29 noviembre 2014

Supervivientes al desánimo. Resiliencia: estrategias para sobrevivir en un entorno laboral peligrosamente tóxico.


Recuerdo las palabras que me comentó un amigo en una ocasión mientras valoraba las hipotéticas consecuencias de su incorporación a un puesto de cierta responsabilidad en una organización: "intentaré no alimentar la envidia, pero no me dejaré avasallar por ella", me dijoNunca lo hubiese expresado mejor y con mayor economía de medios, a juzgar por los entresijos y situaciones por las que tuvo que transitar durante un período importante de su vida laboral. El bestiario completo de personajes con los que tuvo que lidiar no tienen nada que envidiar a las sagas de Tolkien. Desde hipócritas meapilas y pelotas de sainete a los que sólo faltaba terminar sus cumplidos ascendentes y serviles con aquella trasnochada y pintoresca fórmula administrativa que todos recordaremos -"cuya vida guarde Dios muchos años"- hasta ridículos conspiradores de salón cuya paranoia rozaba la psicopatología y creían que el universo conspiraba contra ellos. Lejos de parecerse a un paisaje bucólico, muchos entornos laborales contienen suficientes ingredientes tóxicos y perjudiciales para la salud mental que no debemos tomarnos a broma su abordaje. Comenzaremos intentando fundamentar los aspectos más teóricos que nos aporta la literatura especializada para luego abundar en reflexiones más cercanas, no por ello menos ciertas, a nuestro devenir cotidiano.
La capacidad de resistencia del ser humano no se manifiesta sólo y exclusivamente en el caso de tener que pasar por grandes calamidades o catástrofes. También, día a día, muchos de nosotros pasamos por infinidad de situaciones en las que nuestra capacidad de resistencia se pone a prueba. El estilo estratégico o táctico con el que abordemos esta diversidad de situaciones adversas va a determinar, en gran medida, nuestra capacidad de salir airosos o, por el contrario, de sucumbir al intento de escapar de las mismas.
El término resiliencia, de etimología latina ("rebotar"), alude a la cualidad que tenemos de resistir ante la adversidad y poder reconstruirnos y fortalecernos tras haber sobrevivido al conflicto. No es, ni más ni menos, que fruto de la capacidad de nuestra mente y cerebro (plasticidad neuronal) para adaptarnos a los cambios. No olvidemos que somos seres con un enorme potencial de adaptabilidad al medio. El uso del término proviene de la Física. En ese campo, se denomina resiliencia de un material a la energía de deformación en un cuerpo que puede recuperarse cuando el esfuerzo que lo presiona cesa. De ahí pasó al Psicoanálisis y, hoy día, se aplica de manera habitual en muchos ámbitos de la Psicología. En todos los casos, el significado es análogo.

Cualquier entorno laboral es un nicho ecológico propicio para ser colonizado por seres con una alta carga de toxicidad, que consiguen proyectar miseria y toxinas al entorno y al resto de miembros de la corporación. No es privativo de jefes o directivos sino que se extiende, al menos hipotéticamente, a todos los eslabones de la cadena de mando.
Nos encontramos a los envidiosos de toda la vida, que no cejarán en su empeño de buscar alianzas para reforzar sus posiciones. Detectan como hienas a los trabajadores brillantes o con buena disposición y dedicarán todo su afán a intentar desanimarlos y boicotear sus labores en cada momento y lugar que les sea posible. Si consiguen llegar a ejercer la dirección o el liderazgo de una corporación habrán dejado cadáveres por el camino y tras una máscara de falsa empatía, que esconde un profundo sentimiento de envidia, cobardía e inutilidad, machacarán sistemáticamente cualquier iniciativa de la que no puedan apropiarse. Por supuesto, no faltarán ocasiones en las que imputen a otros sus propios fallos y los del entorno. Nunca tendrán la culpa de nada, ni por acción ni por omisión. Este comportamiento pueril sería simpático si no tuviera las funestas consecuencias que para la autoestima y estabilidad mental de terceros ocasiona el hecho de no saber a qué atenerse con estos sujetos. Mi amigo me refirió el caso de uno de estos personajes que, con una falsa mueca perenne de afabilidad -de cartón piedra, claro está-, se dedicaba a recopilar información cotidiana que luego deformaba hábilmente para ser usada como moneda de cambio ante otros inútiles tan falsos como ella y así preservar su inestable posición laboral. En el fondo, se trataba de un muñeco roto cuya autoestima dependía más de las caricias perrunas que le prodigaban otros que del desempeño digno y honesto de su profesión. Ahora, con el tiempo, cree que su depresión se fundamenta meramente en causas biológicas, olvidándose del jardín venenoso que ayudó a cultivar durante mucho tiempo.
Otros especímenes zoológicos se especializan en la descalificación permanente del prójimo. Su objetivo es simple, aunque no por ello menos perverso, y consiste en socavar la autoestima de los demás con objeto de provocar su anulación psicológica. Sólo podrán brillar, debido a su poca luminosidad, cuando consigan provocar el apagón del entorno. Tienen tan poca energía que son incapaces de brillar por sí mismos y mucho menos de iluminar a terceros. Aunque lo pueden hacer sigilosamente, muchos devienen verdaderos agresores verbales. Con ello propician un deterioro brutal del entorno de trabajo que utilizan en su propio beneficio. 
Seguramente tampoco nos serán ajenos aquellos individuos que andan quejándose y lamentándose en todo momento. No sólo hacen daño al resto sino que, con su actitud, se lo infligen a sí mismos ya que sus esquemas mentales, si es que los tienen suficientemente desarrollados, se convierten en estructuras herrumbrosas de ínfima calidad que no sirven ni para mantenerlos en pie, psicológicamente hablando. Tuve conocimiento directo de un caso en el que se utilizaba la queja perenne como estrategia de ataque permanente para evitar que sus superiores, los de este sujeto, pudieran ejercer sus labores de seguimiento y dirección. Hábil como él solo, consiguió durante mucho tiempo mantenerlos a raya sin que estos se atreviesen a recriminarle su comportamiento mientras trabajaba menos que el sastre de Tarzán en verano.

No existe una panacea universal ni antídoto plenamente efectivo para sobrevivir en estos entornos tóxicos. No obstante, algunas estrategias podrían ayudarnos a reflexionar sobre nuestras actuaciones y ayudarnos a salir a flote. Comencemos.
Lo primero que habría que hacer es quitarse la venda de los ojos y afrontar nítidamente la realidad a la que nos enfrentamos. Solemos intentar justificar lo injustificable y dejar de llamar a muchas cosas por su nombre. Si logramos detectar con claridad las toxinas podremos articular mecanismos para que no nos afecten; por tanto, la toma de conciencia es fundamental para que nuestra mente dimensione las cosas de una manera más productiva.
También es importante realizar un proceso reflexivo que nos lleve a interpretar y procesar la información que nos hace daño de una manera diferente. De esta forma, aunque no la aceptemos, podremos adaptarnos a ella con más facilidad y limitar sensiblemente el impacto emocional que nos causaría si nos limitásemos a recibirla pasivamente y actuar de manera reactiva.
No podemos olvidarnos de nuestro propio autoconcepto y autoestima; los contextos tóxicos tienden a minarla. Por tanto, es imprescindible cuidarla más que nunca y buscar elementos, tanto dentro como fuera del entorno laboral, que nos permitan dimensionar y valorar nuestra propia importancia como personas. Si caemos en la trampa de creernos acríticamente lo que nos intentan proyectar terceros con mala fe, estamos perdidos. Por tanto, habrá que buscar todas las vías que nos permitan reparar el daño producido y reforzar dicha autoestima. Suelen ser, los acosadores, gente cobarde y vil. Cuando aprecian que sus ataques no son productivos y que se les hace frente, suelen echar el freno y huir como ratas.
Todo lo anterior lo podemos combinar con la necesidad de reforzar nuestras redes y contactos sociales. Los "malos" suelen buscar el aislamiento de sus víctimas para poder desvalijarlas impunemente. Por tanto, es absolutamente prioritario reforzar los lazos con personas honestas que  nos permitan trasladar inequívocamente a terceros despiadados que no estamos solos.
En última instancia, no hay que interpretar en términos negativos el abandono de las situaciones tóxicas. Ni tan siquiera podemos considerarla una derrota; ésta sería perecer en el intento. Consecuentemente, una vez puesto todos los medios por nuestra parte, no pasa nada si decidimos explorar otros entornos laborales y sociales que nos permitan seguir viviendo dignamente sin necesidad de amargarnos nuestra vida. Aunque esto último no es siempre posible, no deja de ser una opción respetable y sensata. Hablando con este amigo al que me he referido anteriormente, utilizábamos la expresión "saltar de la noria" para referirnos a la posibilidad de salirnos del círculo vicioso que nos generaba un daño permanente. Disfrutar del paseo o cambiar de camino, ésa es la cuestión.

"Vacunarse contra las toxinas sociales nos permitirá recuperar nuestra salud física y mental. Merece la pena intentarlo" 

@WilliamBasker



25 noviembre 2014

KOALAS Y POLÍTICOS: una aventura evolutiva apasionante...

Tras reflexionar al respecto, se me viene a la cabeza un curioso paralelismo zoológico en la escala evolutiva de las especies entre los marsupiales australianos y muchos de los personajes que deambulan por el nicho ecológico de la política. Darwin, posiblemente, no hubiera podido establecer paralelismos tan estrambóticos como éste que traigo a colación porque la política victoriana no estuvo presidida por la complejidad y singularidad de la que disfrutamos a comienzos del siglo XXI.

Todos conocemos, directa o indirectamente, algún ejemplar político y podemos comparar los curiosos lazos zoológicos que le asemejan a los koalas. Si alguien no se ha cruzado con ellos sólo tiene que hacer un pequeño ejercicio de reflexión creativa que le será de suma utilidad. No existe un paralelismo total, afortunadamente, ya que algunos políticos... y koalas, escapan a esta generalidad. Dicho esto, veamos las semejanzas.

Pasan la mayoría del tiempo subidos a un árbol, del que raramente suelen bajar. Duermen un promedio de veinte horas al día y se mueven muy lentamente a través de él. No les hace falta "hacer méritos" fuera del árbol ya que la subsistencia suele quedar garantizada si se han arrimado a un buen tronco. Hemos conocido ejemplares humanos del homo politicus, sigo con el paradigma zoológico para no perdernos entre las ramas, que mimetizan asombrosamente este comportamiento. Sin necesidad de "hacer méritos" en la vida civil (hay personas y personajes a los que, simplemente, no se les conoce prácticamente oficio ni beneficio al margen del buen árbol corporativo o clan al que se han arrimado) sobreviven con un metabolismo basal muy lento durante la mayor parte del tiempo, evitando el desgaste que supone resolver problemas y atender los asuntos cotidianos de la gobernación con la diligencia esperada. En determinados momentos se activan, o son activados, siguiendo las exigencias que les impone la necesidad de subsistir.

Siendo los ositos amigables y amorosos animales sumamente lentos, sufren un alto grado de estrés si son sometidos a cualquier tipo de manipulación o situación desconocida. Es interesante comparar este comportamiento cuando los ejemplares humanos del homo politicus aludidos entran en estado de shock ante cualquier elemento mediático que amenaza con alterar el paradisíaco escenario de normalidad en el que aparentemente viven y nos trasladan frecuentemente con sus muecas esclerotizadas de plástico. 

Son tan reactivos que muchos de ellos devienen incapaces de planificar estratégicamente los cambios previsibles en el entorno y confían en poder apagar los fuegos que surjan sin quemarse ni siquiera las pestañas. Ya habrá otros que se inmolen en su lugar. Todo ello, claro está, con objeto de preservar la energía y limitar su gasto. Para sobrevivir, mejor moverse poco o nada, sólo lo estrictamente necesario. No es que estén asentados en la vagancia, es una simple cuestión de metabolismo dietético.

El vocablo "Koala" proviene del Dharug, un dialecto neozelandés. ¿No se imaginan qué significa? Ni más ni menos que "gula". Siendo la gula uno de los pecados capitales del cristianismo, recordaremos que se trata de un peligroso vicio conectado con el placer desordenado por la ingesta de comida o bebida. ¿Políticos con gula? No es una broma, pero difícilmente podría calificarse con otro término el afán desmesurado por el acceso y consumo de recursos de todo tipo que pasan por sus manos. Algunos habrá que se salven, sin lugar a dudas. Consulten, en cualquier caso, las hemerotecas de los últimos años para ver si más de uno, y de dos, no han incurrido en tan peligroso vicio.

Los ositos de los que hablamos suelen descender, siempre pegados a su árbol, cuando la temperatura del ambiente se eleva. Dicho en román paladino, se quitan de en medio hasta que pasa el calor. Tampoco esta conducta etológica de evitación es ajena al comportamiento de muchos de nuestros próceres. Cuando intuyen la elevación del mercurio en el termómetro social y político emigran hacia zonas más frescas sin afrontar el calor que muchas veces, por acción u omisión, pueden haber generado ellos mismos.

El cerebro de los koalas es, en proporción, mucho más pequeño que el del resto de los mamíferos. Con relación a la especie humana, "subespecie" homo politicus, este dato no ha podido ser contrastado fidedignamente por un servidor ante la imposibilidad de acceder a datos antropométricos post-morten de los ejemplares humanos de los que tratamos en este artículo. Dejamos abierta la incógnita a este respecto, albergando la esperanza de que futuras investigaciones en este área nos alumbren al respecto. 

Finalmente, parece ser que los koalas tienen huellas digitales muy similares a las humanas; curioso dato. Por tanto, si se encuentran o conocen a cualquier ejemplar de la clase política que encaje con este perfil zoológico no incurran en el grave error de imputarles defectos que no son suyos. Son sufridores, en el más puro, evolutivo y original sentido del término, de las servidumbres que impone la madre naturaleza a una subespecie que ha surgido históricamente porque existían nichos ecológicos disponibles que así lo permitían. Se han limitado, ni más ni menos, que a ocupar dichos hábitats con diligencia y efectividad. Adaptándose han sobrevivido y evolucionado para conseguir seguir caminando.

"El koala como imagen arquetípica del comportamiento de muchos ejemplares humanos pertenecientes a la subespecie 'homo politicus'" 




23 noviembre 2014

Cursus Honorum: están locos estos romanos.

Posiblemente recordemos sin especial dificultad una de las frases más famosas de Astérix, el entrañable personaje de Goscinny y Uderzo que tantos buenos ratos nos hizo pasar: ¿Están locos estos romanos? Sus historias comenzaban así..."Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos... ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor". En el mapa que aparece en el cómic se nos muestra, destacada con una lupa, la gran obsesión de Julio César.
Fíjense si estaban locos los romanos que crearon una institución, el cursus honorum, que fijaba la "carrera de los honores", estableciendo cada una de las magistraturas que tenían que ser escaladas, peldaño a peldaño, desde la cuestura al consulado. Si bien es cierto que al final de la República fue intoxicada por la corrupción (¿nos suena este nombre, hoy día...?) de las costumbres, consistía esta institución en una estructura rígida (no se la saltaban los nepotistas, corruptos ni aventajados personajes que hoy pululan por nuestro particular palmarés mediático) que debía seguirse escrupulosa y rigurosamente.
Las instituciones romanas son tan atractivas en nuestros días que, incluso, no han podido resistirse a incluirlas en sus tramas narrativas cineastas como George Luckas en la saga de "La guerra de las galaxias".
¿Cómo iba a llegar un ciudadano -no todos los eran en Roma, que conste- a pretor (presidían los tribunales) si anteriormente no había sido edil (eran los alcaldes de las villas y ciudades)? Era impensable saltarse el cursus honorum ya que se suponía, creo que acertadamente, que un ciudadano adquiría sus cualidades como gobernante comenzando por "pequeños encargos". Si se equivocaba en estas encomiendas de gestión, la magnitud del daño era asumible y la persona no seguía progresando porque era, por decirlo en términos sencillos, inútil para ese tipo de tareas. Una vez adquirida la pericia y estando en el lugar adecuado, claro está, podían aspirar a magistraturas más elevadas, de mayor complejidad y envergadura, estando preparados para afrontar los retos más difíciles porque habían solventado con soltura, eficiencia y eficacia las encomiendas de menor calado. Es tan simple y tan lógico que huelga explicación más extensa.
Sin animus puniendi hacia ningún ciudadano en particular y centrándonos en la praxis habitual de muchos entornos políticos y corporativos, a nadie le extraña hoy día ver a personas desprovistas del adecuado liderazgo y perfil directivo que, por circunstancias oscuras y poco confesables, han accedido a importantes magistraturas con el único objeto de servirse de ellas para seguir creciendo (¿trepando?). Como es mucho más trabajoso conocer el negocio desde abajo,  ya que se tarda tiempo y hay que invertir esfuerzo, sobrevienen líderes digitales, o digitalizados, sin mayores méritos que una buena amistad, parentesco o ubicación estratégica adecuada. 

Porque dirigir no es fácil. Lejos estamos ya de los primeros estudios de la Psicología Social en los que se entendía, prácticamente con exclusividad, que el líder lo era porque genéticamente estaba predispuesto a ello. Sin ser falso lo anterior, el estudio del liderazgo de las últimas décadas ha demostrado que no podemos simplificar a este respecto y que el aprendizaje y la reflexión sobre la experiencia devienen esenciales para formar buenos y efectivos liderazgos. Recapitulemos, sin ánimo de extenderme en demasía, sobre algunas características esenciales de la dirección.
1. Capacidad para delegar, asignar responsabilidades y definir los resultados a obtener.
2. Combinar y coordinar los esfuerzos de todos los recursos disponibles para alcanzar los objetivos propuestos.
3. Mediar y solventar diferencias actuando como regulador transaccional en la gestión de los conflictos interpersonales.
4. Establecer directrices y marcar la senda a seguir en cada caso.
5. Ser capaces de incentivar y motivar a las personas a su cargo, estimulando el rendimiento del individuo y del equipo de trabajo.
¿Pasarían todos nuestros políticos y dirigentes un test que midiese, como mínimo, esas características? Sinceramente, tengo serias dudas de ello. La caterva de impresentables que ha subido como la espuma en todos los entornos de poder sólo pretende mantenerse en ellos aún a pesar del daño cruento que están haciendo sufrir a los intereses de la ciudadanía. Nunca fue tan fácil ocupar un espacio sin tener la pericia adecuada.


"Cómo hacer que todo cambio en el entorno no cambie lo que tendría que hacerme cambiar" 
@WilliamBasker




21 noviembre 2014

La perversión de la lógica; el enredo como estrategia organizativa.


Perversión: dícese del "envilecimiento o corrupción, sobre todo si son causados por malos ejemplos o enseñanzas". No nos vendría mal retomar, de vez en cuando, la lectura del diccionario. Digo esto porque quisiera comentar lo curioso que resulta que en diversas organizaciones y estructuras corporativas, la lógica del funcionamiento de las mismas se ha pervertido hasta el punto de justificar lo injustificable. 

Intentaré explicarme. Lo razonable es que una vez detectado un problema o planteado un objetivo sobre el que trabajar, se decida articular una serie de actuaciones con objeto de generar el correspondiente producto. Esto, que parece tan sencillo de explicar, es difícil de aplicar porque en determinados casos (he sido testigo directo e indirecto de ellos), se decide actuar (reunirse, por ejemplo) sin intención de culminar o producir nada sino porque es la única manera de justificar y perpetuar las estructuras (anquilosadas y absolutamente herrumbrosas) que persisten en muchas organizaciones. 

El impacto del trabajo realizado es mínimo (en sentido positivo) y desastroso, en el amplio sentido de la palabra. Consecuentemente, surge el problema de buscar, en ese momento, material para justificar dichas reuniones o eventos. El "drama" (y el ridículo más pasmoso) sobreviene cuando no hay manera humana de justificar esa actuación y tras sesudas reflexiones se llega a la conclusión de que es muy difícil encontrar una materia medianamente importante sobre la que trabajar. No sólo se pierde el tiempo, sino que sobreviene el hastío y el desánimo. Esto genera un malestar corporativo que enrarece el ambiente de trabajo hasta límites insospechados.

Hay personajes encastrados en las intrincadas ramas de muchas corporaciones que son especialistas en revolver y enredar lo obvio. Todo ello, en primer lugar, para beneficio de sus particulares posiciones y, podríamos pensar, para justificar una diligencia inexistente que les permita alimentar su ego el mayor tiempo posible. El ejercicio del poder, una vez más, enmascara la carencia de autoridad.

"El enredo de lo obvio como estrategia para sobrevivir en posiciones de poder con un déficit incomensurable de autoridad"




... como decíamos ayer...

Tras muchas jornadas ausente, de viaje por senderos curiosos, complicados e interesantes, llega el momento de retomar esta ventana. La realidad a veces supera (sé que es un tópico un tanto manido pero no por ello menos real) ampliamente a la ficción más descabellada. Por tanto, a los temas "clásicos" de este blog añadiré elementos diversos (espero que no demasiado dispersos) de reflexión personal que no tienen otra pretensión que esbozar los hilos por donde discurre el camino, mi camino, ...

Espero ser consecuente con el clásico adagio latino, Primum vivere deinde philosophari, con objeto de que la reflexión y el análisis no impida el tránsito por la vida y su disfrute.



Seguimos....

El tigre herido...