Recuerdo las palabras que me comentó un amigo en una ocasión mientras valoraba las hipotéticas consecuencias de su incorporación a un puesto de cierta responsabilidad en una organización: "intentaré no alimentar la envidia, pero no me dejaré avasallar por ella", me dijo. Nunca lo hubiese expresado mejor y con mayor economía de medios, a juzgar por los entresijos y situaciones por las que tuvo que transitar durante un período importante de su vida laboral. El bestiario completo de personajes con los que tuvo que lidiar no tienen nada que envidiar a las sagas de Tolkien. Desde hipócritas meapilas y pelotas de sainete a los que sólo faltaba terminar sus cumplidos ascendentes y serviles con aquella trasnochada y pintoresca fórmula administrativa que todos recordaremos -"cuya vida guarde Dios muchos años"- hasta ridículos conspiradores de salón cuya paranoia rozaba la psicopatología y creían que el universo conspiraba contra ellos. Lejos de parecerse a un paisaje bucólico, muchos entornos laborales contienen suficientes ingredientes tóxicos y perjudiciales para la salud mental que no debemos tomarnos a broma su abordaje. Comenzaremos intentando fundamentar los aspectos más teóricos que nos aporta la literatura especializada para luego abundar en reflexiones más cercanas, no por ello menos ciertas, a nuestro devenir cotidiano.
La capacidad de resistencia del ser humano no se manifiesta sólo y exclusivamente en el caso de tener que pasar por grandes calamidades o catástrofes. También, día a día, muchos de nosotros pasamos por infinidad de situaciones en las que nuestra capacidad de resistencia se pone a prueba. El estilo estratégico o táctico con el que abordemos esta diversidad de situaciones adversas va a determinar, en gran medida, nuestra capacidad de salir airosos o, por el contrario, de sucumbir al intento de escapar de las mismas.
El término resiliencia, de etimología latina ("rebotar"), alude a la cualidad que tenemos de resistir ante la adversidad y poder reconstruirnos y fortalecernos tras haber sobrevivido al conflicto. No es, ni más ni menos, que fruto de la capacidad de nuestra mente y cerebro (plasticidad neuronal) para adaptarnos a los cambios. No olvidemos que somos seres con un enorme potencial de adaptabilidad al medio. El uso del término proviene de la Física. En ese campo, se denomina resiliencia de un material a la energía de deformación en un cuerpo que puede recuperarse cuando el esfuerzo que lo presiona cesa. De ahí pasó al Psicoanálisis y, hoy día, se aplica de manera habitual en muchos ámbitos de la Psicología. En todos los casos, el significado es análogo.
Cualquier entorno laboral es un nicho ecológico propicio para ser colonizado por seres con una alta carga de toxicidad, que consiguen proyectar miseria y toxinas al entorno y al resto de miembros de la corporación. No es privativo de jefes o directivos sino que se extiende, al menos hipotéticamente, a todos los eslabones de la cadena de mando.
Nos encontramos a los envidiosos de toda la vida, que no cejarán en su empeño de buscar alianzas para reforzar sus posiciones. Detectan como hienas a los trabajadores brillantes o con buena disposición y dedicarán todo su afán a intentar desanimarlos y boicotear sus labores en cada momento y lugar que les sea posible. Si consiguen llegar a ejercer la dirección o el liderazgo de una corporación habrán dejado cadáveres por el camino y tras una máscara de falsa empatía, que esconde un profundo sentimiento de envidia, cobardía e inutilidad, machacarán sistemáticamente cualquier iniciativa de la que no puedan apropiarse. Por supuesto, no faltarán ocasiones en las que imputen a otros sus propios fallos y los del entorno. Nunca tendrán la culpa de nada, ni por acción ni por omisión. Este comportamiento pueril sería simpático si no tuviera las funestas consecuencias que para la autoestima y estabilidad mental de terceros ocasiona el hecho de no saber a qué atenerse con estos sujetos. Mi amigo me refirió el caso de uno de estos personajes que, con una falsa mueca perenne de afabilidad -de cartón piedra, claro está-, se dedicaba a recopilar información cotidiana que luego deformaba hábilmente para ser usada como moneda de cambio ante otros inútiles tan falsos como ella y así preservar su inestable posición laboral. En el fondo, se trataba de un muñeco roto cuya autoestima dependía más de las caricias perrunas que le prodigaban otros que del desempeño digno y honesto de su profesión. Ahora, con el tiempo, cree que su depresión se fundamenta meramente en causas biológicas, olvidándose del jardín venenoso que ayudó a cultivar durante mucho tiempo.
Otros especímenes zoológicos se especializan en la descalificación permanente del prójimo. Su objetivo es simple, aunque no por ello menos perverso, y consiste en socavar la autoestima de los demás con objeto de provocar su anulación psicológica. Sólo podrán brillar, debido a su poca luminosidad, cuando consigan provocar el apagón del entorno. Tienen tan poca energía que son incapaces de brillar por sí mismos y mucho menos de iluminar a terceros. Aunque lo pueden hacer sigilosamente, muchos devienen verdaderos agresores verbales. Con ello propician un deterioro brutal del entorno de trabajo que utilizan en su propio beneficio.
Seguramente tampoco nos serán ajenos aquellos individuos que andan quejándose y lamentándose en todo momento. No sólo hacen daño al resto sino que, con su actitud, se lo infligen a sí mismos ya que sus esquemas mentales, si es que los tienen suficientemente desarrollados, se convierten en estructuras herrumbrosas de ínfima calidad que no sirven ni para mantenerlos en pie, psicológicamente hablando. Tuve conocimiento directo de un caso en el que se utilizaba la queja perenne como estrategia de ataque permanente para evitar que sus superiores, los de este sujeto, pudieran ejercer sus labores de seguimiento y dirección. Hábil como él solo, consiguió durante mucho tiempo mantenerlos a raya sin que estos se atreviesen a recriminarle su comportamiento mientras trabajaba menos que el sastre de Tarzán en verano.
No existe una panacea universal ni antídoto plenamente efectivo para sobrevivir en estos entornos tóxicos. No obstante, algunas estrategias podrían ayudarnos a reflexionar sobre nuestras actuaciones y ayudarnos a salir a flote. Comencemos.
Lo primero que habría que hacer es quitarse la venda de los ojos y afrontar nítidamente la realidad a la que nos enfrentamos. Solemos intentar justificar lo injustificable y dejar de llamar a muchas cosas por su nombre. Si logramos detectar con claridad las toxinas podremos articular mecanismos para que no nos afecten; por tanto, la toma de conciencia es fundamental para que nuestra mente dimensione las cosas de una manera más productiva.
También es importante realizar un proceso reflexivo que nos lleve a interpretar y procesar la información que nos hace daño de una manera diferente. De esta forma, aunque no la aceptemos, podremos adaptarnos a ella con más facilidad y limitar sensiblemente el impacto emocional que nos causaría si nos limitásemos a recibirla pasivamente y actuar de manera reactiva.
No podemos olvidarnos de nuestro propio autoconcepto y autoestima; los contextos tóxicos tienden a minarla. Por tanto, es imprescindible cuidarla más que nunca y buscar elementos, tanto dentro como fuera del entorno laboral, que nos permitan dimensionar y valorar nuestra propia importancia como personas. Si caemos en la trampa de creernos acríticamente lo que nos intentan proyectar terceros con mala fe, estamos perdidos. Por tanto, habrá que buscar todas las vías que nos permitan reparar el daño producido y reforzar dicha autoestima. Suelen ser, los acosadores, gente cobarde y vil. Cuando aprecian que sus ataques no son productivos y que se les hace frente, suelen echar el freno y huir como ratas.
Todo lo anterior lo podemos combinar con la necesidad de reforzar nuestras redes y contactos sociales. Los "malos" suelen buscar el aislamiento de sus víctimas para poder desvalijarlas impunemente. Por tanto, es absolutamente prioritario reforzar los lazos con personas honestas que nos permitan trasladar inequívocamente a terceros despiadados que no estamos solos.
En última instancia, no hay que interpretar en términos negativos el abandono de las situaciones tóxicas. Ni tan siquiera podemos considerarla una derrota; ésta sería perecer en el intento. Consecuentemente, una vez puesto todos los medios por nuestra parte, no pasa nada si decidimos explorar otros entornos laborales y sociales que nos permitan seguir viviendo dignamente sin necesidad de amargarnos nuestra vida. Aunque esto último no es siempre posible, no deja de ser una opción respetable y sensata. Hablando con este amigo al que me he referido anteriormente, utilizábamos la expresión "saltar de la noria" para referirnos a la posibilidad de salirnos del círculo vicioso que nos generaba un daño permanente. Disfrutar del paseo o cambiar de camino, ésa es la cuestión.
"Vacunarse contra las toxinas sociales nos permitirá recuperar nuestra salud física y mental. Merece la pena intentarlo"
@WilliamBasker