17 septiembre 2015

CARTOGRAFÍAS VITALES

Suspiró profundamente mientras sus pies chapoteaban apaciblemente en la orilla. Hasta el momento no había encontrado actividad más relajante y reparadora que sus paseos diarios, descalzo, por la playa. Esta vez le había costado un esfuerzo sobrehumano superar aquella fase de duelo. Toda pérdida, no necesariamente la de un ser querido, generaba sentimientos  de dolor, muchas veces encontrados y ambivalentes.

Con la objetividad que permiten el tiempo y la distancia, había logrado destilar, en el sinuoso alambique de su memoria, elementos tóxicos como el despecho y la venganza. Al vomitarlos, le habían hecho daño mientras transitaban por todos los poros de su piel, pero mucho menor que el que había sufrido cuando los maceraba lentamente en lo más hondo de su alma. 

Si se analizaba con calma la situación, no se sentía culpable. Eran muchos, demasiados, los episodios rememorados en los que evocó humillación, desprecio e, incluso, maltrato psicológico hacia su persona. Hasta donde era consciente, había logrado sobrevivir sin demasiadas secuelas, que no era poca cosa. Eso era lo más importante. Su error, humano por lo demás, residía en haber confiado a terceros sin escrúpulos la llave de su bienestar personal, en tanto en cuanto aquellos logros mundanos que le regalaba y atribuía su entorno se habían llegado a convertir en el combustible de su autoestima e imagen personal. Vacuos halagos que, ahora estaba seguro de ello, le habían costado más de lo que había imaginado nunca. 

Restañó sus heridas con calma y sosiego; al menos ese mérito era exclusivamente suyo. Otros, en una situación similar, hubiesen perecido destrozados en la sima del ostracismo, a la que se le relegó sin conmiseración alguna. Brillaba demasiado como para que aquellos mediocres fariseos de opereta le permitieran seguir caminando por la superficie, corriendo el riesgo de que sus miserias fuesen propagadas y conocidas.

Su error, el de ellos, fue oficiar el funeral por su espíritu con la intención de sepultar con premura, alevosía y precipitación su memoria. Se equivocaron, aunque ahora estaba seguro que había podido desprenderse de la hiel del despecho que le había inundado durante aquellos largos meses. Lo había conseguido sin esconderla ni disfrazarla. Él mismo se sorprendía de su transformación. Sin duda, cumplir años y sobrevivir a varios naufragios eran circunstancias que podían explicar razonablemente su nuevo enfoque vital, mucho más sereno y apacible. No era un pecio abatido, aunque los más torpes de aquellos miserables mercenarios hubiesen vendido a su madre por albergar esa seguridad. 

Prosiguió su deambular por la orilla, alegrándose de que este nuevo marco de interpretación personal le hubiese llevado a respetar sus cicatrices y apreciarlas. Ellas, y no las patrañas de los adoradores de becerros de oro, eran las que le mostraban con nitidez la cartografía de su vida y marcaban la senda de su particular Ítaca. Siguió caminando tranquilamente mientras disfrutaba del batir de las olas. De ese modo tan sencillo, honró y respetó su naturaleza, que no era otra que la de ser un caminante...




5 comentarios:

Sotriva dijo...

“Coger el corazón con las dos manos y mirarlo de frente… ver sus heridas y sus cicatrices. Obsérvalo, para comprender que me pertenece porque él marca mi camino, fortaleciendo cada paso”.

Uffff… mirar dentro duele tanto…

¡Enhorabuena, Q!

P.d. No tengo más palabras... aunque no hacen falta.

Unknown dijo...

Es un valiente,sin ninguna duda. No es fácil hacer lo que hace tu protagonista.

Un abracico, Juantobe.

Unknown dijo...

Es un valiente, sin más. No es fácil hacer lo que tu protagonista hace.

Un saludico, Juantobe.

Julia C. dijo...

Poético e introspectivo texto, Juan Antonio. Para deleitarse leyendo y reflexionando...
Me ha gustado mucho :)
Un beso enorme y feliz fin de semana!!

Irene F. Garza dijo...

Qué decir que al terminar con el caminante, el protagonista ya me ha ganado.
De eso se trata sea un relato, una reflexión, la vida misma. Es de seguir aunque las circunstancias sean equívocas e injustas. Seguir, a cada paso dado es una victoria.
El que para, perece.
Besos!

El tigre herido...