La semana que viene publicaré la siguiente y continuación de esta mini-serie dedicada a la política, ahora tan de moda acá, jeje. Buen finde (por aquí, lloviendo mucho). Besos.

Unknown dijo...

¡¡Menuda fauna!! Para describir el politiqueo (sin que te den arcadas) nos haces sonreír con las andanzas de conejos sarnosos y merluzos disléxicos... lo que te decía, ¡qué fauna! Una penita que abunden tanto.
Un beso, Juan

El tigre herido...