19 marzo 2021

Canibalismo y organizaciones: la fagocitación ritual del talento.

Sigmun Freud, en su libro "Totem y tabú" (1912), nos ofrece una descripción del mito de la comida totémica. En la horda primitiva, los hermanos asesinan al padre con el único objeto de adquirir su fuerza y poder ante las mujeres.
Ingerir carne humana, práctica habitual en muchos pueblos indígenas de costumbres antropofágicas, no consistía exclusivamente en una práctica o acto desesperado ante situaciones de carencia extrema de alimentos. Antes bien, está suficientemente documentado por los antropólogos la existencia de un canibalismo entendido como ritual de posesión a través del cual se incorporaban las cualidades del enemigo que, de esta manera, se transferían a la persona que ingería la carne humana. 



Reflexionando al respecto y extrapolándolo a contextos organizativos, podemos considerar que los seres humanos, cuando ejercen el poder y sienten la tentación o necesidad de ejercer el dominio sobre los que le rodean, pueden llegar a practicar un canibalismo de las conciencias e ideas de sus "víctimas". 

No es nada infrecuente que cualquiera de nosotros haya conocido a personas que, en el ejercicio de su poder como gestores de recursos humanos, hayan sido manifiestamente incapaces de organizar y desplegar las facultades necesarias para la gobernación de los asuntos sobre los que eran competentes. Ante manifiesta incompetencia, ejerciendo un poder carente de autoridad, han fagocitado simbólicamente las ideas, el trabajo y la ilusión de esforzados trabajadores que no tenían otra pretensión que realizar correctamente las labores encomendadas.
Esta práctica de antropofagia o canibalismo organizacional tenía como objeto primordial evitar que las personas fagocitadas pudiesen desplegar todo el elenco de energía y habilidades que pudieran ensombrecer la figura totémica provista de pies de barro de sus patrocinadores. Adicionalmente, y en un rocambolesco y perverso ejercicio de reciclaje medioambiental postmoderno, dicha energía no era desperdiciada sino hurtada subrepticiamente para que, tras un proceso de maquillaje burdo y elemental, ser presentada como una fresca flor proveniente de una planta reseca y esclerotizada que, de esta forma, podía revivir temporalmente con apariencia de frescura y lozanía.


En condiciones normales, dicha práctica ha podido ser sistematizada por el simple expediente de incorporar nuevas víctimas a la perversa rueda taylorista de la fagocitación simbólica. Un único problema, la huída -aunque debilitada- de cualquier víctima podría generar por sí misma un fortísimo sentimiento de frustración en el totem fagocitador capaz de aniquilar, de ser atrapada, los restos palpitantes de la osada ofrenda humana que saltó sin pedir permiso del altar ceremonial para recuperarse de sus heridas.


"La fagocitación del talento ajeno como vía de supervivencia de la mediocridad" 

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