Pepa
comenzó su intervención expresando la profunda admiración por el personaje
cuyo perfil se disponía a trazar en estos momentos. Lo decía sin asomo alguno de
sarcasmo, según confesó, ya que lo verdaderamente interesante del caso era las enseñanzas que podían extraerse de aquí. Luis -le llamaremos así-
había desarrollado una descollante, a la par que fructífera,
carrera política como edil en la corporación municipal a la que
pertenecía. Es bien sabido entre los iniciados en la ciencia política y el trajinar de los partidos que
los verdaderos enemigos de los políticos, los más cruentos y sanguinarios, se encuentran en el seno de
sus propias agrupaciones y partidos. Quien diga lo contrario desconoce la película o miente como un bellaco, vamos a dejarnos de historias y pamplinas. Otra cosa es que no hagan un
despliegue público -a veces ocurre y resulta patético- de sus
diferencias y cuitas internas, pero los profesionales de la política, los que
sobreviven a los muchos y diversos avatares que la gestión pública
conlleva, saben que tienen que lavar los trapos sucios en casa para
evitar deslegitimar aún más la denostada profesión a la que
pertenecen.
Luis era un tipo sumamente hábil y correoso; sus adversarios le habían apodado el "culebra", no por casualidad. Aunque había realizado estudios superiores, no concluyó la Licenciatura en Derecho ya que desde muy joven se introdujo de lleno en el ámbito de la política local. El día sigue teniendo veinticuatro horas y difícilmente podía producir resultados brillantes en el ámbito académico alguien que dedicaba las mañanas, tardes y noches a las variopintas tareas que le asignaba su partido. Era un activista nato; un animal político, que diría algún articulista en prensa refiriéndose a su emergente figura.
Mañoso como buen artesano, consiguió defenestrar a un competidor (compañero de partido, por supuesto) que le hacía sombra en las listas municipales. Maniobró diestramente para que su adversario perdiese los nervios en más de una ocasión ante los órganos locales del partido, recurriendo a discusiones cargadas de agresiones verbales, malos modos y gritos. Luis no entraba en esa dinámica -aunque la había provocado de manera sibilina-, permaneciendo como persona ecuánime y ponderada ante la histérica y peligrosa reacción de su contrincante. Como resultado de estas disputas, que se sucedieron en el año anterior a los comicios locales, consiguió ensombrecer y menguar a su "compañero" ya que el resto de los miembros del partido con capacidad para decidir la famosa lista, aunque no recordaban los motivos concretos de cada una de las broncas y altercados, sí tenían muy presente la imagen discordante del "histérico" con la de un candidato municipal potente. De elegirle, a buen seguro les haría perder las próximas elecciones.
Abundando en lo anteriormente comentado, Luis -como buen manipulador que era- conseguía que le creyesen sin pruebas tangibles; no le hacían falta. Por el contrario, este adversario al que nos hemos referido y otros que tuvieron la desgracia de toparse con él en su camino, aún aportando datos concretos como material probatorio no lograban ni siquiera una mirada de aprobación ya que por más que insistían, se topaban con un colectivo humano que sólo oía, no escuchaba, sus inútiles alegatos en defensa de sus tesis. Nuestro personaje, rabiosamente más ducho en el arte del manejo y creación de impresiones, no se presentaba a una reunión sin haber pactado previamente -en pasillos, cafés y encuentros aparentemente informales- la posición más favorable a sus argumentaciones. Los otros, la mayoría, esperaban al cónclave preceptivo para pretender convencer de la bondad de sus ideas a personas que asistían en calidad de figurantes a la representación de una obra en escena. Como se decía por estos lares, "el pescado ya estaba vendido" cuando llegaba al expositor.
Nuestro líder, como estamos pudiendo comprobar, no mandaba nunca una propuesta a la muerte ni malgastaba cartuchos disparando al aire. Pergeñaba siempre planes de actuación lógicos y bien aderezados, que encajaban con el marco institucional en el que se movía, al tiempo que trazaba un elaborado plan comunicativo que tenía por objeto que las personas a las que iba destinado lo aceptaran y aprobaran sin fisuras. Prueba de la eficacia de su "modus operandi" es que consiguió, en el plazo récord de una legislatura, ascender del noveno puesto a cabeza de cartel de su partido.
Entre otros méritos personales, como representante electo en la oposición municipal, se le reconoció el diseño y la ejecución del acoso y derribo de un veterano concejal del partido en el poder que llevaba más de una década haciendo de su capa un sayo.
Nuestros colegas del Think Tank no saben, a ciencia cierta, si nuestro reputado político había leído a Clausewitz, pero el caso es que aplicaba con maestría los principios bélicos que el afamado general prusiano había plasmado en su famoso libro póstumo, "Vom Kriege" (Sobre la guerra), allá por el año 1832. Ilustremos este punto, siguiendo al militar, para luego analizar la estrategia llevada a cabo por el señor Luis. Según el autor citado, una maniobra eficaz y eficiente se componía de dos movimientos básicos, a saber, la detección y la concentración. Consistía la primera en averiguar, cómo no, el punto más vulnerable de cualquier estructura. Una vez detectado el punto débil, correspondía a las fuerzas disponibles para el combate acumular toda las acción sobre dicho punto, con objeto de optimizar los recursos ofensivos y conseguir la victoria deseada.
Cómo aplicó o se inventó por inspiración divina el concejal Luis dichos principios a su plan de ataque es algo que se encuentra más allá de nuestra capacidad de elucubrar. El caso es que que lo hizo; sencillo en teoría, fue algo complicado de articular. En primer lugar, se planteó provocar la dimisión del concejal anteriormente aludido. Estudió a fondo el terreno, la hemeroteca y el ambiente social preexistente. Una vez hecho esto, eligió el punto más débil, el más comprometido de su gestión. Este punto podía, convenientemente manipulado, generar malestar entre los vecinos y generar un escándalo social, que se encadenaría con otros, con el suficiente impacto tectónico para proyectar a la víctima fuera del escenario político.
Tuvo que aislar quirúrgicamente el punto de ataque ya que si el caso elegido como detonante hubiese tenido la implicación de otro concejal, podría haber provocado que terceras personas acudiesen en su ayuda. Por tanto, desechando la técnica del ataque masivo descontrolado, detectó una pequeña grieta en su gestión que, mediáticamente, había pasado prácticamente inadvertida.
Tras repasar los periódicos de los últimos tres años pudo comprobar que nuestro concejal "diana", siendo Delegado de Urbanismo, había cedido unos terrenos en el extrarradio de la ciudad a una empresa con objeto de que los urbanizara. El fin era, lógicamente, la construcción de viviendas sociales protegidas. El caso es que transcurrido el tiempo, nadie había edificado aún absolutamente nada en el enorme solar. Evidentemente, nada se sabía de las vinculaciones clientelares del buen señor y, sin lugar a dudas, resultaba casual que uno de los accionistas de la misma fuera su cuñado. Hasta ahí todo bien cubierto y enmarañado, a salvo de miradas indiscretas.
En el terreno de marras, defectuosamente acotado y cerrado, jugaban los chavales del barrio al fútbol y a otros menesteres lúdicos. No era ajena a este biotopo urbano la presencia de ratas, culebras y otros insectos que hacían desapacible y, hasta cierto punto, peligroso el entorno. La población adyacente era la propia del extrarradio de aquella ciudad, con una sosegada mezcla de marginalidad y poca articulación asociativa, que diría un activista social. Ni corto ni perezoso, de la noche a la mañana, decidió que lo mejor para los chavales era practicar deporte. Se puso el chándal y junto a dos compañeros de militancia decidieron entrenar al grupo de aficionados futbolistas de una manera más sistemática. Utilizaron, para no incurrir en ilegalidades, otro terreno baldío muy cercano al que hemos aludido. Buen psicólogo, desde el sentido común, tardó poco tiempo en hacerse con la chiquillería y con sus padres. Hasta tal punto llegó la afición que pocos meses después consiguió que le ayudaran a desbrozar el barrizal donde entrenaban y consiguió trazar un esbozo de campo de fútbol; el orgullo del barrio reconstruido como por ensalmo. Consiguió el patrocinio de varias tiendas del barrio y se agenció con una aportación simbólica la indumentaria de los ilusionados chavales. De la nada, consiguió crear un equipo de fútbol que aglutinó el interés y los desvelos de muchas familias del barrio. Siendo meritoria su labor social -nadie lo discute- sus intenciones finales se fueron desvelando poco a poco ya que se gestó el suficiente magma social que le permitiría lanzar un proyectil bien dirigido a su adversario político. El caso es que, lógicamente, el terreno acotado que había sido cedido a una oscura empresa pronto se vio como la vía de expansión natural para que el nuevo equipo del barrio -los "Centellas"- pudiese brillar con luz propia. Transmutó la indolencia vecinal en necesidad y activismo social; ahí la cosa cambiaba sustancialmente. Viendo todo el vecindario que no se le daba ningún uso al mismo, comenzaron a plantearse la necesidad de solicitar su cesión al equipo de fútbol por lo que la asociación de vecinos recientemente constituida -no se sorprenderán si les digo la ingente y discreta labor de promoción que hizo nuestro amigo Luis a este respecto- solicitó oficialmente al señor alcalde del municipio la cesión de los terrenos porque los fines sociales a los que iba a ser destinado su uso justificaban suficientemente tal cesión administrativa.
De nada sirvió al alcalde ignorar tal petición durante algún tiempo; total, quedaba aún mucho para las próximas elecciones. La memoria colectiva es efímera y volátil, le decían sus asesores. Ante el silencio renuente de la corporación local, pronto comenzó a esparcirse la especie de que el concejal de urbanismo había sacado una buena tajada a la cesión ya que la empresa, de la que sólo constaba un borroso nombre en un ajado cartel plantado en medio del terreno, era propiedad (esto último era una exageración, pero es lo que tiene la rumorología, que engrandece una verdad nimia hasta niveles estratosféricos) del cuñado del concejal. Tanto ruído se hizo a nivel vecinal que no había otro tema de conversación en la calle e, incluso, los más aguerridos vecinos (algunos padres de futbolistas, lógicamente) llegaron a manifiestarse ante la puerta del consistorio. La prensa local se hizo eco del problema y llegó a publicar varios artículos de investigación, se dice así ahora, donde llegaban a destripar al concejal y atribuirle hasta la muerte de Manolete. Parece ser que el alcalde no estuvo especialmente al tanto de esa adjudicación en su día ya que no se le dio, por estar ubicado el terreno en aquella zona, mayor importancia en aquel momento. Ahora, con toda la prensa y los vecinos pidiendo a gritos el campo de fútbol, que sacaría de la marginalidad a sus promesas del balompié, la olla estaba a punto de reventar. Sólo faltó que el cuñado de marras metiese la pata llegando a salir en prensa, pretendiendo justificar la cesión y la construcción de viviendas sociales. Cuando lo hizo, la gota colmó el vaso. La dimisión, por motivos estrictamente personales, del concejal de urbanismo estuvo precedida de inconfesables presiones por parte de su partido que, en el ultimatum más indigno, le amenazaron con provocar su cese si no dimitía inmediatamente y seguía perjudicando la imagen de la marca política. A todo esto, nuestro amigo Luis preguntaba sistemáticamente en cada pleno de la corporación por la cesión, supuestamente irregular, del citado terreno y por la necesidad de atender la demanda de un nutrido grupo de vecinos que pretendían, con toda la legitimidad en sus manos, ofrecer un mejor futuro a sus hijos.
Ni que decir tiene que el concejal de urbanismo dimitió, aún no sabe exactamente por qué y que nuestro político maquiavélico, Luis, se apuntó un importante tanto en su haber que le llevó a ser considerado como el estratega que podría llevar al partido a la victoria en los próximos comicios. Así fue y tras las siguientes elecciones, tras arrasar su partido en las urnas, pudo tener en sus manos el báculo que representaba su nuevo puesto como alcalde de la localidad.
Con independencia del juicio moral que pudiera sugerirnos tal historia, lo que nos interesa especialmente en este punto es retener un principio básico de la estrategia, esto es: "atacar no es repartir golpes, justamente consiste en concentrarlos."
Pepa había coincidido durante su vida laboral con un compañero que, en otros tiempos, trabajó como jefe de prensa de aquella corporación y es la fuente bien documentada que le aportó todos los detalles que nos acababa de exponer. Seguimos reflexionando sobre la misma y alguien propuso algo que nos recordó a un antiguo amigo, el Maestro Sun Tzu. A decir verdad, lo habíamos aparcado un poco en las últimas reuniones y nos pareció oportuno recuperar su sabiduría. Proseguimos nuestra charla retomando al general chino...
Continuará.
"El análisis descarnado de la estrategia seguida para alcanzar el poder; un interesante objeto de análisis y reflexión." @WilliamBasker
1 comentario:
Interesante .... Esperamos ...
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