“¡Morirás a la misma hora, asesina!”
Su corazón comenzó a palpitar intensamente tras recibir el mensaje. Aunque le pareciera increíble, la había encontrado de nuevo. De nada le había servido cambiar de ciudad y teléfono otra vez, e iban más de media docena en el último año.
Rememorando lo que su mente había estrujado cientos de veces, tenía claro que, como cirujana de guardia, hizo todo lo humanamente posible aquella noche para salvar la vida a la esposa de ese maldito psicópata. No fue culpa suya. Su conciencia estaba relativamente tranquila.
En ese momento, comenzó a sudar y un ligero temblor en sus manos la puso en alerta. Un crujido de pisadas la sobresaltó. Estaba sola, con su gato, en el salón de su casa. El gato lo tenía en su regazo...
Ahogó un grito sobrecogedor al volverse y verle allí, sonriéndole con esa mueca lobuna con la que la había mirado la última vez que la amenazó...