Decía Lao Tse, en uno de sus proverbios, que "el hombre vulgar, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla". No podría estar más de acuerdo con el Maestro ya que siendo ésta, la paciencia, una virtud que debería adornar cualquier vida y existencia, en el caso de aquellos que ejercen algún tipo de liderazgo se convierte en uno de los elementos sobre los que debería edificarse cualquier proyecto corporativo que pretenda ser digno. No son pocas las historias, personales y/o profesionales, que acaban perdiéndose por el camino o yéndose al traste porque la persona que tiene que dirigir el proceso tiene, por el motivo que sea, una prisa desmesurada en acabar con algo que, la mayoría de las veces, requiere su "tempo" y cadencia. La buena, eficaz y eficiente, gestión de los tiempos deviene una habilidad esencial en aquellos líderes que triunfan en el desarrollo de los cometidos que asumen o tienen asignados. Por el contrario, la carencia de habilidades organizativas sobre este particular termina destrozando ilusiones, proyectos personales y afectando a terceros que no tienen culpa de la impericia de aquellos que deberían ejercer una profesionalidad responsable para atender como es debido los asuntos de la comunidad u organización en la que están empleados.
La prisa, en el ámbito organizativo, nunca ha sido buena consejera. Es cierto que hay ocasiones en las que se precisa que determinados procedimientos se agilicen para evitar perjuicios innecesarios a terceros. Hasta ese punto, totalmente de acuerdo. A la prisa nefasta o negativa que quisiera referirme es aquella que obedece a la carencia de planificación y a determinadas rutinas de improvisación descafeinada que sobrevienen cuando alguien tendría que haber desarrollado ciertas actividades en su momento y un buen día se da cuenta de que ha perdido el tiempo o no ha sabido planificar bien su trabajo y el de los demás. En ese momento dramático, sobre todo si su impericia genera la proyección pública y mediática de su incapacidad, todos son prisas, enfados y broncas. A modo de botón de muestra, podríamos citar el caso de un jefe (de los malos, que conste) que podría haberse reunido con muchas personas durante un año para sacar adelante múltiples asuntos y descubre que no lo ha hecho, sin que pueda justificar esa circunstancia más que de manera vaga y poco creíble ante otros superiores jerárquicos. En ese momento, desesperado, se olvida de la más mínima consideración y convoca una retahíla de reuniones inconexas, que se pisan unas con otras, y cuyo único objetivo es justificar o "hacer el paripé" de lo entregado que se está a la tarea. Es este, como podrían ser muchos otros, un ejemplo paradigmático de la prisa dañina que habría que evitar a toda costa. Por supuesto, también habría que tener un poco de consideración hacia los demás y eso es algo, queridos amigos, que no todos los que juegan a ser líderes incorporan en su famélica y canija mochila de virtudes.
Comencemos por la prisa desmesurada por terminar cuanto antes cualquier gestión, procedimiento o actividad. Pasamos tan rápidamente por algunos territorios, en el amplio sentido de la palabra, que nos olvidamos de disfrutar de cada uno de nuestros pasos. Eso no es posible, ya que apreciar cada instante en lo que vale exige una importante dosis de paciencia porque, en algunos casos, otros nos apremiarán para seguir avanzando con premura pero en otras ocasiones, y esto es lo malo, somos nosotros mismos los que nos imponemos exigencias absolutamente perentorias y desmesuradas que carecen de sentido. Estamos inmersos, podríamos decirlo así, en una permanente huida hacia ningún sitio, avanzando sin norte por la propia inercia que nos impulsa.
La prisa, en el ámbito organizativo, nunca ha sido buena consejera. Es cierto que hay ocasiones en las que se precisa que determinados procedimientos se agilicen para evitar perjuicios innecesarios a terceros. Hasta ese punto, totalmente de acuerdo. A la prisa nefasta o negativa que quisiera referirme es aquella que obedece a la carencia de planificación y a determinadas rutinas de improvisación descafeinada que sobrevienen cuando alguien tendría que haber desarrollado ciertas actividades en su momento y un buen día se da cuenta de que ha perdido el tiempo o no ha sabido planificar bien su trabajo y el de los demás. En ese momento dramático, sobre todo si su impericia genera la proyección pública y mediática de su incapacidad, todos son prisas, enfados y broncas. A modo de botón de muestra, podríamos citar el caso de un jefe (de los malos, que conste) que podría haberse reunido con muchas personas durante un año para sacar adelante múltiples asuntos y descubre que no lo ha hecho, sin que pueda justificar esa circunstancia más que de manera vaga y poco creíble ante otros superiores jerárquicos. En ese momento, desesperado, se olvida de la más mínima consideración y convoca una retahíla de reuniones inconexas, que se pisan unas con otras, y cuyo único objetivo es justificar o "hacer el paripé" de lo entregado que se está a la tarea. Es este, como podrían ser muchos otros, un ejemplo paradigmático de la prisa dañina que habría que evitar a toda costa. Por supuesto, también habría que tener un poco de consideración hacia los demás y eso es algo, queridos amigos, que no todos los que juegan a ser líderes incorporan en su famélica y canija mochila de virtudes.
Comencemos por la prisa desmesurada por terminar cuanto antes cualquier gestión, procedimiento o actividad. Pasamos tan rápidamente por algunos territorios, en el amplio sentido de la palabra, que nos olvidamos de disfrutar de cada uno de nuestros pasos. Eso no es posible, ya que apreciar cada instante en lo que vale exige una importante dosis de paciencia porque, en algunos casos, otros nos apremiarán para seguir avanzando con premura pero en otras ocasiones, y esto es lo malo, somos nosotros mismos los que nos imponemos exigencias absolutamente perentorias y desmesuradas que carecen de sentido. Estamos inmersos, podríamos decirlo así, en una permanente huida hacia ningún sitio, avanzando sin norte por la propia inercia que nos impulsa.
La paciencia nos otorga una visión de mayor calado y nos permite abarcar un amplio espectro de la realidad para analizar con calma asuntos que requieren de nuestra máxima atención. Determinados temas, por lo enrevesados o complicados que son, exigen una mayor dedicación. Pretender hacer en estos casos lo que se denomina una "faena de aliño" deja tras nosotros una turbia estela, en primer lugar, de falta de profesionalidad y ejercicio chapucero de cualquier oficio, profesión o responsabilidad. En segundo término, proyecta una imagen penosa ante terceras personas sobre nuestra incapacidad para afrontar con el respeto y atención que requieren determinados asuntos, los cuales despachamos de mala manera y con peor resultado. Es la virtud de la paciencia la que nos otorga la "clarividencia de espíritu" necesaria para poder otear en el horizonte con calma y ser capaces de analizar el origen de muchos problemas y hacer posible una adecuada intervención por nuestra parte.
En otro orden de cosas, tener paciencia no es sinónimo de pasividad o resignación. Es más, si me apuran, de todo lo contrario. En este caso hablamos de la paciencia como sinónimo de fortaleza interior, como habilidad para aceptar, integrar en nuestra estructura de pensamiento y sobrellevar dignamente todos aquellos escollos y socavones con los que necesariamente nos enfrentamos cotidianamente a la hora de llevar a cabo nuestro trabajo. Sobrevivir a esos obstáculos nos hace madurar y nos permite evolucionar a nivel interno, en el plano personal y profesional. Todo ello es difícilmente posible si no se hace con tranquilidad, tomándose el tiempo que se requiere y ejerciendo la virtud de la paciencia. Nos permite la paciencia una buena presencia de ánimo para sobrellevar todos los avatares que nos suceden sin llegar a perder la serenidad necesaria. Esta nos permitirá seguir avanzando sin tirarlo todo por la borda ante el mínimo contratiempo, desaire o incomprensión de algunos incautos. Se trata de un rasgo característico de la verdadera madurez. Se aprende a ser paciente con el tiempo, a medida que avanzamos a lo largo de nuestra vida. No se trata de una cuestión de "pasotismo" sino de comprensión y de capacidad de metabolizar los problemas que nos acechan para ubicarlos en su justo lugar y evitar que nublen nuestra visión de futuro y nos generen un sentimiento cercano a la depresión y al abatimiento.
Hay cosas que, por su propia naturaleza, escapan a nuestro círculo de influencia. Eso es algo tan obvio que no requiere mayor explicación. Pretender, en todo momento y lugar, controlar absolutamente lo que cae bajo nuestro campo de visión puede llegar a ser una tarea farragosa y, lo que es mucho peor, estéril. A veces, más de las que nos imaginamos, hay que rodearse de la calma necesaria para permitir que las cosas vayan sucediendo, porque tienen su tiempo y su período de maduración propia. El líder paciente adquiere a través del ejercicio cotidiano de su labor una gran capacidad para detectar todos los imponderables que, de una u otra manera, terminarán afectando a su área de gestión. De ese modo, apaciblemente, estará en disposición de afrontar su trabajo de una forma más tranquila, armónica y optimista. Ni que decir tiene que la tensión y el estrés no desaparecerán como por arte de ensalmo al adoptar esta perspectiva "zen", pero las cosas se verán a través de otra óptica.
Las personas que afrontan cualquier puesto directivo de manera impaciente, porque quieren llegar cuanto antes a la cumbre y no asumen que muchas veces esos deseos son absolutamente desproporcionados, suelen tener graves problemas de adaptación a su entorno laboral. Como resultado de los mismos, suelen convertirse en seres agresivos y cortoplacistas, a los que sólo interesa terminar cuanto antes el plato que tienen delante para zamparse el siguiente, que ya está casi al alcance de sus manos. Ello genera recelos en sus colaboradores y subordinados ya que dicha vorágine fagocitadora produce metabolitos dañinos para el sistema y el entorno, que no es capaz de digerir adecuadamente tanta prisa chapucera por parte de sus dirigentes más exaltados y pueriles. Son personas, éstas, incapaces de gestionar la demora de la satisfacción más allá de la inmediatez. Todo tiene que ser ahora y ellos son los que marcan el reloj que arrasa con voluntades, procedimientos y experiencia de otras personas. Son como niños, pero mucho peores ya que este tipo de actuaciones pueriles deberían quedar fuera de lugar en todos aquellos que juegan con los destinos, para eso lideran, de terceras personas.
Todos conocemos a líderes, directivos y dirigentes cuyas conductas podrían ajustarse, como si de un guante se tratase, al perfil esbozado en las líneas precedentes. La mayoría de ellos suelen ser personas encantadoras, en apariencia, pero sumamente frágiles cuando sobrevienen los problemas derivados de su falta de paciencia. En esos momentos, no es raro apreciar arrebatos violentos y desgarradores hacia los demás ya que no consiguen que las cosas se gestionen con la premura artificial que intentan imponerles. Se les tolera porque, la mayoría de las veces, no hay más remedio ya que todo el mundo necesita, salvo millonarios excéntricos, trabajar para procurarse el sustento. Vencen pero no convencen aunque, a decir verdad, les suele dar igual la opinión que sobre sus actuaciones tenga la gente. En cualquier caso, centrándonos en los aspectos positivos del término, la paciencia es algo que deberá desarrollar todo líder que pretenda realizar bien el trabajo por el que le pagan. Sin ella, sólo tapará baches y boquetes pero no conseguirá desarrollar una labor digna ni reconocida por todos.
"El desarrollo de la paciencia como virtud esencial para el ejercicio del buen liderazgo."
6 comentarios:
Me encanta la reflexión sobre liderazgo y paciencia.
Paciencia, la capacidad de mantener la calma. Respetar el tiempo que cada cosa conlleva; cada proyecto, negociación, persona... tienen un tiempo propio, cuando se lidera es importante respetar ese lapso, saberlo y nutrirse del proceso, son características primordiales para alguien que dirige. Alterar el curso de la temporalidad -extenderlo o acortarlo- de los procesos trae unas consecuencias. Pero a veces, la dinámica, las circunstancias, las limitaciones, la necesidad... tienden a que inexorablemente alteremos su curso natural... entonces le corresponde a la persona que dirige minimizar los efectos adyacentes de esas consecuencia.
Dirigir, conlleva la virtud de la paciencia. Ser impaciente tampoco es nefasto... el anhelo por algo que se desea o se espera no es malo, a veces puede ser un motor impulsor para reforzar a los trabajadores, somos impacientes porque hemos creado unas expectativas sobre la obtención del beneficio que nos aportará nuestro objetivo. El problema radica en cuál es el objetivo del líder. Un líder nato, tendrá como objetivo primordial el máximo beneficio de todo proceso que inicia en aras de aquello que representa. Presentará la impaciencia, que conlleva la intranquilidad de no conseguir aquello que desea (por supuesto, no es su beneficio propio, sino el beneficio de su colectivo, proyecto, representación, etc.) pero será paciente en el proceso, respetando los tiempos, ajustando a las consecuencias, nutriéndose... y lo que es más importante, su calma le permitirá todo cambio necesario que se demande a lo largo de su trabajo directivo.
Quizás ésto no lo sepa el hombre vulgar...
Soraya, muchas gracias por tu comentario. No podría estar más de acuerdo con tus acertadas reflexiones al respecto. Tus palabras enriquecen el artículo y le aportan matices muy interesantes. Gracias y saludos.
Excelentes reflexiones.
Efectivamente, William, el enriquecimiento es mutuo. No podría empatizar más con el pensamiento expuesto en esas líneas.
Liderar conlleva una serie de virtudes que parten de un planteamiento personal, he ahí una de las diferencias.
Saludos y buen fin de semana a los lectores.
Gracias, Ángel, por tus palabras y reflexiones. Me alegra saber que estas líneas, lanzadas al viento, generan interés. Que pases un buen domingo. Saludos cordiales.
La paciencia va de la mano con el conocimiento, el dominio propio, la fe , la virtud, la piedad,
el afecto fraternal y el amor ( parte de la segunda carta de Pedro a los apóstoles).
Gracias por tus comentarios, Nelson. Sin lugar a dudas, son virtudes que contribuyen efectivamente al desarrollo de la paciencia. Que tengas un buen día. Saludos.
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