08 marzo 2008

DISTIMIA, un enemigo oculto....



No es nada infrecuente visualizar, de vez en cuando, en el televisor anuncios que prometen curas "milagrosas" y casi automáticas para estados de ánimo de abatimiento, pesadumbre, fatiga... Quede claro, en primer lugar, que no se trata en estos momentos de hacer ninguna crítica hacia ciertos productos que pudieran ofrecernos una mayor o menor eficacia a estos efectos, sino de ir al fondo de la cuestión que quisiera abordar en estas líneas, la descripción de un trastorno psicológico.

Conocemos a muchas personas que, de manera recurrente, se quejan de fatiga crónica, problemas alimenticios, tristeza, incapacidad para disfrutar de cosas que antes hacían con deleite y, entre otra sintomatología variada, trastornos del sueño. Es cierto que existen circunstancias clínicas (patologías orgánicas que habría que descartar en primer lugar) que pueden justificar la aparición de ese tipo de cuadros, pero quiero hablar aquí de un trastorno psicológico.
En el siglo IV antes de Cristo, Hipócrates (médico griego) nos hablaba ya de un estado de abatimiento que denominó melancolía. La etimología de la palabra Distimia, que es de lo que tratamos ahora, tiene origen griego y viene a significar algo así como "humor perturbado". Se trata de un trastorno relativamente frecuente, con una tasa de prevalencia (incidencia) que ronda el cinco por ciento y es más frecuente (el doble) en mujeres que en hombres. Con respecto al mismo se da un curioso fenómeno que podríamos denominar "efecto iceberg" y que no es otra cosa que el hecho de que la relación entre los pacientes no diagnosticados y diagnosticados es muy grande. Esto es, muchas personas ignoran que lo padecen y atribuyen dicha sintomatología a un amplio abanico de circunstancias que hacen que la Distimia se cronifique y pueda durar, en el mejor de los casos, toda la vida y, en el peor, derivar hacia psicopatologías mucho más graves como podría ser una Depresión Mayor. Tampoco es infrecuente que las personas que la padecen puedan incurrir en el consumo de sustancias (alcohol o drogas) como intentos desesperados de evadirse de una realidad que les desborda psicológicamente y para la que no ven más salida que una huida hacia adelante, por peligrosa que pueda ser a medio-largo plazo.

Sin conocerse la causa exacta, ya que en psicología las cosas son casi siempre más complejas de lo que parecen a simple vista, es probable que el estilo de vida que llevamos, con la consiguiente carga de estrés asociado al mismo y el querer hacer muchas cosas al mismo tiempo, tenga una influencia notable en la aparición o cronificación de la Distimia.
En términos clínicos, para poder ser diagnosticada, se requiere que el paciente (o cliente, como se prefiera) refiera una serie de síntomas a lo largo de, al menos, dos años y de manera prácticamente diaria. ¿A qué tipo de sintomatología nos referimos? Vaya por delante la cautela y prudencia cuando se conozcan, ya que es probable que tengamos la sensación de que todos podrían concurrir en el momento presente en nuestras vidas, pero de eso hablaremos en otro momento. Son síntomas destacables la incapacidad de disfrutar de cosas que antes nos generaban placer (anhedonia), cansancio y fatiga injustificados, baja autoestima y pesimismo, incapacidad recurrente para la toma de decisiones y, básicamente, un déficit vital de energía.

Todo este cuadro descrito merma considerablemente la calidad de vida y, en la mayoría de los casos, supone el inicio de un aislamiento social que no contribuye, precisamente, al alivio de los síntomas y a luchar contra el trastorno. Lo más preocupante, insisto, es la poca conciencia de su existencia y el tratamiento inadecuado (por ser muy probable la automedicación en muchos casos) del mismo.
Ciertamente, la farmacología (prescrita por un facultativo o psiquiatra) puede aliviar gran parte de estos síntomas pero muchas veces resulta necesario compatibilizar este tipo de tratamientos con otro tipo de terapias (cognitivo-conductuales, por ejemplo) que contribuyan a mejorar y dejar atrás ese lamentable estado anímico que deteriora la vida de un considerable número de personas de manera inexorable.

En este mundo actual, donde creemos que todo puede ser comprado y consumido, recurrimos con frecuencia a segmentos o trozos de "felicidad empaquetada". Posiblemente recuerden aquella maravillosa novela de Aldoux Huxley ("Un mundo feliz") donde los habitantes de ese idílico futuro consumían reiteradamente una sustancia (Soma) para evitar todas las pesadumbres y problemas que pudieran perturbar sus metódicas, placenteras y planificadas vidas. Probablemente haya que trabajar más y esforzarse por ser felices algo que, la mayoría de las veces, no está a la vuelta de la esquina sino que hay que luchar por conseguir.

¿Tarea imposible...? Creo que merece la pena intentarlo.


El tigre herido...