Tuvimos ocasión de leer recientemente, en este mismo blog, una historia que tenía como referente este concepto, el sexto pecado capital: la envidia. En el post, publicado el pasado jueves, 19 de marzo (Diario de un perfecto imbécil (21): mi cuñada Toñi y sus historias -2-), nuestro buen amigo Ramón nos ilustraba con relación a un supuesto, real como la vida misma, que su cuñada Toñi había tenido ocasión de observar y sufrir en su entorno laboral, un colegio. Además, ese mismo artículo (post) generó un elevado número de comentarios, de asiduos y buenos lectores del blog (Oxýs, Soraya y Ángel), que me hizo pensar en el interés, por un lado, y la necesidad, por otro, de profundizar aún más en la reflexión sobre este tema. A ellos va dedicado, especialmente, este artículo. Aunque todos y cada uno de nosotros, de manera intuitiva y desde el sentido común, podemos hablar mucho sobre la envidia y sobre los envidiosos, no creo que nos venga mal profundizar un poco más en el asunto para trazar algunas reflexiones que, a mi parecer, pueden revestir cierto interés. Ése es el motivo que me anima para comenzar con él una mini-serie de artículos que irán apareciendo en el blog durante los próximos días. Espero que sean de vuestro agrado. Sin más, comenzamos; manos a la obra.
Para empezar, un poco de historia. Evagrio Póntico, asceta del siglo IV (d. C.) nacido en Amasía del Ponto, cerca de la actual Sínope (Turquía), estableció un listado de ocho pasiones humanas que tenían un carácter maligno y pecaminoso. Más tarde, Juan Casiano y, finalmente, el Papa San Gregorio los oficializaron, fijándolos en siete: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia. Recordemos que Dante, en su Divina Comedia, también empleó dicho orden. Según Santo Tomás de Aquino, no se alude a ellos como "capitales" en razón de su gravedad -aunque algunos puedan llegar a serlo en determinados casos- sino a su carácter germinal, que viene a significar que el resto de los pecados emanan de ellos. !Ahí es nada!, según la castiza expresión española.
Antes de referirnos a las perversas consecuencias que, para inocentes terceros, puede suponer la existencia de un directivo o líder envidioso, trazaremos unas líneas maestras sobre el particular que, como no podría ser de otra manera, afectan a cualquier persona, sea ésta ciudadano, líder, colaborador o directivo. A partir de ahí, profundizaremos en el análisis corporativo. La persona envidiosa se obsesiona con demasiada frecuencia cuando observa casualmente o espía los logros de los demás. Puede, en los casos más espinosos y complicados, dejar de disfrutar de su vida o de vivir plenamente porque dedica todo su tiempo y esfuerzo a estar pendiente de los que considera adversarios, todos ellos personas que cohabitan con él, dentro de su entorno vital. Sufre de manera desproporcionada por cosas que, la gran mayoría de las veces, se encuentran fuera de su "círculo de influencia", llegando a sentirse agobiado por los triunfos, logros y éxitos del resto de personas que le rodean. En los casos más cruentos, el agobio se transforma en rencor hacia todos aquellos que poseen cualquier bien, material o inmaterial, del que el envidioso o envidiosa no puede disfrutar. Todo ello le provoca una profunda insatisfacción y, paralelamente, socava su frágil ego alimentando un complejo de inferioridad que no hace otra cosa que crecer con los años.
Dicen los que saben del tema, que constituye la envidia un rasgo humano característico del narcisismo. En ese trastorno psicológico, el sujeto que lo padece experimenta un deseo ansioso y desproporcionado por ser el centro de atención ("el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro"), destacar ante y entre los que le rodean, quedar por encima y ser el mejor en toda circunstancia y lugar. Siendo esto, como podremos fácilmente comprender, harto difícil, la persona envidiosa vive con angustia y amenaza los éxitos y la felicidad de los otros, llegando a mantener una competencia feroz y perpetua contra todo el mundo, mientras se consume atormentada por la envidia. No le afecta tanto que los demás tengan las cosas que él o ella desea, sino que llegamos a la cuadratura del círculo perverso y podemos concluir que desean esas cosas, precisamente, porque los demás las poseen. En uno de los artículos que publicamos en este blog se describe, de manera novelada, un personaje basado en un caso absolutamente real que nos habla de los límites y peligros del narcisismo. Os lo recomiendo. Su título: "La Reina de Corazones".
La envidia puede adquirir matices muy variopintos y formas de expresión sumamente creativas. No son infrecuentes las críticas, ofensas, difamaciones, venganzas y agresiones que las personas envidiosas dirigen hacia aquellos que han convertido en objetivos a batir. Cuando no consiguen lo que quieren, su única salida es la aniquilación del adversario. Lo intentan por todos los medios a su alcance y su objetivo final es convertir en basura aquello de lo que no pueden disfrutar, sea material o inmaterial. Además, es absolutamente compatible la envidia más furibunda con la inteligencia más despierta. Se trata, en este caso, de una combinación letal ya que un envidioso hábil y manipulador, además de inteligente, puede disfrazarse de amigo para asestar el golpe definitivo en el momento más inesperado, cuando los otros tienen todas las defensas desactivadas. En este caso, mientras la hiel que destilan se resbala por la comisura de sus labios, suelen ufanarse de su habilidad, experiencia y arte en contraposición de la torpeza y estulticia de los pobres infelices que han sido abatidos por sus dardos envenenados. Dado que la supervivencia del que consideran rival les hace tanto daño, intentan, por todos los medios a su alcance, derribar al otro ya que reciben su impulso vital de la creencia, absolutamente falaz, de que nadie es tan perfecto como él mismo.
Elabora un corpus de creencias, el envidioso, que le permite superar el profundo sentimiento de inferioridad que le genera su auto-observación. Compensa ese sentimiento desarrollando un complejo de superioridad que le faculta para vivir absolutamente inmerso en la ficción de que posee cualidades, atributos y valores de los que realmente carece. Como consecuencia, se los niega a los demás para, precisamente, defenderse de la agresión que supondría para su autoestima reconocerle esos valores a otras personas. En ese contexto, apuntalado con alfileres, surge un buen día una persona que posee realmente dichas características. Ello genera una brutal confrontación del envidioso con la realidad al tiempo que sobreviene una descomunal "disonancia" que, so pena de fenecer, tiene que modificar. Según el psicólogo Leon Festinger (autor de "Una teoría de la disonancia cognitiva", 1957), la persona intentará reducir la incongruencia o disonancia de alguna manera ya que la tensión producida en su psique le genera efectos sumamente adversos. Para volver a la coherencia interna, el envidioso intentará destruir a la víctima, al envidiado, ya que sabe que por sí mismo carece de la capacidad para crecer y superar la disonancia evolucionando hacia la adquisición personal de las habilidades o características que envidia en la otra persona. Por tanto, esta teoría explica el carácter compensador de la conducta que pone en marcha el envidioso para retornar a la consonancia cognitiva y recuperar su estabilidad psicológica.
Ubicar al envidioso en un marco terapéutico es harto difícil. Básicamente, porque prácticamente nadie acude a consulta (psiquiatra o psicólogo) alegando que pasa sus días sufriendo por la envidia tan brutal que despliega ante sus paisanos y que le reconcome el alma. Nos da mucha vergüenza reconocer ese pecado, por lo que somos muy hábiles, unos más que otros, en barnizarla con diferentes tonalidades, revistiéndola con otros ropajes que pretenden disimular lo indecoroso de ese sentimiento. Si el terapeuta es hábil, conseguirá fomentar un clima de confianza que permita desplegar la biografía de la persona y es entonces, al relatar pormenorizadamente sus episodios y recuerdos vitales, cuando se pueda intuir y contrastar la presencia de la envidia. Desde un punto de vista terapéutico, psicólogos y psiquiatras han puesto de manifiesto los productos y secuelas destructivas de este padecimiento. No podemos olvidar, esto es muy importante, que está en la base de muchos trastornos y conductas habituales, por lo que es muy importante delimitar sus perfiles a la hora de profundizar en cualquier tipo de tratamiento. La retahíla de innumerables fracasos personales y profesionales del cliente o paciente puede arrojar mucha luz que nos permita atisbar la existencia de la envidia como motor de su modus vivendi. La justificación típica por su parte tenderá a extrapolar el problema a situaciones incontrolables (mala suerte) o, incluso, abonar teorías conspirativas contra la persona del envidioso. La vida no es tan simple y, a buen seguro, será interesante valorar la capacidad de esta persona con respecto a su tolerancia a la frustración, que suele ser ínfima, y al ansia desaforada por obtener cualquier satisfacción en el menor plazo de tiempo posible. Esas, en conjunción con alguna otra, serán las claves que le permitirán al terapeuta cartografiar con cierta precisión el escabroso y enmarañado mapa de los afectos que tiene enfrente.
Dicho todo lo anterior, que no es poco, nos toca ahora integrarlo con la perspectiva del liderazgo. Ningún directivo, que sepamos, realiza un test de personalidad que permita detectar la envidia como rasgo patológico que pudiera interferir en el desarrollo de sus cometidos competenciales. Es más, no es en absoluto improbable que la envidia pueda camuflarse discretamente en el carácter competitivo y luchador mil veces ensalzado por nuestra sociedad contemporánea. Por tanto, un envidioso patológico puede escalar sin especiales problemas la pirámide del poder hasta alcanzar cotas muy elevadas que, paradógicamente, tampoco le harán sentirse mejor consigo mismo y le plantearán nuevos escenarios de lucha interior contra los que tendrá que pelearse para diluir la disonancia consustancial que le invade cada vez que se enfrenta con alguien que, a su juicio, le supera en algún parámetro vital. Aquí es donde comienzan los problemas. De lo primero que se da cuenta el líder envidioso es que disfruta de un inmenso poder pero que, habitualmente, carece de la autoridad requerida para el desarrollo eficaz y reconocido del puesto. Su radar, perfectamente adiestrado, comenzará a otear el horizonte corporativo con objeto de poder detectar, mimetizar y, no es improbable, anular o destruir a todas aquellas personas que pudieran hacerle sombra por ostentar una autoridad y reconocido prestigio que la vida, injusta como siempre la ven, les niega vehementemente. No es improbable que acudan a prácticas de canibalismo ritual y simbólico, rodeándose de personas con autoridad en su campo para intentar vampirizar cualquier logro que emane de éstos o, lo que es peor, hacerles tragar piedras de molino, humillándolos, con objeto de solventar salvajemente la ecuación tan perversa que viene a decir lo siguiente: "Si X tiene autoridad y YO consigo controlarlo y dominarlo, YO tendrá más autoridad que X". Como podemos fácilmente comprobar, este aserto es falso y falaz, ya que no se consigue la autoridad por el hecho de imponerse sobre nadie ejerciendo un poder desmedido. En otro artículo de este blog hemos hablado, largo y tendido, de la diferencia entre autoridad y poder. Os recomiendo encarecidamente su lectura: Auctoritas et potestas... de Adriano a nuestros días.
La polémica doctrinal está servida ya que avezados filósofos, psicólogos y psiquiatras no terminan de ponerse de acuerdo sobre la posible solución terapéutica a este pecado capital. Ante tal discordia, y como medida de precaución, lo mejor es alejarse de los líderes envidiosos y no fiarse "un pelo" de ellos ya que todo, absolutamente todo lo que hacen, de obra o de palabra, priorizará su interés particular en detrimento del interés general para el que fueron nombrados. Sin que prevalezca el desánimo, mucho ojo y cautela. Por el momento, no nos queda otra.
"El comportamiento patológico del líder envidioso y sus nefastas consecuencias para la organización."
11 comentarios:
Hola, William.
Enhorabuena, es un buen artículo. Interesante reflexión desde esa perspectiva.
Me ha gustado el enfoque, es interesante.
Saludos.
Hola, Ángel.
Me alegra que te agrade la perspectiva y enfoque del artículo. Gracias, como siempre, por tus amables palabras. Seguimos avanzando.
Saludos cordiales.
Muchísimas gracias por dedicarnos tan gran post, William.
Dando mérito y haciéndole honores al título de tu post, yo preguntaría en calidad de coach al coachee: ¿Qué esperamos de nosotros? ¿Idealidades? ¿Realidades? Es difícil la respuesta puesto que, entre medias de la realidad y la idealidad están las expectativas y los sueños, así como, la capacidad de trabajar para nosotros mismos por nosotros mismos y no porque creamos que alguien “es” o “tiene” algo que a nosotros podría convenirnos.
Todo es mejorable y siempre hay emociones y actitudes que deberíamos desaprender y reaprender en otros términos, instaurando un plan de prevención para evitar regresiones y agresiones innecesarias.
Me gusta mucho tu nueva forma de recrear los post con paseo y descanso en otros post. Leídos todos dan una visión mucho más completa de tus reflexiones.
Buen fin de semana, vacaciones o días de descanso que tengáis la posibilidad de disfrutar estos días.
Un saludo y gracias nuevamente por tus post en general y éste en particular.
Gracias, Oxýs, por tus amables e interesantes palabras. Descansaré unos días durante la próxima semana. En cualquier caso, estoy rondando un post que rompe, momentáneamente, la línea del blog pero que me pide el cuerpo y los afectos escribir. Lo publicaré a lo largo de la próxima semana.
Saludos cordiales.
Hola, aquí estoy.
Genial, bueno, interesante, nutritivo… apoteósicamente enriquecedor. Me encanta la perspectiva… Comporto la reflexión sobre el liderazgo y la envidia, es más la he visto (¿a qué sí, Ángel?). “Cuando aparece el o la envidiosa, sálvese quien pueda”.
Es la primera vez que me dedican un post, muchas gracias, muchas gracias, muchas gracias… porque me ha gustado generar mínimamente algo (tú estimulación para escribir ese artículo) Aunque siendo honesta creo que el mérito ha sido más de Oxýs y de Ángel, y a un estirar, de la sinergia de los tres.
Oxýs, me gusta tu reflexión. Siempre estamos en un constante devenir. Todo es mejorable, necesitamos aprender, reaprender y lo que es más importante –y a mí parecer- desaprender. Me gustan muchos tus reflexiones.
Me despido, un abrazo fuerte para todos.
Gracias, Soraya. El mérito es de los tres, en cuanto "estimuladores cognitivos" de este contador de historias que suscribe, ni más ni menos. El tema de la envidia es uno de los más interesantes y sobre el que podríamos seguir hablando -no lo haremos, para evitar el martirio a futuros lectores- durante muchos comentarios y artículos.
Como ya comenté antes, en respuesta a un comentario, aprovecharé los próximos días para bosquejar y publicar un artículo diferentes, aunque relacionado con la psicología (también psiquiatría) y la actualidad. Algo que me ha impactado y sigue "reconcomiéndome" el "coco".
Un abrazo para los tres.
Buen fin de semana.
Hola.
Sé que esto no es un foro, pero no me resisto a no contestar al “bicho”. No sólo has visto la envía, sino que, además, has visto otros pecados capitales del liderazgo: la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia. Eres una de mis mejores mediadoras y juegas con ventaja.
¿Te despides? Te conozco, sé que hay palabras que no dirías al azar. Te echaré de menos en esta lectura, adiós.
Espero tu próximo artículo, William y que no te genere malestar el uso indebido de tu blog, tenía que contestar.
Que disfrutéis las vacaciones, aquellos que no tengáis que trabajar.
Saludos.
Me gustaría hacer una apreciación sobre el punto de partida del artículo:
La Envidia no es insana per se, sino un recurso de crecimiento personal, y se complementa con el arrepentimiento. La envidia nos motiva para emular el esfuerzo de aquéllos cuyos logros envidiamos, para conseguirlos nosotros también; y el arrepentimiento nos inducirían a no repetir errores. Otro tema es la manipulación cultural de dichas emociones, o lo que es lo mismo: su uso como herramienta generadora de miedos, individuales y colectivos, para que el ciudadano se deje dominar dócil (me refiero a la codicia -extremo generado por la envidia- y a la culpa -extremo generado por el arrepentimiento).
Me ha gustado mucho tu desarrollo de las consecuencias de dicha manipulación, o perversión cultural, llámese como se quiera.
Saludos y al tajo.
Muchas gracias por tus palabras con relación al post.
Coincido con tus apreciaciones. Con la envidia, si la consideramos como un "instrumento" pasaría lo mismo que con cualquier herramienta, habrá que valorar tanto los factores situacionales como los personales a la hora de interpretar las consecuencias finales en cada caso. El tema daría no para un artículo, sino para varios libros...
Saludos y que tengas un buen día.
Si no lo conoces, vete a YouTube y busca: "Michael Shermer sobre las creencias".
Gracias, tiene buena pinta el enfoque del tal M. Shermer. Me lo anoto para seguir visualizando los vídeos.
Saludos.
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