Micro
Aprovechó
la escasa luz que a esa hora de la tarde se colaba por la puerta.
Miró fijamente y retuvo en su memoria la entrada del averno al que
no pensaba volver jamás. Su particular Cerbero, aquel monstruo que
no necesitaba tres cabezas para mostrarle toda su ferocidad, había
salido a emborracharse, una noche más. Horas más tarde, como era
habitual, volvería con toda la saña e inquina acumulada y, antes de
someterla por la fuerza, le arrearía la preceptiva somanta de
hostias mientras la increpaba a gritos, obligándola a respirar su
pútrido aliento alcoholizado.
Sin
demora, recogió sus escasas pertenencias y las guardó en aquella
bolsa que se había procurado al efecto y, hasta el momento, había
escondido debajo del colchón. No podía arriesgarse a que el canalla
de su marido comenzara a machacarla a preguntas pidiéndole
explicaciones antes de golpearla hasta dejarla sin sentido.
Se deslizó por el zaguán con agilidad felina y aguzó el oído. Cuando se disponía a franquear la puerta, escuchó el motor del coche...