La
persona envidiosa se obsesiona con demasiada frecuencia cuando
observa casualmente o espía los logros de los demás. Puede, en los
casos más espinosos y complicados, dejar de disfrutar de su vida o
de vivir plenamente porque dedica todo su tiempo y esfuerzo a estar
pendiente de los que considera adversarios, todos ellos personas que
cohabitan con él, dentro de su entorno vital.
Sufre
de manera desproporcionada por cosas que se encuentran fuera de su
círculo de influencia, llegando a sentirse agobiado por los
triunfos, logros y éxitos del resto de personas que le rodean. En
los casos más cruentos, el agobio se transforma en rencor hacia
todos aquellos que poseen cualquier bien, material o inmaterial, del
que el envidioso no puede disfrutar. Todo ello le provoca una
profunda insatisfacción y, paralelamente, socava su frágil ego
alimentando un complejo de inferioridad que no hace otra cosa que
crecer con los años.
La
persona envidiosa vive con angustia y amenaza los éxitos y la
felicidad de los otros, llegando a mantener una competencia feroz y
perpetua contra todo el mundo, mientras se consume atormentada por la
envidia. No le afecta tanto que los demás tengan las cosas que él o
ella desea, sino que llegamos a la cuadratura del círculo perverso y
podemos concluir que desean esas cosas, precisamente, porque los
demás las poseen.
La
envidia puede adquirir matices muy variopintos y formas de expresión
sumamente creativas. No son infrecuentes las críticas, ofensas,
difamaciones, venganzas y agresiones que las personas envidiosas
dirigen hacia aquellos que han convertido en objetivos a batir.
Cuando no consiguen lo que quieren, su única salida es la
aniquilación del adversario. Lo intentan por todos los medios a
su alcance y su objetivo final es convertir en basura aquello de lo
que no pueden disfrutar, sea material o inmaterial.
Además,
es absolutamente compatible la envidia más furibunda con la
inteligencia más despierta. Se trata, en este caso, de una
combinación letal ya que un envidioso hábil y manipulador, además
de inteligente, puede disfrazarse de amigo para asestar el golpe
definitivo en el momento más inesperado, cuando los otros tienen
todas las defensas desactivadas. En
este caso, mientras la hiel que destilan se resbala por la comisura
de sus labios, suelen ufanarse de su habilidad, experiencia y arte en
contraposición de la torpeza de los pobres infelices
que han sido abatidos por sus dardos envenenados. Dado que la
supervivencia del que consideran rival les hace tanto daño,
intentan, por todos los medios a su alcance, derribar al otro ya que
reciben su impulso vital de la creencia, absolutamente falaz, de que
nadie es tan perfecto como él mismo.
El
envidioso elabora
un
arsenal de
creencias que le permite superar el profundo sentimiento de
inferioridad que le genera su auto-observación. Compensa ese
sentimiento desarrollando un complejo de superioridad que le faculta
para vivir absolutamente inmerso en la ficción de que posee
cualidades, atributos y valores de los que realmente carece. Como
consecuencia, se los niega a los demás para, precisamente,
defenderse de la agresión que supondría para su autoestima
reconocerle esos valores a otras personas.
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